Por Esteban Peicovich |
Entre el ombligo y la
historia no hay espacio. Lo prueba esta columna. Si se desquicia la corporal,
flaquea la semanal. Por estenosis, una. Por crisis varias, la otra. ¿Estenosis?
Ofrezco símil de ayuda. Imaginen la columna vertebral como un clarinete. Bien.
Ahora aplasten sus teclas centrales. Fin del ejemplo. Cuando esto lo hace la
anatomía, nos causa una estenosis. Esto es, una fábrica de navajitas de andar
de aquí para allá, gambas abajo, pies arriba. Tal, lectores sueltos o a granel,
el aguinaldo con que me premió la ancianidad. Un sofoco de ésos. Claro que, “a
ver” (como ralenta Massa sus Respuestas Cerradas) peor destino es lagrimear
mudo de ideas en el Limbo Room de Carta Abierta.
Prosigo. En últimos tres
años probé once abordajes para superar maxi y mini dolores pero Hipócrates no
logra calmar sin riesgos a tan cabreras teclas. La estenosis es, “a ver, como
decirlo”, una “argentinada” del cuerpo humano. Una pavada que compromete el
todo. Huesitos fósiles que al flotar ya sin función causan dolor y malestar. “A
ver”, algo así como la Cámpora en el sistema nervioso de la
administración nacional.
Algo recuperado retomo
la marcha pero no doy con novedad alguna. Sí, con tres clásicos que apuntar. 1/Mandan
los mismos. 2/Afanan los mismos. 3/ Sufren los mismos. El paisaje
público está envuelto en un malsano violáceo medioeval. Sucede el revés de lo
que se habla. Hay ispa no país. No hay Estado. Ni Rosada ni Congreso juntos
pueden superar la representatividad republicana encarnada en la pareja portavoz
de los deudos de las víctimas del Once. Atontada por drogas durísimas, fútbol y
tevé, la indignación no dice ni “a”. Sumida en estado de bostezo electoral
mostró su abulia dando 70 por ciento de sus votos a súbitos K. de repuesto.
Ahora la nada nacional reposa como espeso aceite entre orillas de agosto y de
octubre. Scioli dice “Ejem”. Massa “A ver”. Carrió “Yo”.
Mucho más atractiva y
factible de mejora que la Argentina me resulta la Especie. Por lo que me ajusto
más a la identidad de Primate que a la de Argentino. Noche de éstas, tras
lectura afín, soñé con el esfenoides, huesito impar que parece
inventado por Borges. De los 204 de nuestra osamenta es el único ocupado en
mutarnos la silueta y mejorar quizás nuestro destino cósmico. Situado en la
zona posterior baja del cerebro (al que le hace de silla) la ciencia apuesta a
que una próxima inclinación suya puede llevarnos al ajuste final de nuestro
Occipital con la primera de nuestras cervicales. Esa vértebra prima, única en
poseer nombre (Atlas) y de cuya jerarquía tan seguros estaban los poéticos
griegos del principio que así denominaron al titán que sostenía el mundo. Un
anticipo del acoplamiento hacia el que nos dirigimos desde hace 60 millones de
años en viaje que está por cumplir su quinta etapa. Según la ciencia, cuando
concluya este proceso y el esfenoide “calce” perfecto en el atlas del tubo
neuronal o clarinete…no habrá más penas por disloques del muñeco interior.
Ese día, el primate
sapiens se amigará con su columna. Seguirá bípedo erecto, pero indoloro. Correr
y saltar “a lo resorte” como Pistorius o “a lo pulga” como Messi será natural
hasta para los ancianos. Una fiesta. Terminará así el desvelo que desde el
inicio nos obligó a permanecer por susto subidos a los árboles. Por entonces, y
dado que la cabeza por su peso lo impedía, el esfenoides no podía cerrar la
boca del “clarinete” y ponerle cartel de “obra terminada” al modelo que nos
tocó. Esto sucedería (¿hoy, mañana?) durante el millón y pico de años de cambio
de época en el que estamos, según lo mide la paleontología. Tiempo que para
esta ciencia es más breve que el político que deberemos adolecer de aquí a
2015.
Cuento como lo entreví
en mi duermevela y pese a venir de mí no lo siento un disparate. Por el
contrario, la considero la más bella noticia que podemos recibir. No es
desvarío. A la ciencia le cierra el argumento. Subimos a los árboles por
la misma razón que hoy vivimos entre rejas y camaritas. Bípedos obligados a
vivir colgados de las ramas por miedo a los mismos felinos que nos expulsaron
de las praderas y sabanas del principio. Alejarse del bosque, tentar turismo
arcaico, era por entonces tan arriesgado como deambular hoy a medianoche por La
Matanza. Fueron tantos los miles de años que presos de la paura corrieron
aquellos neandertales que nuestras columnas primates de hoy (genes mediante)
aún nos duelen. La mía, ni que hablar.
Confieso también (en mí
todo lo íntimo es público: no, lo privado no) que a veces el dolor me lleva a
dejar seducirme por la cortisona. Sí, lo sé (come hueso, infla, lleva a la
diabetes, etc.) pero a cambio uno vuelve a ser humano, a dormir (“¿tal vez
soñar?”), a flotar en la piscina y a caminar con gozo de flanneur. Estuve a
punto de caer en adicción pero me detuvo un milagro. Dios me envió al fraterno
Nelson Castro a casa y su filípica tuvo más éxito que la que cierra su homilía
semanal por tevé. Que Cristina haga lo que quiera. Yo paré con la Corti. Me
entregué a la osteopatía. Mi esperanza se llama Esfenoides.
Espero no escandalizar
con él a los barras bravas del imaginario nacional. Contar, tenía que contarlo.
Y jugarme por esta noticia también. Si el Vaticano llegó a insinuar que hasta
el mismísimo Papa podría descender de mono (que jamás los hubo en Polonia) ¿por
qué no habría de sumarle un cristo cualquiera periodista una nueva primicia a
la esperanza?
© Perfil.com
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