Cuando el fanatismo gana, la razón desaparece
La Calesita
opositora siempre estuvo poblada de un variopinto conglomerado, unido antes por
el espanto que por amor alguno. Convivían, en tensa armonía antikirchnerista,
desde los republicanos a ultranza, hasta los más recalcitrantes fascistas que
se consiguen en plaza.
La vaquita de la Sociedad Rural iba al lado de la bici amarilla del PRO, delante del autito rojo y blanco radical, y en diagonal al simpático tanquecito militar del general Alais. El bondi multicolor y bullanguero del Pj disidente integraba la divertida comparsa donde todos, de una u otra forma, tratábamos de acomodarnos. Pino gritaba que era un escándalo, pero nadie le daba demasiada bola.
Con el
tiempo se fueron subiendo algunos muchachos, como los libres del sur con las
entrañables piedras y cócteles molotovs de Donda y Tumini, y , más
recientemente, los pasteleros desencantados, con sus massitas frescas. Aún los
muchachos liberales, resignaban parte de su libertad, para atornillarse al piso
del carrousell con su voituré de motor Locke & Smith 8 cilindros en V, la
misma V que venían haciendo los pibes de chaleco verde de Hugo Brad Moyano, el
rubio de ojos celestes.
Eran tiempos
de riesgo común, ante un gobierno que, por su naturaleza de huir hacia
adelante, se estaba llevando puestas la libertad de prensa y la justicia en la
Argentina. Y eso era para el bien de ninguno, y para el mal de todos.
Pero desde
hace un tiempo las cosas han cambiado, y mucho, en este país.
Los riesgos
de 2010, 2011 y principios de 2012, se fueron morigerando desde distintos
focos, desde la propia calesita opositora, incluso. Se terminó de verificar el
cambio de los tiempos con las PASO, que corroboraron algo que el propio Jorge
Lanata había afirmado en su programa de TV un par de semanas antes. El
Kirchnerismo se había terminado. Les habíamos cantado el no va más.
Lanata y
Clarin
Claro estaba
que el ciclo 2013 de PPT (Periodismo para todos) era el golpe de gracia del
grupo Clarin, al kirchnerismo.
Estuvo muy
bien, fue muy buena cosa que Lanata le mostrara al gran público la corrupción
kirchnerista desde el principio de los tiempos. Lo que conocíamos unos pocos
tipos en el país, de repente, por obra y gracia de la TV más vista, lo
empezaban a conocer millones.
Celebramos
ese acontecimiento y también nos pusimos contentos cuando el programa de Lanata
le ganaba al burdo intento del gobierno de hacerlo competir contra el Fútbol
para Todos.
Pero pasaron
los meses, y la injerencia del grupo Clarín en la sociedad, cobró mayor
profundidad y encendió ciertas alertas.
Primero fue
Lanata, tomando casos de trata y prostitución, y presentándolos de manera
sensiblera y manipuladora de las voluntades y de la bronca de la gente. Lo
dijimos aquí, no le gustó prácticamente a nadie.
Luego fue el
doctor Nelson Castro, un periodista muy respetado por mucha gente, quien
acometió con su famoso Sindrome de Hubris, que raudamente se nacionalizó en la
repetición constante de los seguidores, y aún hoy día hay millones de
argentinos convencidos de que se trata de algo cierto, de una patología, cuando
no tiene ningún aval académico y consiste, apenas, en un paper de dos médicos,
que hace unos años publicó una revista de medicina. Castró tomó 4 minutos de su
programa, para exponerlo, y necesitó más de 10 horas de aire, en diversos
programas, para tratar (vanamente) de explicar qué fue lo que quiso decir. El
tema pasó a una piadosa omisión por parte del periodismo serio. No resistía
análisis alguno.
Llegamos a
septiembre de 2013 y las alertas han pasado de amarillo a anaranjado.
El programa
de TV de Jorge Lanata se va convirtiendo paulatinamente en una novela de esas
de llorar, al mejor estilo Alberto Migré. No es casual que haya pasado de tocar
30 puntos de rating, a navegar en la mitad de ese número y empezar a perder
audiencia frente al fútbol.
Es verdad
que el gran público necesitaba que lo informen acerca de la corrupción de los
Kirchner, Lázaro Báez, las bóvedas y todo lo que ud ya conoce. Pero cuando se
empiezan a exhibir problemas estructurales de la Argentina, que datan de
décadas y décadas, como la trata, la prostitución y la pobreza estructural, y
se los direcciona con claro tinte antikirchnerista, se cae en una hipocresía
que no merece nuestro apoyo, sino nuestra crítica negativa.
Porque
entonces ya no se está informando al gran público, sino que se lo está
manipulando.
Tomar esos
temas y presentarlos de modo tal que la gente salga corriendo a enojarse más
con el gobierno de Cristina Kirchner es una maniobra artera de conducción
mediática de voluntades. Y no me gusta. Me parece vulgar, e, incluso, me parece
que no está ni por un momento a la altura del prestigio y de los pergaminos del
propio Jorge Lanata.
