Por Martín Caparrós |
Qué raro ser kirchnerista en estos días. Los escucho, los leo, los
imagino: debe ser muy raro.
El problema no es que tengan que defender desde el antiimperialismo los
contratos con la Chevron, ni desde el indigenismo la represión a los indios,
desde el garantismo la imputabilidad de los chicos de 14, desde los derechos
humanos la ley antiterrorista el espionaje militar la recuperación del
ejército, desde la democracia a Insfrán Gioja Sapag Hadad Manzano, desde la
izquierda a Daniel Scioli o Guillermo Moreno o Néstor Kirchner, desde la verdad
la pavada del Indec, desde el peronismo la diáspora sindical, desde el
populismo la inflación o el crecimiento de las villas o los asesinatos
ferroviarios o los engaños a los jubilados, desde la independencia económica la
dependencia energética.
Eso no es tan grave: ya se habían acostumbrado. Siempre podían decir que
era lo que había votado el 54 por ciento o cualquier otro argumento patotero,
de esos que creen que anulan la necesidad de argumentos. Y, sobre todo: lo
hacían con la convicción de que servía para el futuro: con el espíritu
teleológico de cualquier buena militancia. Ahora, en cambio.
*
* *
(No, hermano, una cosa es tragar sapos sabiendo que vamos para adelante,
que le seguimos dando con fe, que los hijosdeputa esos la tienen adentro. Ahí
no te importa tanto, sabés que las revoluciones se hacen con barro y en el
barro siempre se mezcla un poco de mierda y te la bancás y le das como sea. No,
lo que se me hace difícil es mirar para otro lado y taparme la nariz cuando
tenés la sensación de que esto ya no va a ninguna parte, ¿no?)
*
* *
El fin de fiesta es un momento triste. Se prenden las luces, se apaga
gimonte, se encienden el cansancio y el hastío, en las caras aparecen las
manchas, las arrugas: cada quien se parece demasiado a sí mismo –y no siempre
es bonito de ver.
Los kirchneristas –más o menos– convencidos tienen esa sensación de
botellas vacías, luz de tubo. Y entrecierran los ojos para tratar de ver y
buscan en sus recuerdos cómo era, y tratan de convencerse de que en una de ésas
sigue siendo. Pero está tan difícil.
*
* *
(Lo que más me duele es que no entiendo qué fue lo que pasó. Iba todo
bien, seguíamos ganando, la gente estaba con nosotros, nos votaban, nos
aplaudían, y de pronto esto. No entiendo, de verdad no entiendo. Capaz que de
verdad el poder de los grupos concentrados es tan grande que al final nos
torcieron el brazo, que consiguieron convencer a todos estos de que… No sé de
qué los convencieron. ¿De que somos corruptos, de que somos inútiles? La
verdad, no sé de qué los convenció la corpo pero se ve que fue de algo muy
fuerte porque si no no se explica, si estaban todos con nosotros...)
*
* *
Se encuentran –a veces evitan encontrarse–, discuten, piensan, discuten,
tratan de no pensar. Por supuesto, hay de todo. No es lo mismo el profesional o
comerciante o empleado o estudiante que se entusiasmó porque vio que por primera
vez en su vida un gobierno le daba algo para entusiasmarse –e iba a la plaza
cuando llamaban a la plaza y trataba de convencer compañeros de trabajo y se
peleaba con el cuñado en los almuerzos– que el militante de 30 horas por día.
Y, de los de 30 horas, tampoco es lo mismo el que lo hacía por pura vocación –o
tenía si acaso algún puestito que le daba un sueldo para poder hacerlo, nada,
unas luquitas– que el que, ya que estaba, se había acomodado para el campeonato
y ahora se pregunta qué va a ser de su vida.
*
* *
(Y ahora estos hijos de puta son los primeros que corren, ratas de
albañal, los primeros. Hace tres meses te gritaban que iban a dar la vida por
la causa y ahora lo que dan es el número de la blackberry al primer massista
que se les cruza, reventados del orto. Capaz que es por tipos como ésos que
ahora estamos así. Sí, seguro que es por tipos como ésos. Porque para mí la
presidenta no hizo nada mal. Aunque quizá sí, voy a arriesgar: en una de esas
lo que le faltó fue un poco más de firmeza, ponerlos en vereda más en serio,
ser más dura con los oligarcas y no dejarse rodear por esos aduladores que
ahora salen corriendo. Si la hubiera hecho con nosotros, con los auténticos…)
*
* *
Se encuentran –a veces evitan encontrarse–, discuten, piensan, discuten,
tratan de no pensar. Los mejores intentan mantener las viejas convicciones
–aunque les resulta cada vez más complicado: se necesitaba mucho triunfo, mucha
confirmación externa para sostener ciertas contradicciones.
