Por Gabriela Pousa |
Con
el 2013 entrando en su último trimestre, la tajante sentencia de Heráclito se
hace inexorablemente latente: “Nadie se baña dos veces en el mismo río“.
Sin embargo es menester destacar que no todos los cambios implican
avances y que muchas veces hay situaciones que se modifican para que nada se
altere esencialmente.
En
ese dinámico mutar se halla la Argentina actual. El escenario político muestra
una nueva escenografía: de la negación absoluta de problemas a la
radicalización de métodos para paliarlos. Así, de pronto, lo inexistente es lo
prioritario.
Se borraron los libretos, el relato abre paso al reino de lo
improvisado. “Si con el blanco no dio resultado, vamos con el negro“,
parece ser la premisa. No consideran matices cuando Argentina, precisamente, se
tiñe de grises y castaños.
Ya
no se trata del país sumido en una crisis económica que habilita saqueos y
caos, ni es el país de la clase media impedida de acceder a un electrodoméstico
o visitar la costa una semana en enero. Es el país de contrastes, de
mucho lujo y mucho hambre.
El
país donde Mercedez Benz y Audi consiguen récords de venta mientras hay
criaturas con sed y déficit alimentario. Entonces, todo se torna más difícil de
entender pero queda claro que el camino transitado ha sido errado otra vez. Los
resultados de los últimos comicios mostraron justamente esa ambivalencia: el
fracaso por lo hecho y la esperanza que agita el “darse cuenta” que así no es.
En
lo sucesivo hay que buscar otro camino. El desafío estimula pero acobarda al
unísono: en el tablero electoral errar sigue siendo una opción aunque
sea más cómodo disfrazarla de “destino”, así se justifica situarnos en el ‘aquí
y ahora’ como sujetos pasivos.
Por
otra parte, la oferta de candidatos no coopera a la hora de sumar
certezas de verdadero cambio. Hay mucho parecido y poco distintivo. Sergio
Massa se erige como oposición al modelo del cual participó, sin exponer
claramente cuándo y por qué dejó de pertenecer. Sin duda su caudal
electoral explica hasta qué punto, el actual gobierno cansó. A fuerza de
oponerse, poco parece importar quién gane la elección, y posiblemente deba
primar la urgencia al detalle.
En
ese sentido, la situación del oficialismo es similar a la de la sociedad: ambos
están uniendo lo urgente con lo importante. Con el gatopardismo
kirchnerista se busca apenas que la derrota en las legislativas no sea
estrepitosa. Con el voto al intendente de Tigre, la gente pretende limitar a la
Presidente. En rigor, es dable decir que hoy, urgencia e importancia
fatalmente se igualan.
La
perversión del gobierno amerita que así suceda. A la ineficiencia se
une la malicia y el absoluto desprecio ya no por la política sino por la
mismísima condición humana.
Ahora
bien, una vez logrado el freno, ya no será posible dejar de separar y dar
prioridad a lo esencial: el cambio real. No se trata de adornar el
sendero ni de torcerlo sino de elegir uno nuevo. Para ese fin es menester que
los habitantes del país asuman definitivamente su rol ciudadano.
Lamentablemente la democracia argentina sigue siendo netamente delegativa
después de 30 años.
A
pesar de que ya no existen los grandes movimientos doctrinarios creando lazos
de referencia para encauzar a los votantes, el desentendimiento sigue
siendo grande. A ello ha colaborado el eufemismo de las internas
partidarias que terminó siendo una elección donde – con excepción de algunos
sectores – no se ha elegido nada.
El
voto ya no se siente como un derecho sino como una obligación. La cultura de la
transgresión hace mella y la inexistencia de castigos premia al hastío. En
ese contexto es entendible que Octubre no genere expectativas en la gente
porque se prevé una repetición del resultado anterior. Sin embargo Octubre debe
ser contemplado como el principio del final, no como el final en sí mismo.
Massa
deberá demostrar tras los comicios que su construcción política y su
ambición es diferente a la del kirchnerismo. La victoria no da derechos o no
debería darlos al menos. Hasta ahora repite la vieja fórmula de Néstor
Kirchner, gobernando con encuestas en la mano.
Con
una economía incierta pero sin la debacle de otros años, es el modelo de
gobernar lo que está agotado. Eso no implica que lo esté también el gobierno. El teatro no varió sustancialmente
en los últimos dos años. Los índices delictivos se mantienen parejos, la
corrupción es a esta altura un dato genético del oficialismo. La estafa
y el engaño cumplen 10 años.
Cristina
fue contundente tras la derrota en las PASO al enfatizar que aún detentan el
mando. Subestimar esa realidad es un error como lo ha sido subestimar su
posibilidad de construir poder tras el magro caudal electoral del 22% inicial. Podrán
no lograr un tercer periodo electoral pero mantienen intacta la capacidad de
daño.
La
fábula de la rana y el escorpión nos permite inferir cómo será la transición. La
debacle será atribuida a la insuficiencia de poder más que al exceso de
administración y control de un Estado con nombre de mujer y apellido heredado.
A su vez, la apuesta a todo o nada será redoblada.
La
política concebida por el gobierno como un campo de batalla erigirá nuevos
enemigos en lo sucesivo. Consecuentemente, la oposición y el pueblo
deberán entender que la neutralidad ya no podrá ser atribuida a la ignorancia
sino que antes o después, será juzgada como una forma de complicidad agravada.
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