Por Alfredo Leuco |
Si usted pone en Google: “La Nación+ Alfredo Leuco+14 de
octubre de 2006” le aparecerá un largo texto que tuvo una llamada en la tapa de
ese diario. Era un día sábado, como hoy. Su título era “Libertad de prensa de
baja intensidad”.
Subrayo un dato: están por cumplirse siete años de aquella
columna de opinión y la Ley de Medios no existía ni en la imaginación del
matrimonio Kirchner. Sorpresas te da la vida y los archivos.
Ya pasaron más de 2.500 días y yo no le cambiaría ni una
coma a aquella nota de opinión.
Y le recuerdo que en esa época Néstor Kirchner
estaba en pleno romance con el diario Clarín y no funcionaba la maquinaria de
propaganda K ni el amigopolio de medios.
Ese antiguo texto me sirve para argumentar por qué estoy de
acuerdo con la gran mayoría de los artículos de la Ley de Medios y, sin
embargo, soy hipercrítico de su aplicación. Es la diferencia entre la teoría y
la práctica. Entre lo que este gobierno de Cristina proclama y sus verdaderos
objetivos.
La matriz autoritaria que quiere controlar a todos los
medios para que nadie controle a su gobierno no es nueva: es nacida y criada en
Santa Cruz. Y eso no va a cambiar con el fallo tan esperado de la Corte
Suprema.
Hace siete años, decía textualmente:
“Este es el momento de menor libertad de prensa en la
Argentina desde 1983. Practico profesionalmente y en forma cotidiana el
periodismo y el análisis político desde ese año de la recuperación democrática
tanto en la prensa audiovisual como en la gráfica. Mi propia experiencia y los
comentarios de mis pares me llevan a esta grave conclusión para la salud
republicana, cuya responsabilidad le cabe al presidente Néstor Kirchner”.
Cualquiera se imagina cómo se multiplicó esta grave
situación. En todo este tiempo, el oficialismo fue perfeccionando su combate a
fondo contra “las balas de tinta” o los generales mediáticos. Néstor y Cristina
repitieron todos los mecanismos de aprietes conocidos, pero hay que reconocer
que fueron creativos y muy ingeniosos para producir más daño que el
habitual. Una de las grandes novedades
que aportaron al manual del hostigamiento de Estado fue poner bajo la guillotina
a empresarios privados para que dejen de publicitar sus productos en los medios
hegemónicos, pero masivos, y obligarlos a llevar sus auspicios a diarios,
radios y programas con la camiseta kirchnerista, pero que casi no acusan peso
en la balanza. Con los premios y castigos de la pauta oficial no les alcanzó y
se metieron con la privada.
Los semiólogos suelen llamar “lectorado” a los que votan
diariamente por la prensa gráfica y “auditores” a los que sintonizan la radio y
la tele que los representa o que le tienen confianza. Los Kirchner subestiman
la relación que la gente establece con sus medios y periodistas predilectos.
Son matrimonios de años que es muy difícil quebrar con una relación fugaz, casi
de amantes sobre la base de la propaganda. Tiene razón la consigna cristinista:
“En la vida hay que elegir”. El Gobierno gastó verdaderas fortunas en
“inventar” canales de comunicación y fracasó en todos porque confunde algo
básico: los panfletos defienden camisetas partidarias y los periodistas debemos
defender ideas, valores y verdades, aun con todos nuestros defectos y
equivocaciones.
Junto con el agujero negro energético, la fractura expuesta
de la sociedad y las mentiras inflacionarias, la destrucción de otros medios y
la incapacidad para construir los propios es una de sus grandes frustraciones.
Nadie persiguió tanto a periodistas en forma individual, personal. Tiraron con
dinamita verbal desde el atril tanto Néstor como Cristina. Algunas veces a los
grandes y poderosos empresarios mediáticos. Pero muchas veces apuntaron contra
humildes movileros o cronistas rasos que aman este oficio y ganan dos pesos con
cincuenta.
El resto de su plan sistemático para someter al periodismo
fue bastante previsible y similar al que utilizaron otros gobiernos. Pero nadie
como ellos en la obsesión casi enfermiza y en el seguimiento fanático para
aplicarlo.
Hay libertad de prensa, por supuesto, de lo contrario, no
podría decir esto que digo. Pero es una libertad vigilada, de bajas calorías y
que todo el tiempo persigue al que la ejerce. Castigos de todo tipo: insultos
desde los medios adictos y los grupos de tareas de la blogósfera, agresiones
callejeras, juicios en plazas públicas, afiches con caras de periodistas a las
que se incita a escupir, escraches, aprietes a los dueños de los medios para
que censuren o excluyan a tal o cual periodista, hostilidad desde la AFIP y los
servicios de inteligencia, cero apertura informativa, no hay ni conferencia de
prensa.
No hay que olvidar que el principal insumo del periodismo es
la libertad. Con libertad es posible ejercer un periodismo bueno, malo o
regular. Sin libertad, sólo es posible la propaganda. Con libertad cada
periodista puede elegir entre ser un chupamedias del gobierno de turno o tener
una mirada crítica contra todos los poderes, como indica el manual de buenas
prácticas profesionales. La Ley de Medios vendrá a respaldar el proyecto K o al
grupo Clarín. Tal vez, como se especula haya un empate técnico. Pero Cristina
seguirá empecinada y por eso nada cambiará en los tiempos de cólera que vivimos
para el ejercicio de nuestro oficio. Y eso que ningún gobierno desde 1983 tuvo
tanto poder político y tanto apoyo mediático. Nunca ninguna facción política
“compró” tantos medios en el más amplio sentido de la palabra. Pero los
lectores, los oyentes y los televidentes no se venden. Y muchos periodistas,
tampoco.
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