jueves, 31 de octubre de 2013

Ley de Medios: una prueba de vida del kirchnerismo auténtico

Por Gabriela Pousa
Hace diez años que el kirchnerismo está en el gobierno. De esos diez años, seis guardó silencio de radio respecto a la regulación de los medios audiovisuales. Apenas se ocupó de reclutar la mayor cantidad posible de “periodistas” para convertirlos en militantes, lo que equivale a decir que los adiestró para que dejen de ser lo que se supone que eran. Al resto le hicieron constantes guiños con mayor o menor éxito.

Lo cierto es que la sociedad argentina llegó al 2009 sin saber quién era Héctor Magnetto. ¿Cómo se explica que hoy ese nombre sea el de un protagonista de la coyuntura argentina? Los Kirchner lo hicieron. Ellos fabricaron su propio Frankenstein, y lo desafían a duelo.

 La Ley de Medios Audiovisuales no es el problema de los argentinos, es apenas una excusa que vuelve a enfrentarnos a una realidad insoslayable: la gran farsa del progresismo a la que estamos sometidos. Si no hubiese salido el fallo de la Corte favorable a las intenciones del gobierno, otro hubiera sido el motivo que quitase la derrota de las portadas de los medios. Necesitaban retomar la agenda que habían perdido. Lo han hecho. ¿Hasta cuándo? Nunca un dato fue tan precario.

Un año atrás se firmaba la prórroga de la cautelar que anulaba el festejo del frustrado 7D. Así entendimos que “entre un día y otro puede caber la eternidad”, como decía Borges. Y el 6D fue sin duda, una radiografía exacta de la Argentina, siempre en la víspera… Nada ha cambiado.

Alerta. El anuncio ahora lo hace el servicio meteorológico pero podría hacerlo cualquiera con sólo echar un vistazo a lo que está pasando. El problema es que el hackeo a la justicia y a la libertad lo siente apenas un grupo social. Ni siquiera la clase media en su totalidad. El ciudadano común debe atender un sinfín de temas en simultáneo: llegar a fin de mes, el trabajo, la salud, la seguridad, la tormenta que puede inundar, en síntesis, la subsistencia. Pedirle que también atienda las declaraciones de Martín Sabbatella parece ser un exceso en este contexto.

Sin embargo, lo que está en juego es mucho más que una medida contra un grupo económico. La afrenta a esta altura es contra la dignidad misma de las personas. Y la dignidad para sobrevivir necesita algo que no abunda: patriotas.

No se trata de un repentino avasallamiento de la Corte Suprema que ayer fue mala y hoy es buena, lo acontecido es el corolario de diez años de prefacio. Nada es casual. No hay hechos aislados.

Dentro de muchos está latente la pregunta: ¿Qué hacer? Nadie atina con la respuesta. Se nos ha adoctrinado de tal manera que pensar en rebeldía o en un juicio político nos catapulta en el casillero del golpismo, nos confina a viejos tiempos aunque nada tenga que ver este desmembramiento con aquello.

Las redes sociales son fuente de catarsis. Vale, pero también vale saber que apenas 7 millones de argentinos tienen acceso a Internet. El resto mientras tanto, esta colgado en trenes o en colectivos intentando llegar sanos a destino. Otros se desahogan en charlas con vecinos, demasiados descargan la frustración con sus seres queridos, y así se cierra el círculo vicioso de un país sin sentido.

En el trayecto hacia el verdadero cambio, hubo y hay manotazos de ahogados que no sirvieron ni para flotar un rato. Las víctimas son incontables, el único recurso no renovable es el tiempo y se nos va como agua entre los dedos.

Comienza ahora el peligroso juego de inventar otro actor que cargue con las culpas de la ignominia y el capricho de Cristina. De la manga sacan un ente abstracto sentenciado a ser villano: se trata del AFSCA. Insensatez de acosados. Resultó inútil acusar a una derecha destituyente y represora.

Clarín no ha sido precisamente quién colocó al país primero en cantidad de denuncias ante el CIADI, ni han sido sus periodistas quienes propiciaron que el 60% de los docentes candidateados a la carrera de magisterio, reprueben los exámenes primeros pues no han pasado los registros ortográficos…Pero Clarín es el malo.