La psiquiatra Elisabeth Kúbler-Ross definió las cinco etapas que
atraviesa un individuo cuando se entera de que se va a morir. La primera –la
fase de la negación– ya pasó: por más habilidad que hayan acumulado en estos
años ya no consiguen hacerse los boludos. Ahora están, según quienes, entre las
dos fases siguientes: el cabreo o la negociación. O –son peronistas– ambas
asimetrías a la vez. Y algunos –siempre hay precursores– ya están entrando en
la cuarta etapa, la de la depresión. A la quinta –la aceptación– todavía no
llegaron.
*
* *
(Ya me los imagino de acá a un par de años –qué digo un par de años,
para algunos van a ser unos meses–, enganchadísimos con la contra, dando
cátedra, hablando de lo mal que le hizo a la Argentina el kirchnerismo; esos
hijos de puta siempre caen parados, y por eso estamos como estamos. Pero
nosotros los de siempre vamos a seguir dándole. Sí, es cierto que va a ser más
difícil, que no vamos a tener la guita, los medios, la banca que teníamos. Pero
mejor, va a ser más auténtico, vamos a quedar los de verdad y va a ser más en
serio…)
*
* *
Para muchos, por supuesto, ser kirchneristas era un trabajo como
cualquier otro, una fuente de ingresos. Esos ya están empezando a pensar con
qué van a reemplazarlo, de dónde van a sacar el diario sustento -y, sobre todo,
el próximo veraneo en las Seychelles. Son los que están contentos con las
concesiones que está haciendo el gobierno últimamente: imaginan que puede ser
la forma de durar un poco más, de postergar el momento de buscar laburo.
Para otros era una mezcla que unía lo útil a lo agradable –y algunos van
a lamentar más la plata, otros más la esperanza. Estos preferirían perder
"sin bajar las banderas". Aunque ahora descubren que pueden hacer las
dos cosas al mismo tiempo, pero todavía piensan que, si las mantienen erguidas,
en el mediano plazo van a poder volver, recuperarlas. E incluso, por momentos,
se descubren viéndole el lado bueno a la derrota: que cuando sean oposición
–imaginan–, cuando estén en el llano, podrán rearmar el mito del mejor gobierno
de la historia del mundo mundial sin que el relato choque todos los días contra
la realidad.
Pero, en los momentos de lucidez que incluso a veces tienen, se
preguntan si de verdad serán oposición: si quedarán suficientes como para
seguir llevando los trapos al mañana. Y en las noches de insomnio algunos se
confiesan lo que no querrían decirse: que les vendría tanto mejor que los
echaran con alguna violencia, con alguna épica, para no tener que aceptar que
perdieron por bobos, que desperdiciaron el mayor capital electoral de la
Argentina reciente porque no supieron qué hacer con él, cómo llevarlo a buen
puerto –o a cualquier otra parte. Y que en cambio, si los echan, el relato va a
ser mucho más fácil de contar.
*
* *
(Cómo me gustaría estar ahí, ponerles el pecho a las balas de los
oligarcas, caer peleando. Lo triste es irse así, como quien silba, sin dar la
pelea. Aunque tampoco es cierto: flor de pelea dimos estos diez años, por eso
ahora nos tratan así, nos tiran con todo. Les tocamos bien el orto y saltaron,
claro que saltaron, y nos las hacen pagar. Pero el pueblo no es tonto, va a
entender. Capaz ahora está un poco confundido pero a la larga va a entender que
nosotros somos los únicos que los defendimos, esto es un movimiento histórico,
carajo, y por eso yo sé que no vamos a bajar las banderas, vamos a seguir pase
lo que pase, y algún día vamos a volver. Volveremos, sí. Seguro volveremos.
Bueno, espero.)
*
* *
Raro ser kirchnerista en estos días: triste.
Aunque creo que lo más peor les llegará en unos años, cuando empiecen a
preguntarse cómo fue que perdieron toda una década de su vida siguiendo a un
par de truchimanes. Y nos la hicieron perder a los demás. Pero no se preocupen:
no vamos a pedirles cuentas. Solo los vamos a mirar con la penita que merecen,
sin rencores.
© Pamplinas (El País)
0 comments :
Publicar un comentario