Por Roberto García |
Con alguna certeza se acepta que el dictamen previo de las
encuestas se aplica en forma certera el día de las elecciones y los resultados
previstos finalmente se consuman. Nadie discute, en el ámbito capitalino, esos
anticipos que hasta le quitan sorpresa a la expresión dominical del cuarto
oscuro. Tanto que parecen ridículos aquellos candidatos que recitan el “yo no
creo en las encuestas”. Pero, ¿ocurre lo mismo en la provincia de Buenos Aires,
un distrito caracterizado por leyendas de fraude en ciertos feudos, el pesaje
más que el conteo de votos (gracias al encadenamiento de sobres, ahora quizá
reemplazado por el hurto de troqueles), presiones anómalas del Estado (no
olvidar, Julio De Vido vive), la novedad de una demora técnica para votar que
forzará deserciones por la espera exagerada (no, claro, de los que serán
premiados por su asistencia) y la reputada maquinaria clientelar de los jefes
municipales determinando voluntades?
Datos conocidos que, a pesar de cierto apareamiento general
de los candidatos Massa e Insaurralde en los números, producen hándicaps
extraordinarios, casi de gobiernos soviéticos: Massa puede vencer en Tigre por
80 a 20 mientras en Ituzaingó puede perder por márgenes semejantes. O que lo
goleen en Lomas y él, a su vez, golee en Almirante Brown, partidos en los que
no juegan los equipos visitantes, para seguir con el fútbol. Eso puede
explicar, quizá, la razón por la cual sean menos fiables los sondeos de opinión
en la provincia, salvo que alguien advierta una oleada excepcional, como la de
Menem contra Duhalde o la de Francisco de Narváez contra Néstor Kirchner en
2009. Aunque, generalmente, esos tsunamis electorales se comprueban una vez que
ocurren.
Por lo tanto, abundan las reservas para el domingo 11 de
agosto, ya que los expertos bonaerenses afirman que, más allá de los
pronósticos, lo que importa es la disposición económica de los competidores
para alistar y monitorear el día de los comicios. En resumen, plata. Para
disponer, por ejemplo, de un creciente número de autos en el acarreo de gente a
las urnas, haber ahorrado y repartido los 10 millones de pesos imprescindibles
para los fiscales (parece que el oficialismo dispone de tarifas más generosas),
sea para que no se distraigan durante la jornada y, sobre todo, para que no
abandonen la mesa si se aburren, se les hace tarde para cenar o presienten que
su línea política no alcanza los topes imaginados. Parece inexplicable en el
mundo moderno, pero es la provincia de Buenos Aires. Habrá que observar también
la devolución de atenciones, sean intendentes colaborando por favores
prometidos (obras) o ciudadanos de recursos módicos que disfrutan con el
acontecimiento democrático, sea por el acopio de chapas, la obtención de algún
plan de vivienda, colchones o electrodomésticos del stock Garbarino. Para
ciertos especialistas, manejar esta logística trasciende a lo que formulen los
encuestadores.
Refiere este panorama al tripartito bloque peronista que se
repartirá la parte del león electoral en Buenos Aires (¿más del 70%?). Y
ninguno de los tres aspirantes puede alegar desconocimiento de campo, les sobra
experiencia –por utilizar una definición benigna– y provienen de una misma
cultura bonaerense: el duhaldismo. Si se empieza con De Narváez, reconoce
titilantes adhesiones al que fuera gobernador y presidente y, copiando sus
viejos métodos, fatiga la provincia de una punta a la otra, casi más que
Forrest Gump. Hasta incluyó a su esposa como candidata a diputada, como cualquier
dirigente bonaerense que se precie. Lo singular hoy es que del odio mutuo a
Cristina, ahora los dos pasaron a un convenio implícito, de eventuales ayudas,
conveniente si prospera: tienen el mismo enemigo, Ella necesita que Massa no
crezca. Y Francisco también.
Los otros dos, en cambio, enfrentan un cuadro más claro:
◆ Con suegros peronistas, bonaerenses (los Galmarini) y algún aval de Graciela Camaño
que cultivó en San Martín, Massa ingresó al entorno
de Duhalde y éste lo ubicó en el gobierno nacional, con menos de 30 años, en un cargo
minado que se había llevado a varios de fama (Anses). Luego, como instruyó
Duhalde, siguió con Néstor, con más alineamiento inclusive: es que tambaleaba,
Carlos Tomada pretendía decapitarlo y un día el presidente le dijo a su
ministro: “Pará, Carlos, el pibe se queda”. Había obrado en su defensa un
entrañable operador financiero de Néstor, entonces y ahora a cargo del segundo
lugar en la SIDE, Francisco Larcher. Desde entonces, conservan la amistad. Y
otras amistades. Por su propia cuenta y seducción, llegó luego a la Jefatura de
Gabinete, esta vez con la bendición de Cristina, arrobada como su hijo Máximo
con este preferido a la hora de tomar mate luego del fútbol en Olivos.
Despertaba casi la misma simpatía que antes había entusiasmado a Chiche
Duhalde. Vino el estrés de 2009, algún reproche ofensivo y un desenlace
confuso, casi de irse a las manos en la fatal noche del hotel: no contaba
Néstor con que Massa era de ir a la cancha, y en la Primera B (es de Tigre) se
dirimen las cuestiones a trompadas. También erró en la consideración Cristina
cuando supuso en estos meses que Larcher, por relación y conocimiento
informativo, sería capaz de disuadir a Massa para que no se presentara en esta
elección. Se equivocó en la mirada: los intendentes la hicieron presidenta dos
veces, fueron más importantes que los gobernadores, y han aprendido que por sí
mismos pueden aspirar a más. En principio, a no depender de un externo, léase
Felipe Solá o Carlos Ruckauf, para gobernar la provincia. En eso están
Insaurralde y Darío Giustozzi, entre varios. La escuela Duhalde pasó de grado.
◆ Por parientes más cercanos,
Insaurralde llegó a la política
cobijándose con Duhalde en su reducto de Lomas
y de la mano de Hugo Toledo, influyente escribano, funcionario, uno de sus tres
hombres de mayor confianza. Era, además, el suegro del ahora candidato
kirchnerista. Debe recordarse una consigna para entender a los peronistas
bonaerenses: primero, la familia. En esa aureola hegemónica colaboró con otro
intendente de Lomas, Jorge Omar Rossi, a quien Duhalde no casualmente le cedió
la responsabilidad del juego y las concesiones. Primera clase duhaldista,
obvio. Después, como correspondía, dúctilmente se inscribió en el mundo
kirchnerista, se divorció, tuvo un cáncer al que le saca más jugo que Scioli a
la pérdida del brazo, y hasta coqueteó con La Cámpora. Mantuvo, eso sí, amistad
con el yerno de Duhalde, Gustavo Ferri, compinches generacionales, no se
abandonaron. La misma escuela, la de siempre.
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