Por Ignacio Fidanza |
Carlos Zannini consume estos días en la articulación de un
plan que garantice cierta sobrevida política al kirchnerismo, luego de la
fuerte derrota que estiman inevitable en las legislativas de Octubre.
“Tenemos que generar una alternativa de sucesión, si no nos
quedamos afuera de todo y esos es peligrosísimo”, resumen en el núcleo duro del
kirchnerismo.
Las encuestas que llegaron al despacho del influyente
secretario Legal y Técnico –entre otras un trabajo de Hugo Haime-, vaticinan
para octubre un triunfo de Sergio Massa por unos 42 puntos contra 27 a 29 de
Martín Insaurralde, pero proyectados esos números podrían llevar al intendente
de Tigre hasta el 45 por ciento.
Fue tal la alarma que corrió en Gobierno ante estos números
que Cristina decidió tirar la casa por la ventana y concedió casi todo lo que
venía resistiendo hace años: Aumento de ganancias, negociación con los fondos
buitres y hasta se vio a Sergio Berni afirmando ante los medios que la
inseguridad era un problema real, contradiciendo el mantra kirchnerista de casi
una década, que reducía el fenómeno a una incomprensible “sensación”.
El vuelco de expectativas sin embargo es mucho más profundo.
En el núcleo del kirchnerismo duro finalmente se asumió que no habrá Cristina
eterna, que el proyecto reeleccionista se quemó como un papel.
Con ese diagnóstico, Zannini comenzó a trazar una estrategia
para acotar los daños y estructurar un mínimo esqueleto político que soporte la
última mitad del mandato de Cristina.
El padre de la
derrota
La primera decisión que tomó el kirchnerismo duro fue buscar
afuera, como hacen siempre, un responsable de su derrota. Y allí estaba Daniel
Scioli que unía lo necesario con lo deseable. “Si Scioli es presidente me
prendo fuego en la Plaza de Mayo”, dijo ante diez personas y no hace mucho
tiempo, el líder de La Cámpora, Andrés “Cuervo” Larroque.
En La Plata ya estaban cargando bidones para acercarle a
Larroque, cuando en la previa a las primarias Scioli se puso la campaña al
hombro y empezaron a atribuirse el notable crecimiento del intendente de Lomas
de Zamora que parecía iba a empatar con Massa. Pero todo cambió.
La derrota fue por más de cinco larguísimos puntos y la
primera reacción fue apuntar, en otro gesto repetido, a los intendentes del
Conurbano. Luis D´Elía lo sintetiza con una reflexión: “Son traidores o
boludos”. En el primer rubro ubica por ejemplo al mandamás de Merlo Raúl
Othacehé que según el piquetero “ya cerró con Massa” y en el otro renglón,
acaso más humillante, al pobre Hugo Curto de Tres de Febrero, que “no supo
prepararse para la que se venía”.
Como sea, la idea ahora es minimizar la exposición de
Cristina en la campaña y hacerle los gobernadores lo que ellos querían hacerle
a la Presidenta: Provincializar la elección. “Que cada uno se haga cargo de su
elección”, sintetizan en la Casa Rosada. “Ella no compite, si se pierde la
provincia por 15 puntos la derrota es de Scioli”, agregan.
Esto desde la óptica kirchnerista resuelve la mitad del
problema. Pero sigue abierto el tema más grave de la sucesión. Si acaso se
logra mediante este artilugio evitar una procesión a La Plata de peronistas en
busca de futuro, no se evita que simplemente cambien de autopista y enfilen
hacia Tigre.
Por eso, en los primeros días posteriores a la derrota de
las primarias hubo un fuerte debate en el Gobierno y algunos sectores
propusieron anunciar la elección de Scioli como sucesor –de hecho corrió fuerte
la versión de un anuncio de la propia Cristina-, una manera de regresar al
centro del ring y equilibrar a Massa.
Pero Zannini, que para muchos que lo conocen es el
responsable de los errores más graves que cometió la Presidenta, se impuso una
vez más. La opción Scioli fue descartada y el elegido para las presidenciables
del 2015 –por el sector que él lidera- hoy no es otro que el gobernador de
Entre Ríos, Sergio Urribarri.
Este gobernador se referencia con Zannini y se asume como
parte del dispositivo ultra cristinista de Unidos y Organizados. De hecho, en
la cumbre de gobernadores que se realizó en su provincia, tomó dos decisiones:
No invitar a Scioli y pedirle a los organizadores que incluyeran entre los
oradores a Larroque.
Scioli tiene esta información y sabe que una vez pasada la
elección, el kirchnerismo duro retomará las hostilidades. El año que viene
buscará reponerse de la derrota que se avecina y apelará a su cintura para
recomponer con los sectores medios que hoy lo miran azorados, como si hubiera
sido víctima de algún extraño sortilegio.
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