Especial - El periodista Nelson
Castro analizó el resultado de las últimas elecciones y los discursos
posteriores de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que asombraron a
todo el arco opositor por la violencia de sus palabras y la falta de
autocrítica. Según Castro, la Presidenta tiene o podría padecer del “síndrome de
Hubris”, una extraña enfermadad que afecta, principalmente, a quienes ejercen
el poder político. ¿Qué es el síndrome de Hubris? A continuación, la columnista
Isabel F. Lantigua, explica de qué se trata. Su opinión fue publicada en 2008
en el diario español El Mundo.
El delirio de los
políticos
Creerse invencibles y
ver enemigos en todas partes es común entre los gobernantes
Por Isabel F. Lantigua
¿Por qué decidió el trío de las Azores –Aznar, Bush y Blair-
invadir Irak con toda la ciudadanía e incluso miembros de sus propios gabinetes
en contra? ¿Por qué perdieron el contacto con la realidad y no escucharon a la
opinión pública? El ex político británico y neurólogo David Owen cree que parte
de la culpa fue del 'síndrome Hubris', un trastorno común entre los gobernantes
que llevan tiempo en el poder.
Neville Chamberlain, Hitler, Margaret Thatcher en sus
últimos años, George Bush o Tony Blair son solo algunos de los líderes que han
sucumbido al 'Hubris', un problema que no está caracterizado como tal por la
medicina, pero que tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre los que
destacan una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de
quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad.
"Las presiones y la responsabilidad que conlleva el
poder termina afectando a la mente", explica al diario 'Daily Telegraph'
Lord Owen, que ha recogido en su nuevo libro 'In Sickness and in Power' ('En la
enfermedad y en el poder') las conclusiones de seis años de estudio del cerebro
de los líderes políticos. "El poder intoxica tanto que termina afectando
al juicio de los dirigentes", afirma.
Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar,
se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque
piensan que sus ideas son las correctas. Por eso, aunque finalmente se
demuestren erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando en
su buen hacer. El ejemplo más reciente es la guerra de Irak, pero hay muchos en
la historia, dice David Owen, que conoce bien la política, ya que fue uno de
los fundadores del Partido Social Demócrata Británico (SPD) y Secretario de
Exteriores del Reino Unido.
En un ensayo publicado en 'Journal of the Royal Society of
Medicine', Owen, que reconoce que el poder se le subió un poco a la cabeza
aunque nunca llegó a esos extremos, señala que este comportamiento hubrístico,
el sentirse llamados por el destino a grandes hazañas, es lo que llevó a Bush y
Blair a "no planificar con detalle cómo reemplazarían la autoridad de
Sadam Hussein y a no pensar en la respuesta del ejército iraquí. Estaban tan
convencidos de que la invasión de Irak era la mejor opción y de que recibirían
a las tropas con los brazos abiertos que hicieron caso omiso de las
advertencias de los expertos".
¿Con los pies en el
suelo?
El síndrome responde más a una denominación sociológica que
propiamente médica, aunque los galenos son conscientes de los efectos mentales
del poder. El psiquiatra Manuel Franco, jefe de Servicio del Complejo
Asistencial de Zamora, explica lo que pasa con los líderes políticos.
"Una persona más o menos normal se mete en política y
de repente alcanza el poder o un cargo importante. Internamente tiene un
principio de duda sobre si realmente tiene capacidad para ello. Pero pronto
surge la legión de incondicionales que le felicitan y reconocen su valía. Poco
a poco, la primera duda sobre su capacidad se transforma y empieza a pensar que
está ahí por méritos propios. Todo el mundo quiere saludarle, hablar con él,
recibe halagos de belleza, inteligencia… y hasta liga".
Esta es sólo una primera fase. Pronto se da un paso más
"en el que ya no se le dice lo que hace bien, sino que menos mal que
estaba allí para solucionarlo y es entonces cuando se entra en la ideación
megalomaniaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse
insustituible". Para el doctor Franco, es entonces cuando los políticos
"comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años como si ellos
fueran a estar todo ese tiempo, a hacer obras faraónicas o a dar conferencias
de un tema que desconocen".
Pero no queda aquí la cosa. Tras un tiempo en el poder, los
afectados por el 'Hubris' padecen lo que psicopatológicamente se llama
'desarrollo paranoide'. "Todo el que se opone a él o a sus ideas son
enemigos personales, que responden a envidias. Puede llegar incluso a la
'paranoia o trastorno delirante', que consiste en sospechar de todo el mundo
que le haga una mínima crítica y a, progresivamente, aislarse más de la
sociedad. Y, así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde viene el
batacazo y se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no
comprende", concluye Franco.
Palabra de griego
Este problema es antiguo, aunque ha evolucionado con el
tiempo. Fueron los griegos los primeros que utilizaron la palabra 'Hubris' para
definir al héroe que lograba la gloria y 'borracho' de éxito se empezaba a
comportar como un Dios, capaz de cualquier cosa. Este sentimiento le llevaba a
cometer un error tras otro. Como castigo al 'Hubris' está la 'Nemesis', que
devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso.
Existen algunos factores que predisponen más a desarrollar
este comportamiento. Para el psiquiatra Manuel Franco, el principal factor de
riesgo es ser varón, ya que "los hombres son muy sensibles al halago y al
reconocimiento y toleran mal la frustración", aunque también contribuye
tener "una baja capacidad intelectiva".
El hecho de que este síndrome sea tan común en política se
debe, según este experto, a que "en otros ámbitos es más frecuente que el
que esté arriba sea el más capaz, pero en política no es así, porque los
ascensos van más ligados a fidelidades. El poder no está en manos del más
capaz, pero quien lo ostenta cree que sí y empieza a comportarse de forma
narcisista".
Aunque no faltan ejemplos entre los políticos españoles,
Manuel Franco reconoce uno muy reciente y muy comentado en la campaña
electoral. Se refiere a la reforma del piso del Ministro de Justicia, Mariano
Fernández Bermejo.
"Sólo bajo la idea de infalibilidad y de creerse
imprescindible, es decir, bajo una ideación megalomaniaca puede uno hacer una
reforma de esas características dos meses antes de unas elecciones cuya
victoria no estaba clara y que, aunque se diera, él podría no seguir. El
sentido común le hubiese llevado a esperar a tener la confirmación de su
puesto. Bajo la ideación megalomaniaca hace la obra sin reparar en más. Y en
las explicaciones refería buscar la dignificación de la vivienda, dando la
impresión de que su antecesora no la tenía digna. En realidad, lo único que
estaba en su mente es que alguien tan importante como él no podía estar con
menos".
Aparte de los síntomas evidentes, la neurociencia no ha
encontrado aún las bases científicas que expliquen este síndrome. Además, como
reconoce el doctor Franco, "es difícil tratarlo o evitarlo, sobre todo
porque quien lo padece no tiene conciencia de ello".
© El Mundo.es
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