Cree que Cristina y
Massa no saldrán ganando de la elección legislativa con vistas a 2015.
Por Roberto García |
Es decir, quizás Cristina no pueda hacerse reelegir por cuestiones de número en el Congreso, pero sin su apoyo nadie podrá pensar en hacerse elegir.
Ese es el axioma Scioli, el que sigue al pie de la letra y
como si en la Constitución no incluyese la figura final de la doble vuelta que
puede derrumbar esa creencia. Y como si no quisiese tomar en cuenta las
iniciativas oficialistas que, en su contra, persiguen atajos para intentar la
renovación del mandato de la dama: desde ampliar el número de miembros de la
Corte, a la convocatoria de una constituyente por decreto (con antecedentes en
Nicaragua), a una ley no vinculante –que aprobó la propia Legislatura
bonaerense– que permite llamar a un plebiscito por una cuestión menor y que
implica de hecho una reforma constitucional (semejante a lo que Néstor
Kirchner, para continuarse, realizó en Santa Cruz). Tampoco desea ver los
propósitos reeleccionistas ya manifestados en Mendoza y Santiago del Estero.
Scioli sólo observa, dicen, las oscilaciones para los dos
comicios que vienen. Supone que le suma tanto el triunfo por escaso margen del
intendente de Tigre como su eventual derrota, también por una mínima
diferencia. Si empatara Massa con Cristina, imagina que a él le toca el Gordo
de Navidad. Por lo tanto, juega al futsal, asiste a cuanto acto se anuncia,
exhibe sondeos que encabeza para 2015, pronuncia frases de campaña y acepta la
tranquilidad de los intendentes cristinistas, convencidos de un resultado que
ellos sólo conocen, del trasiego de boletas y troqueles, y de la eficacia
contable de la empresa Indra. En su optimismo de celuloide, sólo lo trastorna
la posibilidad de que Cristina pudiera obtener un triunfo arrollador, abultado,
lo cual convertiría al gobernador en un inquilino transitorio y sin domicilio
asegurado en Balcarce 50 en 2015. Baila en una pata porque ese pronóstico no
aparece en ninguna de las encuestas.
Desde que desertó repentinamente del acuerdo con Massa (y
con Francisco De Narváez, sobre todo, con quien había cambiado cartas de
intención), Scioli pasó de la inmolación suicida a corporizarse en un milagro
político. Nadie de sus socios nonatos le reprocha su partida, y el universo
cristinista le arroja bendiciones, desde una correntada de dinero para su
apremiante economía hasta la anuencia para integrarse al entorno de Ella sin
portar el letrero de “indeseable”. Hasta habituales críticos como los
organismos de derechos humanos, en una pirueta tan osada como suspicaz (no tan
vergonzante, como la ofrecida en el caso Milani), se olvidaron de cuestionar
por unos días a su ministro penitenciario Ricardo Casal. Pero lo más enternecedor
del cambio, para él, es que Ella le dice, susurrante, “Daniel”. Halago
intimista, además, que proviene de alguien más comestible desde que perdió
varios kilos.
No sólo Scioli se devana por 2015. Binner disfruta esa
futura condición presidencial para dominar casi 40% en Santa Fe, un adicional
que Massa mantiene sobre el módico Insaurralde, relegado a las fronteras de la
provincia con la mejor voluntad. Aditivo que conserva Mauricio Macri y que, por
obra de los esteroides electorales, se trasladó a Elisa Carrió, tan convencida
de su performance porteña que a cada rato cita la importancia de pensar en
2015. En su 2015. Casi como Martín Lousteau, menos atrevido, pero imaginándose
en la grilla de los candidatos a jefe de Gobierno capitalino en esa fecha,
visto el desierto radical y cierta sinonimia personal que podría tentar al
macrismo. Si pudo ser kirchnerista, ahora radical, ¿por qué no podrá
representar –sin decirlo– a una agrupación municipal con ADN impreciso?
Un abanico de ambiciones provocan estos comicios de medio
tiempo. Algunas a enterrar después de octubre, mientras se desliza una de las
campañas menos relevantes de la historia y no sólo por personal contratado en
países vecinos (Perú-Massa, España con sede en Miami-De Narváez, Ecuador-Macri)
que sugieren mensajes convencionales, uniformes, neutros. Pensar que el
kirchnerismo paga por el atentado que constituye a la escritura el eslogan
“Elegir seguir haciendo”, tres verbos juntos, dos irritantes y cacofónicos, uno
en gerundio. O el descenso al voto lástima en que obligan a incurrir a
Insaurralde con la historia de su lejano cáncer testicular, por no citar el
descuidismo de meterle la mano en la sotana al Papa para utilizarlo como
propaganda en una fotografía. Para peor, el candidato dijo que él nada tenía
que ver con esa publicidad.
Por lo tanto, no se trata de discutir ideologías, se trata
de vulgaridad. Como el aviso de Massa quitándose el saco, en una remake de la
campaña aliancista de Fernando de la Rúa, invitando a pelear como si fuera Tom
Cruise, tal vez olvidando que se postula como diputado y posible presidencial.
De la Argentina, no de Tigre.
Uno parece reducir la elección en todo el país a la disputa
bonaerense. Con razón: su resultado puede modificar el curso político de la
“década ganada” y el medio siglo de continuidad imprescindible como pregonan
sus beneficiarios. Ninguna provincia está en condiciones de modificar este
cuadro decisivo que aporta la provincia de Buenos Aires, ni las más
importantes; tampoco ningún gobernador, convertidos en súcubos de la Rosada
desde que Néstor les prohibió reunirse para que no lo traicionen (algo del tema
debía saber: fue gobernador tres veces).
Ahora se observa un cambio radical con la irrupción de Massa
y otros intendentes, tanto que la mandataria bajó varios escalones y se impuso
una tarea pedestre: enfrentar a un intendente y propiciar a otro, cuando estos
funcionarios ni figuraban en su agenda. Salvo cuando, con escasas ganas,
admitía ceder subsidios para el cordón y la cuneta o un dispensario. Hoy, en
términos de número, los intendentes han decidido gravitar, se sientan en la
mesa del poder y por el rol a cumplir a través de Massa serán determinantes en
los próximos años. Aun si a él no le va tan bien como decían las encuestas.
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