Por Alfredo Leuco |
Cristina logró la unidad nacional: todos los argentinos le
tienen miedo. Después de fracturar hasta las piedras con su fanatismo
castigador, la Presidenta consiguió el denominador común del temor hacia sus
actitudes. Los dirigentes que la apoyan sienten pánico cada vez que se les
cruza la idea de expresarle alguna crítica. No se animan a plantearle ni el
mínimo matiz porque saben que su destino es la Siberia. Los candidatos que la
enfrentan sienten terror de sólo pensar que puede llegar a hacer cualquier cosa
con tal de embarrar la cancha. El kirchnerismo ya funciona como el Frente para
la Venganza y toma represalias.
Los intendentes massistas, reunidos el jueves,
confesaron que tienen que levantar la guardia y abrir bien los ojos. Nadie
descartó que una pueblada fogoneada por el cristinismo incendie alguna
comisaría en Tigre o en Almirante Brown. Todos se preparan para lo peor: un
carpetazo de Horacio Verbitsky y de sus compañeros de los servicios de
inteligencia o, peor aún, que algún cadáver narco aparezca en el territorio
enemigo de Cristina.
“Vamos por todo” fue reemplazado por “Vale todo”. El fin
justifica los medios porque deliran creyendo que luchan por la liberación
nacional contra la dependencia de las corporaciones destituyentes. Ya lo dijo
Ella: Massa es sólo el títere, un suplente.
Los ciudadanos comunes también miran con susto a la
Presidenta. Los que votaron por sus listas rezan para que Cristina vuelva a sus
cabales, recupere cordura y deje de actuar como la jefa de campaña de Sergio
Massa. Cada vez que la Presidenta habló, tuiteó o tomó alguna determinación,
fue un error no forzado que llevó un puñado de votos más para su enemigo
principal. Los que no eligieron las boletas de Cristina se inquietan pensando
en la posibilidad del portazo. Dicen: “Si ya lo hizo una vez, lo puede hacer de
nuevo”. Se espantan ante la posibilidad de que ella tire del mantel y se lleve
todo puesto con un alto grado de arrogancia y despecho. “Este pueblo no nos
merece, Néstor, renuncio”, dijo la noche terrible de la 125. Nadie descarta
semejante nivel de irresponsabilidad si en el atardecer del 27 de octubre las
cifras vienen peor o mucho peor que el 11 de agosto. Sería peligroso, aunque
gane por goleada en la Antártida.
La situación más inquietante de todas tiene que ver con la
estabilidad emocional de la Presidenta y con su mecanismo casi solitario para
tomar decisiones. El único hombre que se anima a decirle que no a Cristina se
llama Máximo, y no sabe, no contesta. Ella fue la mariscal de la derrota,
porque eligió los candidatos, los spots, el discurso y las medidas económicas.
Hoy atravesó la pantalla y perdió la confianza de quienes necesitan de su
conducción. Esto es lo más grave que le pasó al proyecto después de la muerte
de Néstor. No solamente padecieron la peor derrota electoral de la década, sino
que Cristina perdió la brújula y eso confunde a todos.
Talibanes repudiados por la sociedad, como Carlos Kunkel,
que fueron prolijamente escondidos durante la campaña, salieron a insultar a
Massa. Ese “delegado de la oligarquía al que no le da el piné”, como lo
definió, ganó en distritos donde vive la gente más humilde y donde el peronismo
casi no había perdido nunca: Lanús, Tres de Febrero, Avellaneda y José C. Paz,
entre muchos otros. Pero en otros lugares que forman el ADN del justicialismo
hicieron elecciones muy por debajo de las anteriores o ganaron por poco, como
en La Matanza o Quilmes, por ejemplo.
Por eso, se descontroló hasta el relato kirchnerista. El
Barba Gutiérrez, que ganó por un pelito en Quilmes y quiere salvar su pellejo y
la mayoría del Concejo Deliberante, salió con los tapones de punta contra
Aníbal Fernández, que con ese “me importa un carajo” el voto de los demás no
hizo más que seguir piantando votos y poner en lenguaje vulgar lo que Cristina
expresó por Twitter.
El intelectual icónico de Carta Abierta, Horacio González,
concluyó que Massa mira la realidad a través de una camarita de seguridad. Tan
mal no le fue, porque los tres millones de votos que logró representan casi el
14% a nivel nacional: en un solo distrito, con un partido de cuarenta días y
contra los aparatos más poderosos de la Nación, la Provincia y los municipios,
Massa logró la mitad de los votos de Cristina en todo el país. Esta es la dimensión
de la derrota. Algo se está gestando, se siente al respirar: el cristinismo
observa la realidad a través del ojo de la cerradura de la ideologitis.
La falta de liderazgo de Cristina aparece en las
contradicciones que dan suma cero. Un irreconocible Daniel Scioli (“se afilió a
La Cámpora”, chicaneó un intendente) habla de patrulleros, cámaras de
vigilancia y policía municipal para apoyar a Insaurralde. Pero,
simultáneamente, otro militante de la causa como el juez supremo Raúl Zaffaroni
dijo que la inseguridad “es una paranoia construida por los medios”. ¿En qué
quedamos? Por lo menos no metan adentro las pelotas que van afuera. Son esos
mismos diarios y canales a los que Cristina acusó por su derrota. Como si las
seis millones de personas que la votaron en 2011 y no la votaron ahora hubieran
dejado de leer Tiempo Argentino o de ver 6,7,8 y se hubieran pasado de golpe a
leer Clarín y ver TN. Infantilismo que no resiste el menor análisis. Y menos
para un peronista, que no puede acusar al pueblo de ser una botella vacía que
llenan los periodistas con contenidos malignos. Ese concepto discriminador fue
siempre propiedad de los gorilas. Hay más choque de discursos cuando el
gobernador Scioli ofrece entrevistas a Clarín y La Nación, que –según Cristina–
junto con PERFIL son arietes del golpismo. Algo no cierra. ¿Cómo Scioli, tan
cristinista ahora, va a dialogar con el diablo mediático?
Massa festeja la reaparición de Felisa Miceli, condenada por
corrupta por la Justicia y no por el periodismo, pero traga bilis cada vez que
lo llaman para decirle que echaron de su trabajo a algún simpatizante suyo
hasta en los niveles más bajos del Estado. O que la plata para terminar las
obras no llega. O que le sacan tarjeta roja al segundo jefe de la policía sólo
porque no aceptó operar contra Massa. La extorsión de Estado y el Frente para
el Apriete no tienen límites. El abuso de poder es obsceno y obsesivo.
Presionaron incluso a una de las principales terminales automotrices para que
anulara importantes convenios de inversión en uno de los principales distritos
del Frente Renovador. Tal vez no ganen un solo voto con eso, pero deja
tranquilas sus almas dañinas y el viejo sueño autoritario de “al enemigo, ni
justicia”. Por eso todos y todas tienen tanto miedo.
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