Por Juan Gonza |
La hora de las urnas
Con
las esperanzas puestas en aquello que nos enseña que la democracia se
perfecciona únicamente con más democracia, este domingo los ciudadanos volverán
a expresarse en las urnas, en el marco de un calendario electoral que este año
nos obliga a la friolera de cuatro elecciones, producto de la fiebre de poder
que ha enfermado a la política y a los políticos de estos tiempos.
Pero
más allá de la pérdida de los valores morales y éticos sustanciales de la
política y de toda actividad del ser humano, lo cierto e ineludible es que para
el hombre común la realidad hace que se redoble su compromiso para superar
semejante crisis y con el sufragio obligue a recuperar el rumbo perdido en pro
de una democracia por la que el país pagó un inconmensurable precio para
recuperarla.
La
“cesarización” de los gobernantes de turno, con su secuela inevitable de
corrupción y sueños de ser eternos, tiene en la voluntad soberana de los
pueblos siempre la posibilidad de castigo. Es lo que, sin rodeos se expresa en
la consigna de ¡A votar! y, a la vez, ¡A botarlos!... a echarlos fuera… a
despedirlos.
Pero
conviene puntualizar, para evitar malos entendidos y reacciones previsibles de
algún “afectado” por la dura palabra, que el voto entonces es la herramienta
con la que primero y antes que nada se honrará a quienes merezcan ser
consagrados como gobernantes, dirigentes, conductores. A la par, sí, estará
siempre el sentido del castigo para otros. Para los que defeccionaron de sus
promesas. Para los que lisa y llanamente traicionaron sus compromisos. Que es
lo mismo que decir: traicionaron a sus pueblos.
Y
obviamente para desechar a los oportunistas de turno que aprovechando la
decadencia y deterioro de las instituciones básicas del sistema democrático
creen que pueden sumarse al asalto a la política y a los gobiernos, alentados
por el flagelo universal de la mayor impunidad de la historia ante la
corrupción. Ante la verdadera subversión que existió en este país, que fue la
de los valores.
He
allí el sentido y la posibilidad inconmensurable de la hora de las urnas para
la reconstrucción democrática. Para la construcción de una Democracia que para
ser tal necesita el componente básico de la Justicia Social.
Si
relacionamos semejante misión y objetivo superior de la vida en democracia con
la presencia abrumadora de expresiones vacías de contenido y compromiso
ideológico, filosófico, doctrinario –como patéticamente lo refleja una buena
parte de la oferta electoral de hoy- comprobamos cómo se potencia al infinito
la trascendencia del voto en libertad, sin tutorías, sin “césares”.
Y
como en estos tiempos de vacuas campañas pletóricas de poses y jingles
vergonzantes la generalidad de los precandidatos y/o candidatos se llenan la
boca declamando virtudes propias, siempre aferrados por supuestos a los grandes
políticos de nuestra historia, no vendría mal aconsejarles el repaso –o la
primera lectura- de algunos pensamientos como el del párrafo siguiente, legado
de un genial ex presidente, general él:
·
“Un partido
político cuyos dirigentes no estén dotados de una profunda
moral
—que no estén persuadidos de que ésta es una, función de sacrificio
y
no una ganga, que no estén armados de la suficiente abnegación, que no
sean
hombres humildes y trabajadores, que no se crean nunca más de lo
que
son ni menos de lo que deben ser en su función— ese partido está
destinado
a morir, a corto o largo plazo, tan pronto trascienda que los
hombres
que lo conducen y dirigen no tienen condiciones morales
suficientes
para hacerlo.
·
Los
partidos políticos mueren así, porque ya he dicho muchas veces que los
pescados
y las instituciones se descomponen primero por la cabeza.
El
día en que nos descompusiéramos nosotros, no tardaría mucho en
descomponerse
todo el Movimiento, disolverse y dispersarse.
Así
mueren las instituciones.
Por
esa razón creo que es una responsabilidad la que adquirimos los que
tomamos
los puestos directivos.
Siempre
que veo una orquesta, miro al que dirige y pienso: "Preferiría estar
tocando
allí un instrumento y no ser el director que tiene que vigilar a los
que
tocan y debe tener una capacidad superior". Es más cómodo tocar y
hacer
lo que le indican.
En
esto de la conducción es lo mismo.
Cuando
uno conduce con verdadera pasión, lealtad y sinceridad, es mucho
más
difícil el puesto del que dirige que el puesto del que ejecuta, y es para
eso
que debemos formar y preparar, nuestros hombres.
·
Algunas
veces los conductores creen que han llegado al pináculo de su
gloria
y se sienten semidioses. Entonces "meten la pata" todos los días. Los
conductores
son solamente hombres, con todas las miserias, aun cuando
con
todas las virtudes de los demás hombres. Cuando un conductor cree
que
ha llegado a ser un enviado de Dios, comienza a perderse. Abusa de su
autoridad
y de su poder; no respeta a los hombres y desprecia al pueblo.
Allí
comienza a firmar su sentencia de muerte.
La
hora de las urnas se repite.
Es
celebrar nuestra propia Libertad.
© Semanario Nueva Propuesta
0 comments :
Publicar un comentario