Por Nicolás Morás |
Tenemos que advertir que la polémica sobre la ineficacia
total de la guerra contra las drogas revive cada vez que se desencadenan hechos
como las últimas muertes relacionadas con el Narcotráfico en Rosario: El
problema es de raíz.
En primer lugar, la prohibición supone un gasto efectivo de
dinero público (o sea, que el estado le quita a los contribuyentes excusado en
el interés público) que asciende a los 700 millones de pesos por parte del
estado nacional, y 2.800 millones de pesos asignados por los estados
provinciales para ejecutar la “lucha contra la producción y el consumo de
drogas ilícitas”. (Fuente: IDESA-Nov12)
¿Sirve?
Están el SEDRONAR, las divisiones de toxicomanía y
narcóticos de todas y cada una de las policías provinciales, la policía
federal, la gendarmería, producciones del ministerio de educación, operativos
de “cooperación internacional” tanto policial como propagandísticos, y pese a
todo los propios datos del SEDRONAR demuestran que el consumo crece cada vez
más, 131% entre los jóvenes en el periodo 2001-2011.
Además, máxima relevancia, hay cientos de muertes al año
relacionadas con el narcotráfico, y como en cualquier país, la prohibición es
un negocio en espiral y un fenómeno de repercusión social. Robos violentos,
homicidios, accidentes, violaciones y multitud de casos de violencia de género
aparecen bajo los efectos de sustancias psicoactivas. Pero, ¿sólo las drogas
ilegales?
He aquí el pie para la segunda cuestión: la prohibición es interesada
e impráctica, y un fracaso.
Ya sentenció Antonio Escohotado, probablemente el
intelectual hispano que más páginas ha dedicado al tema: “La diferencia entre
las drogas legales e ilegales es la diferencia entre el agua bendita y la del
grifo”.
¿Nobleza Piccardo y Quilmes no están en la clandestinidad,
verdad?
Vivimos en un país con una tasa de cáncer de pulmón superior
a la media latinoamericana y entre el tercer y sexto puesto de muertes por
accidentes automovilísticos, respectivamente consecuencias del abuso del tabaco
y el alcohol.
¿Debemos prohibir también los cigarrillos y las bebidas
alcóholicas? Rotundamente NO.
La mentalidad prohibicionista, además de pretenciosa al
extremo, es la del camino fácil. No sólo desconoce que declarar ilegal una
sustancia no la quita del mercado por arte de magia, sino que pretende
erradicar los accidentes con multas y días de arresto en vez de una reforma
integral de seguridad vial.
Por cierto, el consenso social (irracional) para determinar
cuán positiva es la prohibición de tal o cual cosa en gran parte es respuesta
al bombardeo del establishment, los medios de comunicación, los universitarios
pop y las mismas campañas del estado.
Hoy se delata la caducidad del “Estado que soluciona todo”,
la que opta por el discurso de luchar contra la inseguridad y las adicciones
prohibiendo la droga y conduce a una realidad exactamente opuesta. El estado no
soluciona nada, ni en 1920 con la Ley Seca ni en 2012 en la era del Paco.
El Paco es un resultado certero de la prohibición. ¿Por qué?
Llegamos al tercer punto: para variar, los intereses
económicos de grandes capitalistas coinciden con esta prohibición.
¿Los de millares de policías corruptos? Cierto, pero me
refiero a otros.
¿La industria psiquiátrica y de la rehabilitación? Claro que
sí, pero no solo éstos.
¿El amarillismo de los telediarios? Más vale, pero hay algo
más importante aún.
¿El baluarte para los políticos? Por encima de esto…
Los narcotraficantes.
Usted puede imaginarse a Al Pacino en Scarface, ícono de la
violencia encarnada, pero yo le digo: el personaje a las películas. Los
narcotraficantes son empresarios, un lobby, que se rigen bajo las mismas normas
económicas que el resto, pero aprovechan unas cuantas ventajas comparativas de
su sector:
> Tienen licencia para eliminar a la competencia a tiros,
literalmente.
> Sus productos no obedecen a ningún control de calidad.
> Los consumidores no pueden quejarse.
> Sus socios en el poder, con 40 años de prohibición, les
garantizan la continuidad de este negocio.
¿Y los márgenes de ganancia elevadísimos van de la mano de
altos riesgos? La droga incautada vuelve a la calle, la sociedad civil no tiene
indicio alguno de que se incinere y en sí los almacenes policiales son el único
regulador de precios que las mafias manipulan entre sí.
Si la demanda está totalmente indefensa y las cárceles están
pobladas por un 70% de consumidores (UBA) y el resto son pequeños comerciantes…
Si no hay control posible por la obstinada decisión del NO, que para colmo es
un símbolo…
La cocaína es cortada a piacere por cada dealer en cada
esquina de cada ciudad, y el sentimentalismo tapa que el paco es basura,
literalmente, del proceso de sulfuración de la coca.
¿Qué pasaría con esta economía cartelizada si un buen día se
libera la producción? Se instauran controles de calidad, asociaciones de
consumidores, obligaciones en cuanto a pureza, etc. Los precios bajan, la
calidad sube y el panorama de las supuestas adicciones se diluye junto a las
técnicas perversas de los dealers y la invención de subproductos redituables,
marcas de esta época, la de la prohibición.
Por último, que el mundo entero gire en torno al
funcionalismo me importa poco y nada a la hora de debatir sobre vidas y
libertades individuales. La comunidad, bien o mal representada por el gobierno,
no tiene legitimidad para decidir qué acciones pacíficas se llevarán a cabo o
no y qué harán los individuos con su propio cuerpo.
El auto-gobierno es la base de todo derecho, y la sociedad
es una asociación de individuos. Todos, en diferentes momentos, tendremos
cierto grado de enajenación, y eso no nos convierte en sumisos totales a nadie
ni a nada. La voluntad se conserva junto a las moléculas de oxígeno.
Queda mencionar la violencia de la policía “levantando”,
inspeccionando, manoseando, esposando, golpeando, interrogando y finalmente
obedeciendo a los jueces de la injusticia y encarcelando personas cuyos delitos
no tienen víctimas, y que por lógica aplastante no son delitos.
La penalización de los delitos que no son tales se da en
paralelo a la actividad empresaria plena de los peores mafiosos. Esta es la
Argentina de la prohibición, y no es un lugar justo ni digno para vivir.
In Memoriam
Dr. Thomas Szasz.
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