Gobiernan hace diez años hablando de crecimiento a tasas chinas, de soja redentora, de consumo y sociedad embelesada con electrodomésticos y cuotas, pero del dicho al hecho…

En periodos mucho más chicos, otros países salieron de infiernos y se reconstruyeron a sí mismos. Acá no hay miras de hacerlo. Establecer la falsa disyuntiva: “libertad de expresión o Magnetto” es grotesco pero no es sino otro invento para evadirse del último fracaso. Inventan calendarios para sobrevivir a sí mismos. “El hombre es el lobo del hombre” decía Thomas Hobbes. Nadie lo ha experimentado tanto como el kirchnerismo.

Cualquiera que escuchó durante años las alocuciones de Cristina percibió la obsesión por el multimedios como si su existencia modificase sustancialmente la realidad de los argentinos. Claro que el verdadero interés radicaba y radica en lograr un efecto distractivo e imponer la agenda al costo que sea. Imponen el debate sobre los medios, en lugar de dar respuestas concretas a los que estos muestran. Buscan la inversión de la prueba. La ficción que representan.

Hay varias consideraciones preliminares que podrían hacerse para demostrar hasta que punto priman intereses meramente políticos y comerciales. La justicia es un anatema en esta contienda. “Los principios de la justicia se escogen tras un velo de ignorancia”, y el gobierno está con la cara descubierta.

A esta altura de las circunstancias, el mentado fallo de la Corte no es sino otro de los puntos de inflexión que, presuponiendo lo determinan todo, finaliza luego en otro insólito status quo, en un gatopardismo más del subdesarrollo. Diletantismo del sin sentido. Muerte de la razón. Aristocracia del absurdo.

En definitiva, el gobierno no va a menguar su guerra contra la independencia de los medios, ni Clarín perderá poder ni prestigio. Todo esto marca apenas la re-edición del relato, aunque el esfuerzo parece ser vano.

En síntesis, se viene un reemplazo de adjetivos y nuevos significados para los ya conocidos vocablos. Cristina debe cambiar el eje del debate, Clarín es el tema menos intrincado que tiene entre manos. Más simple es acallar a la prensa que solucionar los problemas, así razona la señora, sana o enferma. Así aparecerá frente a la sociedad como la Presidente que gobierna soportando el poder destituyente de la prensa, o por el contrario, como la jefe de Estado victoriosa que venció al enemigo imaginario.

Nunca como ahora, la mandataria necesitó aggionar su papel para regresar al circo. Como sea, lo que sigue es historia conocida: ni la inseguridad, ni la inflación, ni la educación, ni la salud, ni las demandas perentorias de la gente hallarán políticas concretas tendientes a desterrar el colapso en que se encuentran. En definitiva, se seguirá en estado de guerra.


A la Argentina se la ha convertido en un compendio de fechas abstractas y arbitrarias que sin decir nada, pretende definirlo todo. Hoy la Presidente es apenas una figura controvertida, gastada, perdedora, jaqueada por su propia impericia. Ha perdido fuerzas y adhesiones. Muchos funcionarios comienzan a “bipolarizarse”: la eterna cantinela del cambio de camiseta, o bien la acrobacia incómoda de pararse con un pie de cada lado por si acaso…

La estrategia no es el cambio sino la permanencia. Se busca perpetuar el escenario de contiendas, y aceitar el engranaje de comunicación que obró con eficacia en los comicios de 2007 y 2011 respectivamente. No pudo hacérselo antes del 27, ese fue el atolladero que dejó fuera del búnker a Cristina y catapultó a Boudou.

Ella no volvería sin un halo de triunfo. Pactó para que así suceda. Ayer se valió de la ley antiterrorista, hoy lo hace con la normativa mediática. Mandó cambiar la escenografía pero la obra sigue siendo la misma. A la satrapía sin embargo le falta algo todavía: la impunidad garantizada para cuando llegue la hora de la salida. No hay otro motivo que justifique quedarse al frente del Ejecutivo cuando se han vaciado inescrupulosamente las cajas, y se ha perdido todo rédito político. Buscarán conseguirla con este tipo de artilugio que deja trastabillando a aquellos que hoy se prueban el traje de candidatos.

La Ley de Medios no es siquiera una política de Estado, es parte del método, es kirchnerismo auténtico, un manotazo de ahogado que, es cierto, hunde a quienes intentan flotar a su lado. Pero no es más que eso.

En una semana o dos estaremos debatiendo algún nuevo escándalo. El populismo no ha cesado.


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