Lo que hay
que decirle al gran público, hoy, es que el calesitero se llama grupo Clarín, y
que Lanata se ha convertido (por decisión propia, o por derivación impensada de
los acontecimientos) en el pibe que te muestra y te da o te esconde la sortija.
Poco y nada
ha dicho Lanata acerca de Cristóbal López, zar del juego y sindicado como
testaferro de Néstor Kirchner. Siempre estuvo a la altura de Lázaro Báez, pero
por alguna extraña razón Clarin y Lanata casi no lo tocan. Como no tocan a
Daniel Angelicci, el otro zar del juego que le pone diputados al PRO de
Mauricio Macri.
Resulta que
ahora, Clarin, el que durante 2003 y enero de 2008 no se enteró de la
corrupción del grupo Kirchner, porque eran socios, se convierte en el adalid de
la (selectiva) denuncia valiente y hasta organiza colectas.
Y yo creo
que sería más apropiado que pongan una parte de los millones de dólares que
licuaron con Duhalde, o que atesoraron con Néstor Kirchner, para ayudar a los
pobres si es que realmente quieren ayudar, en lugar de hacer demagogia barata
con la bronca y la indignación del público.
Me bajo de la calesita
He suscripto
la adhesión a Clarín cuando fue el tiempo de hacerlo. Cuando las libertades
estuvieron verdaderamente en riesgo. Y con la misma certeza con que en su
momento me paré donde el razonamiento me lo indicaba, es que en este momento me
estoy bajando de la calesita.
Yo no quiero
que Clarín designe al próximo presidente de los argentinos, como lo hizo con
Menem, Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner. A mi no me gusta que
traten al público como rebaño y utilicen la indignación popular en beneficio
propio.
A mí me da
vergüenza cuando veo a los míos repitiendo tonterías sobre el sindrome de
Hubris, de Nelson Castro. A mí me da bronca cuando veo cómo los indignan el domingo
a la noche, para que el miércoles a la tarde ya se les haya pasado la
indignación, porque juega Boca por una copa.
Me bajo de
esta calesita porque ya no hace falta que esté subido junto a tante gente con
la que no tengo nada que ver. Yo no tengo nada que ver con la sociedad Rural,
eterna suscriptora de cuanto golpe de estado se ha dado en la Argentina, y que
a lo largo de sus historia únicamente se acordó de la gente de la calle cuando
necesitó convocarla, en 2008, para que salgan a esas calles, en defensa de la
corporación terrateniente.
Nada tengo
que ver con gente que extraña a Carlos Menem, y que repite que fue un buen
presidente porque podían viajar dos veces por año a Miami, mientras el modelo
menemista terminó dejando a la Argentina con un 60% de pobreza y la producción
destrozada.
No tengo
ningún vínculo con ex guerrilleros como Tumini, pero tampoco con los adoradores
de la dictadura de Videla, que además de cargarse arteramente la vida de varios
miles de personas, secuestraba bebés, tiraba gente desde los aviones y sumía a
la Argentina en la colosal deuda externa que seguimos pagando, y que tendremos
que pagar por, cuanto menos, 35 años más, en el mejor de los casos. Si hasta
Cavallo vuelve a aparecer en algunos programas de TV, el que fundio a la gente
durante la dictadura en los ochenta, y la volvió a fundir durante el menemismo,
en los noventa.
Me bajo de
la calesita del fanatismo que no sabe detenerse a pensar, y a analizar que el
kirchnerismo ya es cosa del pasado, y que están apareciendo desde debajo de las
piedras los mismos rostros y nombres que le hicieron enorme daño a la
Argentina.
Me corro del
fanatismo que dice que todo lo que digan Nelson Castro o Jorge Lanata son
extractos mismos del evangelio según San Magnetto.
La gran trampa
de Clarín consiste en aprovechar el prestigio personal de Lanata, para intentar
que la gente se crea que no están operando en consonancia y detrás de un plan
perfectamente concebido. A otro perro con ese hueso.
Pido
disculpas si hiero alguna susceptibilidad, pero no estoy aquí para escribir lo
que a alguna gente le gustaría leer, sino lo que honestamente pienso.
Me declaro
en rebeldía contra cualquier clase de fanatismo, y paso a la clandestinidad
intelectual. Soy opositor férreo al kirchnerismo, el peor gobierno de la
democracia y el más corrupto de la historia de este país, y lo seguiré siendo
mientras dure. Pero no estoy dispuesto a vestir casacas con colores que nunca
fueron los míos.
Los amigos
que comprendan la posición, probablemente reconfortarán la decisión. Al resto,
les deseo un feliz y hermoso fanatismo, y ojalá que, alguna vez, les toque
sacar la sortija.
© El Opinador Porteño
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