Por Ana Gerschenson |
Como Ralph, el personaje de la película de Disney, Elisa
Carrió podría protagonizar el film Lilita, la demoledora. Ex radical, ex ARI,
ex Acuerdo Cívico y Social y ahora al borde de ser ex Coalición Cívica, Carrió
construye y destruye proyectos políticos con idéntica rapidez y vocación
personal.
Después de generar el único espacio que se someterá a reales
internas abiertas y simultáneas el 11 de agosto, con tres listas definidas bajo
la sigla UNEN, de instalar la civilidad del grupo, de aceptar las reglas del juego,
Carrió sorprendió a sus aliados con críticas de bisturí.
Acusó a su jefe de bancada, Alfonso Prat Gay (actual
diputado y precandidato a senador), de no acompañarla en sus denuncias por
corrupción; criticó a Martín Lousteau, postulante a diputado, por haber sido el
autor de la resolución 125 contra el campo cuando era ministro de Economía de
Cristina Kirchner. "Hiciste un daño terrible. ¿Por qué no
renunciaste?", le dijo en la cara durante un debate televisivo esta
semana. Y a los radicales, especialmente a su rival interno Ricardo Gil
Lavedra, los llamó blandos y cobardes. Sus todavía socios la definieron como
una "denunciante vitalicia" que "sólo acepta dirigir la
orquesta".
La misma actitud tuvo con el Acuerdo Cívico y Social, que su
agrupación integraba junto al radicalismo y el partido socialista, el mismo que
Carrió también había ayudado a sellar en 2009.
Elisa Carrió |
De "Ricardito" dijo que no tenía capacidad para
gobernar y de Hermes Binner directamente que "no existe". Un
mecanismo de acción que suena demasiado familiar por estos días.
Fue así desde su alejamiento del radicalismo en el año 2001.
Fundó su propio partido, el ARI (Afirmación por una República de Iguales), pero
se desencantó por cuestionamientos internos a sus decisiones. Es que Lilita
había girado sin escalas de la centroizquierda furiosa a la centro derecha. Y
sus nuevos protegidos pasaron a ser Prat Gay y Patricia Bullrich. En 2009
resolvió abandonar su liderazgo partidario para crear la Coalición Cívica, una
agrupación de la que formalmente forma parte, pero en la que ya no tiene puesto
su corazón político.
Elisa Avelina Carrió está acostumbrada a ocupar el centro de
la pantalla, con sus denuncias y vaticinios sobre la Argentina. Siempre ofrece
el mismo menú, y en muchas ocasiones sus afirmaciones han resultado ciertas.
Pero el electorado a veces la legitima y otras le pide que
cambie. Basta con repasar los números de las elecciones hasta aquí. Como
candidata presidencial por el ARI en 2003, sacó el 14,03 por ciento en quinto
lugar. En 2007, logró mantener su alianza con el socialismo (sin demoler el
acuerdo) y consiguió el segundo lugar con el 23,04 por ciento de los votos.
Carrió se convirtió en la segunda fuerza política de la Argentina, después del
Frente para la Victoria. Y en 2011, en absoluta soledad, después de pelearse
con el radicalismo, el GEN, el socialismo y parte del ARI, cosechó apenas el
1,84 por ciento de los sufragios. Una caída estrepitosa.
"Soy la razón de la derrota", dijo y masculló la
idea de alejarse de la política. Pero Lilita siempre vuelve. De hecho, los
sondeos la ubican como ganadora de la interna abierta entre los candidatos a
diputado de UNEN, y segunda en la Ciudad, detrás del PRO.
Lilita vuelve. Con sus proyectos de construcción política,
sus sociedades circunstanciales. Vuelve con su histrionismo, con las palabras
ásperas que sobresalen entre los formalismos de la dirigencia. Vuelve con sus
pronósticos terminantes y sus pedidos de resistencia al pueblo. Y cuando se
intensifican los reclamos de la sociedad por la combinación de corrupción y
economía complicada, Lilita disfruta su lugar de estrella en el centro del
escenario, sin coprotagonistas. Sola, con su maza lista, como Ralph el
demoledor.
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