Por Alfredo Leuco |
Horacio Verbitsky gastó ríos de tinta y energía en sus
operaciones semanales para voltear a Ricardo Casal. Lo acusaba de muchas cosas
pero, básicamente, de corrupto y de entregarle el manejo de la seguridad a la
“maldita Policía Bonaerense”. Finalmente, lo logró. Daniel Scioli desplazó ayer
a Casal de ese lugar clave. Pero para amargura del neofrepasismo que apoya a
Cristina, su reemplazante no fue Nilda Garré, quien encarna las políticas de
seguridad más garantistas. Hoy la bandera simbólica de la lucha contra el
delito la llevan Alejandro Granados, Hugo Curto y el coronel Sergio Berni, tres
muchachos de la agrupación “La Rambo” o “Balazos para Todos y Todas” que
militan en la derecha rústica, que empuñaron las armas y fomentaron que la
sociedad civil siguiera su ejemplo.
Después de una década de relato presuntamente progre, el
pánico a perder una elección y tener que volver al llano desnudó la verdadera
ideología de algunos. Ricardo Casal, al lado de Granados, Curto y Berni, parece
Eugenio Zaffaroni.
Ni hablar del macartismo que avanza contra Sabbatella de la
mano de Alberto Descalzo y Carlos Kunkel. Un puñado de votos tira más que una
yunta de bueyes.
Las pobres gendarmes desarraigados son obligados a exhibirse
desfilando por las calles céntricas del Conurbano sin instrucciones claras y en
el Servicio Penitenciario Federal rehabilitaron a Alejandro Marambio, que tuvo
que irse muy cuestionado por los organismos de derechos humanos.
Martín Insaurralde logró un par de milagros. Que Mirtha
Legrand y Aldo Rico lo corrieran por izquierda y que sus propios compañeros
hicieran cola para pegarle. La histórica conductora de los almuerzos le decía:
“¿Le parece, no son muy chicos?”, cuando el candidato de Cristina argumentaba
su proyecto de bajar la edad de imputabilidad de los menores a los 14 años.
Humor negro: dicen que como en las cárceles ya no hay lugar, quieren presos más
chicos. El ex carapintada, defensor de la mano derecha dura, fue más derecho y
humano que Insaurralde: “Los chicos deben estar en su casa y en la escuela, y
no en la cárcel”.
Dos progresistas probados fueron los mejores editorialistas.
Marcelo Saín, desde la vereda K, dijo: “Perder votos es posible, pero además
perder los principios es directamente suicida”. Victoria Donda, desde la
oposición, metió el bisturí a fondo: “Quieren meter presos a los pibes
excluidos de la década ganada”.
Cristina ordenó no hablar más del tema. Insaurralde quedó
más solo que nunca, y eso hace pensar si su futuro político no está en otro
lado. ¿Se imagina a Insaurralde aunciando su pase al bloque del Frente
Renovador? No quiero exagerar. Pero cada día, el intendente de Lomas de Zamora
se parece más a Massa y a Scioli que a Cristina y D’Elía. Muchos caudillos
bonaerenses están tomando distancia de la Presidenta y los gobernadores se
refugian en sus distritos para que el viento massista no los lleve puestos.
Otros juegan a dos puntas. Y algunos preparan el discurso para sacarse la
responsabilidad de la derrota de encima. En voz baja confiesan que Cristina le
va a echar la culpa a Scioli: “Fue un plebiscito de tu gestión, Daniel”. Otros
aseguran que el gobernador, con los números en la mano, va a mostrar que fue un
castigo nacional contra Cristina y que él hizo todo lo que pudo. Y lo más
tragicómico es que ambos van a apuntar su dedo acusador a Insaurralde.
Los más optimistas sueñan con alquimias complejas:
“Urribarri al gobierno, Cristina al poder” o “Scioli presidente, Cristina
gobernadora”, pero es difícil pensar en ese rompecabezas en un peronismo que
castiga ferozmente a los que pierden una elección.
Además de viraje a la derecha, el gobierno de Cristina
exhibe con obscenidad la falta de rumbo y conducción. Son volantazos
espasmódicos hacia ninguna parte. Avanza con medidas positivas que reconocen la
demanda electoral como el tema del impuesto a las ganancias, el monotributo o
el diálogo, pero lo hace sin convicción, sin reconocer un solo error y a
tientas. No puede ver con claridad lo que pasa porque todavía no entendió el
resultado de las PASO. En Tecnópolis, con un tono de maestra de tercer grado,
Cristina les explicaba a los empresarios cómo tienen que ganar plata, tomar
decisiones y a quién tienen que votar. En ningún momento Cristina reconoció
algún error. No dijo esto fue mal hecho y por lo tanto ahora vamos a hacerlo
bien. Y eso le quita impacto y credibilidad a todos sus anuncios.
Si se escucha bien, Cristina está diciendo todo el tiempo que
ella hizo todo bien pero que 6 millones de argentinos que antes la habían
votado y ahora eligieron otras boletas estaban equivocados. Se habían dejado
engañar por los medios destituyentes. No se daban cuenta de que los obreros
nunca habían estado mejor que ahora y que los empresarios nunca habían ganado
tanta plata. ¿Tan tontos son 6 millones de argentinos que no agradecen con el
sufragio todo lo que Cristina les dio? ¿Cuántos de esos ciudadanos van a volver
a votarla gracias a los cambios en Ganancias y monotributo que involucran a 3
millones de personas? Esa es la gran pregunta que sólo será respondida por las
urnas el domingo 27 de octubre a la noche. Por ahora, el Frente para la
Victoria tiene muchos padres pero la derrota sigue huérfana. Nadie se atreve a
decirle a Cristina que ella fue la mariscal de ese tropezón. Que fue la autora
intelectual y material de todas las decisiones importantes. No hay repliegue
unido ni organizado. Hay casi un sálvese quien pueda, una estampida desordenada
rumbo al Tigre.
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