Por Roberto García |
Si uno se encierra en las farsescas primarias de mañana,
como la multitud que se engolosina morbosamente con el crimen de Angeles Rawson
desde hace casi dos meses, no sólo pierde perspectiva de su situación. También
ignora, como si estuviera drogado, las consecuencias dramáticas que deberá
atravesar. O padecer. Especialmente, en
el crítico rubro de la energía, cuya
salvaje crisis exponencial ni siquiera podría encontrar salida con soluciones
contrarias al mitológico relato oficial.
No son palabras estimar que este
cuadro fuera de control, ya sin dimensión, amenaza la estabilidad económica y
la vida cotidiana de los ciudadanos para los próximos meses. Nada alcanza, ni
un nuevo acuerdo tipo Chevron, por firmarse y anunciarse en un par de meses,
con otra empresa de origen local que teme perder una licencia estatal. De ahí
la feroz interna que se vive en la administración entre los improvisados
responsables de esta década –hoy hasta
tiran por la ventana las mágicas e incumplidas promesas de Miguel Galuccio–, el
desasosiego de Cristina de Kirchner y la desesperación ante la incertidumbre futura. Aunque este drama de
vivir importando energía sin poder pagarla se anestesia, momentáneamente,
por el calendario electoral que empieza
mañana.
Con paradojas de todo tipo, según las encuestas. Por
ejemplo, con un oficialismo que mejora performances en distritos clave
(Capital, Santa Fe, Córdoba, Mendoza), pero
en los cuales habrá de perder. Mientras gana, con esfuerzo, en lugares donde antes arrasaba
(el noroeste del país). Ese parece el panorama luego de octubre. Deberá restar
senadores (uno o dos) y, aunque podrá
presumir de contar con más diputados que antes (no menos de cinco), ese
resultado no le agregará poder: por el contrario, la oposición puede armarle un
bloque que habrá de impedir la continuidad del Congreso como escribanía
pública, esa feliz definición de algún adversario. En suma, podrá decir la Casa
Rosada que es la primera fuerza del país, con 30 o 35% de los votos, aunque esa
cifra sea un derrumbe ante el 54% de hace dos años. Lo que implica, claro, el
entierro probable de fantasías hegemónicas como
“Cristina eterna”.
Queda claro, al margen de episodios sintomáticos como el de
Santa Cruz –perder allí y hasta salir tercero el oficialismo significaría como
si Menem y Alfonsín en el gobierno hubiesen sido derrotados en La Rioja y
Chascomús– , el saldo vital de la provincia de Buenos Aires, donde un hombre de
la misma estirpe (Sergio Massa) le hizo explotar el barco a la doctora, y el
viaje prometido a Europa no pase del puerto de Montevideo. Curioso: allí
perdieron con 37 y 38% radicales y peronistas, hoy quizás se pueda triunfar con
menos del 35%; ella o Massa, quien por haber picado en punta ahora se destiñó
un tanto debido al exitismo obligado de los argentinos (y sin haber denunciado
un atentado con dos tiros en su camioneta en los alrededores del restaurante La
Calesita, lo que también explica la impropia repulsa contra el gobernador). Más
curioso es que entre los dos principales rivales, incluyendo a Francisco de
Narváez, el peronismo puede pasar 80% de los votos sin que nadie haya
necesitado denunciar casos de corrupción en ninguno de los competidores (no se
debe apartar del paquete a Daniel Scioli) que, se supone, es una de las
principales inquietudes de los argentinos (y que, en la plaza porteña, le ha
deparado a Elisa Carrió un incremental volumen político). Rarezas de esa
agrupación dominante.
Un dato por consolidarse en octubre, de acuerdo con estos
resultados, es el siguiente: se abre quizás la fuga de voluntades y dirigentes
de un sector hacia otro. Resulta difícil consentir que el cristinismo será el
encargado de renovar adhesiones.
Mientras, por prevención o naturaleza, la Justicia legítima
se enorgullecerá de que Amado Boudou –como otros funcionarios famosos hace
pocas horas– logre pequeñas victorias judiciales en sus causas (es posible que
la Cámara desestime las denuncias de su ex esposa, por ejemplo). Podrá lamentar
ese núcleo político, quizás, que Norberto Oyarbide, en edad de jubilarse,
reflexione sobre su futuro a partir de que algún tipo de afección lo demacró y
le hizo perder kilos impensadamente, al tiempo que él ha cambiado ciertos
estilos (ya no usa moñito, no se lo ve en fiestas mediáticas y mudó esos trajes
oscuros de atildado origen extranjero). O que el litigio con Clarín, una semana
después de los comicios de octubre, tenga una resolución de la Corte Suprema
que abrirá las puertas para nuevas y vociferantes denuncias. Este tema se
complementa con las sonrientes entrevistas que David Martínez, un controvertido
socio del grupo mediático en Cablevisión, ha mantenido con Carlos Zannini en
los últimos 45 días: vino expresamente por unas horas de Londres o Nueva York,
sus residencias, dos veces, para conversar con el funcionario. Sobre este caso,
obvio, también planea la reglamentación pendiente que habilita vía la Comisión
Nacional de Valores a que un socio minoritario reclame una intervención estatal
sobre la empresa.
Detalles, en fin, sobre la vida cotidiana, al tiempo que
Guillermo Moreno modificó en parte sus acusaciones sobre la suba del dólar
blue: pasó del capítulo de bancos y casas de cambio a la suposición de que el
mercado lo mueve un periodista casi desconocido de un medio económico. Típico de
aquel que no asume su propio fracaso. O emprender la obligatoriedad de
suscribir un bono patriótico a los bancos con dólares declarados a través de un
instrumento creado para blanquear dólares negros. No parece el único disparate
a la hora de capturar dólares faltantes para encubrir la crisis energética
–habrá que insistir: sin dimensión, exponencial–, ya que el blanqueo no
prospera (al menos para la keynesiana teoría de incentivar la construcción vía
Cedin) por la reserva de los posibles beneficiarios y por la multitud de
restricciones impuestas, ya que, entre otros, están presuntamente impedidos
aquellos que hicieron la conscripción y los profesores universitarios que han
servido en universidades públicas. Algo que parece absurdo, como el veto para
familiares, como abuelos o padres, hijos o nietos de esos posibles voluntarios
al blanqueo.
Aunque esa prohibición no rige para los hermanos o hermanas.
Una falla sin duda en la legislación, un tropiezo de evidente mala praxis, casi
como continuar la tarea del poderoso secretario de Comercio sobre las tarjetas
de crédito en manos de una mujer que devino de ocupante de bancos en tiempos
del duhaldismo (negociadora entonces en las revueltas con Aníbal Fernández) o
la función de vigilar bancos y casas de cambio por el alza del dólar blue en la
cabeza de un kinesiólogo. Son de imaginar los sabrosos diálogos que van de
mercados internacionales, tapering, coberturas y otras yerbas financieras al
alivio de dolores lumbares.
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