lunes, 16 de septiembre de 2013

Reparar (y recrear) el periodismo

Por Roberto Guareschi (*)
Nunca desde que volvió la democracia hubo semejante furia entre los medios periodísticos y el gobierno. Nunca un gobierno intentó con acciones legales y casi ilegales, y con palabras rabiosas, hacer tierra arrasada con los medios opositores; nunca con tanta ambición y a la luz del día. Y jamás esos medios actuaron con tanto odio indisimulado: Clarín mucho más que La Nación, y Perfil mucho menos que ellos. Clarín, además, con televisión y radio.

Es una guerra. Los periodistas usan esa frase para justificar el declive del periodismo que hacen –voluntario o no–, y también la usan los empresarios. Y en la guerra cada instancia es una razón de Estado: uno se pone el casco y dispara. Los costos se miden después. Los disparos son textos y títulos que tienen mucha más intención que contenido.

Pero los costos se pagan ahora y después no se pueden comprar. El costo es la credibilidad; el bien más valioso de un medio se construye en muchas décadas y se pierde rápido. El costo en credibilidad lo pagan los medios y los periodistas. Los periodistas: muchas veces textos de enorme calidad terminan leídos en el contexto bélico y pierden toda legitimidad. Los medios: caída en la circulación, entre otros daños.

Nunca el periodismo de los grandes medios fue discutido en su pretendida objetividad, en su derecho a construir agenda y en su pretensión representativa (“a nosotros nos eligen todos los días”). Y nunca se vio así desnuda su voluntad de poder político: crudos planteos directos que recibieron a Kirchner en 2003; gestiones para reunir a opositores o coordinar estrategias en los últimos años. No hablo del periodismo oficialista porque es explícitamente parte del dispositivo político kirchnerista.

El periodismo más poderoso del país ha sido insultado en público con sorna (“Qué te pasa, Clarín”) y con una crueldad irresponsable nunca reparada (el ataque a los hijos de Ernestina de Noble). Las famosas cuatro tapas de Clarín fueron inocuas. Nada se vino abajo excepto el aura de intangibilidad de los grandes diarios. En distinta medida, ningún medio ha quedado a salvo.

El kirchnerismo no entra en declive por la agresividad de los medios. Como suele ocurrir, el efecto crítico de los medios se suma en un grado muy menor al declive de la economía. Cuando el declive se acelera, la acción de los medios es espectacular y parece más eficaz porque encuentra un público afín. De todos modos, siempre es sobreestimada por los actores políticos, los mismos medios y los periodistas.

Esta es la guerra que empezó a terminar con el fin de la posibilidad de reelección. ¿Qué pasará ahora?

Una parte del público, cansado de guerra, va a usar mejor al periodismo: con espíritu crítico, espero. Después de tanto vapuleo, me gustaría que nunca recuperara por entero su confianza en los medios. Un grado de desconfianza es una buena herramienta de conocimiento. Este y otros públicos buscarán nuevas fuentes y formas de periodismo.

Creo que las condiciones están maduras para que surjan nuevos medios. El Gobierno no tendrá la misma fuerza política y económica para condicionar a los empresarios que se animen a invertir en medios. Y los medios establecidos, debilitados por la guerra, no tendrán el control del mercado que tenían antes. Les puede pasar lo que a Inglaterra en el 45: ganar la guerra y perder el imperio.

Me cuesta imaginar al Grupo Clarín haciendo una eficaz reparación de daños. Después de años de pelea, mantiene una cultura antigua con complejos sistemas de decisión. La Nación se ve hoy un poco más dinámico y menos golpeado, beneficiado como siempre porque todos los proyectiles se dirigen a Clarín y porque nunca apoyó al kirchnerismo; pero no tiene hoy la fuerza que tenía su competidor antes de esta crisis.

Nunca se dieron condiciones así para que surgieran nuevos medios. Si se lanzaran ahora, el primer diario Perfil y el diario popular Libre tendrían posibilidades mucho más grandes de sobrevivir con menos inversión. Tampoco hubo como hoy públicos cansados de los principales medios, gente que ya los abandonó o está esperando alternativas.

También habrá nuevos medios (de papel y digitales) lanzados o sostenidos por grupos políticos y partidos, como es común en períodos de cambio político. Pero dudo mucho de su eficacia: lo más probable es que sean como siempre, aburridos y poco profesionales.

No veo en los políticos y en los empresarios argentinos la inteligencia que llevó a sus colegas españoles a fundar El País apenas murió Franco. El proyecto luego se devaluó, pero fue un ejemplo de calidad periodística muchos años.

Deseo mucho que estas condiciones sean aprovechadas por nuevos periodistas o por periodistas no contaminados, en cualquier soporte. Ellos nos van a ayudar a reparar el periodismo.

En cuanto a lo audiovisual, es probable que la Ley de Medios quede en el camino. Si es así, es difícil que haya cambios. La aspiración legítima de una mayor pluralidad, votada por amplia mayoría (muchos convencidos pero temerosos aprovecharon que el kirchnerismo abría el camino y absorbía los daños), se habrá perdido. En realidad ya viene herida de muerte porque fue impulsada sin sinceridad por el oficialismo y sólo para destruir a Clarín.

Clarín puede interpretar aquella votación como una muestra de que la sociedad no quiere medios tan poderosos. Y también puede ver el fracaso eventual de esa legislación como una confirmación de su propio poderío. De ese cálculo inestable depende lo que haga en la nueva etapa que se abre después de octubre, y cómo le vaya.

Sería injusto terminar sin opinar que en la Argentina, la gravitación de los medios es proporcional a la debilidad del sistema: políticos que no pueden ofrecer alternativas y empresarios demasiado tímidos cuando hace falta coraje. ¿Y la sociedad? La mayoría de nosotros mira, sufre y hace poco.

(*) Periodista. Dirigió la redacción de Clarín durante 13 años, hasta febrero de 2003, cuando se retiró del diario.

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