Por Alfredo Leuco |
Hay una matriz común entre aquel ataúd que quemó Herminio y
este video que incendió a Cabandié. Ninguno de esos hechos por sí solo fue ni
será el responsable de sendas derrotas electorales de trascendencia histórica.
Pero ambos acontecimientos mediáticos tuvieron la virtud de resumir en unos
minutos multiplicados en millones de pantallas las peores prácticas de un
peronismo en crisis y rumbo a una paliza en las urnas.
En 1983, el justicialismo, representado en la boleta por
Italo Luder-Deolindo Bittel, sufrió el primer fracaso de su vida en comicios
libres y sin proscripciones. Pero la victoria de Raúl Alfonsín, que tuvo que
refundar la República después del terrorismo de Estado, no fue gracias al cajón
que Herminio Iglesias prendió fuego envuelto en los colores de la Unión Cívica
Radical y que provocó el repudio de la mayoría de los argentinos. Tal vez esa
bravuconada de barra brava haya actuado como catalizador de un espíritu
nacional que levantaba las banderas de la paz y la democracia y que rechazaba
todo tipo de autoritarismo y violencia.
Hoy, en octubre de 2013, a treinta años de aquellos hechos,
un video filmado con el humilde teléfono de un gendarme, ocupó ese mismo lugar
simbólico. Sintetizó muchos de los motivos por los que más de 6 millones de
personas que votaron a Cristina Fernández en 2011 le van a retirar ese apoyo
dentro de ocho días. Es que pudo verse al desnudo, y sin el maquillaje del
relato, a Juan Cabandié con una actitud mentirosa reiterada y con la soberbia
maltratadora del dedito levantado que provocó el hartazgo por la profanación de
las banderas de los derechos humanos para utilizarla hasta para zafar de una
multa de tránsito.
Idéntica reflexión política: nadie podrá decir que el
cristinismo recibirá un castigo mayor al de las PASO “por culpa” de Cabandié.
Sería injusto con el muchacho camporista y de un simplismo ramplón para
interpretar las demandas de las corrientes más profundas y masivas del subsuelo
sublevado de la Patria.
El tristemente célebre video, igual que el cajón de
Herminio, será recordado como el cartel luminoso que anticipó la debacle que se
venía.
El peronismo de aquellos tiempos se tuvo que bajar del caballo
de la altanería que le daba su condición de invicto en las elecciones y lo
obligó a una renovación liderada por Antonio Cafiero que, mediante inéditas
internas, parió la candidatura de Carlos Menem.
El cristinismo de estos tiempos estará obligado a confrontar
con otra renovación que en sus formas más contundentes propone un cambio
generacional con la revolución de los intendentes que lidera Sergio Massa.
Luder no supo, no pudo o no quiso interpretar los reclamos
de castigo a los culpables del genocidio y tuvo que cargar con gremialistas
colaboracionistas de los militares y con la ausencia de una Juventud Peronista
que había sido sepultada en las catacumbas de la dictadura.
Cristina no sabe, no puede o no quiere escuchar el mensaje
de los caceroleros de clase media urbana del 8N, los trabajadores organizados
en la CGT de Moyano, los productores agropecuarios estigmatizados y marginados
de todo diálogo, la Corte Suprema, que pone límites constitucionales, o el
periodismo, que siempre debe mostrar lo que el poder quiere ocultar.
Por eso Luder perdió y por esto Cristina perderá. La
historia dirá si el kirchnerismo será cuestión del pasado, como el menemismo o
el duhaldismo, o podrá reciclarse con Sergio Urribarri al gobierno y Cristina
al poder o como gobernadora de la provincia de Buenos Aires. O si Daniel Scioli
no será el chivo expiatorio al que obligarán a poner la otra mejilla después de
la victoria de Sergio Massa. O si De la Sota no podrá reagrupar al peronismo
histórico y federal para pelear también en 2015. Ese capítulo aún está por
escribirse y tendrá que ver con los porotos que cada uno coseche el domingo 27
y de qué manera se generen los nuevos liderazgos.
James Robinson, el economista de Harvard coautor del exitoso
libro Por qué fracasan las naciones no tiene la menor idea de estos avatares y
entretelas del peronismo. Pero el instrumento de análisis que propuso en la
apertura del Coloquio de Idea puede ayudar a comprender los errores no forzados
de un cristinismo que dilapidó un poder político que nadie había logrado desde
la restauración democrática. Simplificando al máximo, Robinson plantea que hay
dos tipos de sociedades. Las “extractivas”, que se caracterizan por
instituciones políticas elitistas que sólo sirven para conservar el poder en pocas
manos, y las “inclusivas”, que multiplican los derechos, que fomentan la
innovación y progresan destruyendo lo viejo para abrirle paso a lo nuevo.
Cristina se ve a sí misma como una líder “inclusiva” que,
con la asignación para hijos mal llamada universal, la revalorización de la
ciencia y la política y el matrimonio igualitario, entre otros aciertos, marca
un camino de vanguardia. Pero en realidad, su estilo es “extractivo”, como la
economía de Santa Cruz, en donde sembraron su proyecto político y personal de
poder y dinero. Sus ilusiones de reelección eterna y control absoluto de la
Justicia y los medios (que en su provincia lograron) y la persecución
permanente a la disidencia y el pensamiento diverso, tanto adentro como afuera
de su espacio, dibujan un gobierno con mayor lealtad que eficiencia. Y
catapultan a los primeros planos una casta de millonarios corruptos y amigos
que necesitan un coro de obsecuencia vertical que no cuestione nada. Por eso
aquellos cantos de sirena progresista y revolucionaria se fueron transformando
en un comando que custodia el poder de una minoría, que lo ejerce con mano dura
y que se quiebra cuando el liderazgo desaparece por muerte, como Néstor, o por
una momentánea ausencia, como Cristina. Al gobierno le cuesta salir del pantano
que él mismo construyó para protegerse. Dinamitó demasiados puentes. Levantó
muchas trincheras. El escándalo de un simple video no hizo más que iluminar las
oscuridades de una conducción “extractiva” que chupa la sangre de las
provincias y la producción, que ya todos conocen y que castigan en las urnas.
No fue Herminio, fue Luder. No fue Cabandié, es Cristina.
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