Por Gabriel Profiti |
Cumplidos diez años del inicio del ciclo kirchnerista, todo
entra en etapa de balance. Eso es lo que está ocurriendo en estos días con las
políticas de Transporte, Derechos Humanos y Energía, asociadas a las figuras de
Ricardo Jaime y César Milani y al acuerdo entre las petroleras YPF y Chevron.
El derrotero judicial de Jaime está inexorablemente asociado
a una política de Transporte, cuyo pilar fueron los subsidios para sostener
tarifas populares, pero que estuvo viciada de opacidad hasta que la tragedia de
Once obligó a replantear las cosas.
En materia energética, los subsidios también fueron
medulares, y cuando la producción declinó, los intentos por revertir el déficit
-con programas de estimulación hidrocarburífera- no dieron resultados. Según
estimó la consultora Abeceb el rojo en energía de 2013 alcanzará los 7.000
millones de dólares.
La pérdida del autoabastecimiento energético fue embrión de
medidas que en los últimos años generaron rechazos internos y externos como las
restricciones comerciales -para evitar un rojo en las cuentas externas- y el
denominado cepo al dólar.
Así el Gobierno decidió el año pasado expropiar a la española
Repsol el 51 por ciento de las acciones y tomar el control de YPF.
Es cierto que ahora morigeró el discurso y la normativa
nacionalista, pero no es menos cierto que este acuerdo no deja de ser una
noticia alentadora en las actuales circunstancias.
Lo de Chevron es una sociedad, diferente al modelo que regía
con la empresa española, y abre la posibilidad de que otras petroleras se
asocien con la estatal argentina. "Chevron entra a una inversión de
riesgo", en donde "la operación y la dirección del proyecto está a
cargo de YPF", resumió Axel Kicillof.
Queda pendiente el juicio que Repsol entabló en el tribunal
de arbitraje del Banco Mundial (Ciadi) por la desprolija expropiación de sus
acciones, por la cual todavía no recibió compensación (rechazó las ofertas de
la Argentina).
En ese marco, Guillermo Moreno anunció en su tradicional
reunión de los viernes con empresarios -conocida como "la escuelita"-
que el superávit comercial de este año ascenderá a los 11.000 millones de
dólares, por lo que anticipó que el Gobierno suavizará las trabas aplicadas
para cuidar la balanza y combatir la fuga de divisas.
Milani, en foco
De pronto, Cristina Kirchner ordenó un cambio en las cúpulas
de las Fuerzas Armadas. De entrada sobresalió la promoción de César Milani a
jefe del Ejército. El elegido había sido ascendido en 2001, 2003 y 2010, pero
en la última ya había recogido serios cuestionamientos por parte de la
oposición, por lo que la Presidenta sabía de antemano que iba a generar
resistencia.
Ahora, Milani fue acusado por delitos de lesa humanidad.
Parece increíble: el jefe del Ejército del kirchnerismo acusado de haber cometido
atrocidades en la dictadura. Además, sumó denuncias por enriquecimiento
ilícito.
La Presidenta está decidida a sostenerlo. De hecho, el
oficialismo busca apurar el aval en el Senado. Da la impresión que la principal
fortaleza de Milani es su fidelidad y operatividad en el área de Inteligencia
(todavía está a cargo de esa repartición castrense).
En algún punto su situación se toca a la del comisario Jorge
"Fino" Palacios, quien había sido acusado por encubrir el atentado a
la AMIA y fue designado por Mauricio Macri como su primer jefe de la Policía
Metropolitana. Palacios y Macri están procesados por espionaje ilegal.
Por ese nombramiento, luego revertido, el jefe de Gobierno
porteño debió soportar silbidos y abucheos en el acto conmemorativo de las
víctimas del atentado a la AMIA en 2011, cuando el último discurso estuvo a
cargo de Sergio Burstein en el inicio de otra campaña electoral.
El jueves pasado fue el Gobierno kirchnerista el que debió
sufrir su mayor reproche en ese homenaje anual. Fue por otra razón: el todavía
difícil de explicar acuerdo con Irán para esclarecer el atentado.
Candidatos nacionales
Todos los hechos comentados anteriormente tienen mayor
resonancia por el inicio formal de la campaña. La primera gran sorpresa del
período proselitista fue la aparición de Daniel Scioli como bastonero
oficialista en la provincia de Buenos Aires.
Scioli es uno de los dos dirigentes con mayor diferencial
entre imagen positiva y negativa del país (19,6%) según una encuesta de
Management & Fit. El otro es el primer candidato del Frente Renovador,
Sergio Massa (29,1%).
Esa pulseada a 2015 ya excederá los marcos de la campaña
bonaerense. Scioli, además de recorrer cada rincón bonaerense junto a Martín
Insaurralde también apuntalará postulantes del oficialismo en otros distritos:
ya estuvo con Daniel Filmus y Juan Cabandié en la Ciudad, y tiene previsto hacer
lo mismo en Mendoza, Río Negro y Corrientes en las próximas semanas.
Massa prepara su discurso como para festejar una victoria
aunque sea de un punto. Su ambición, sin embargo, es ampliar ventajas en el
recorrido que va entre las primarias del 11 de agosto y las generales del 27 de
octubre y quedar posicionado.
El intendente de Tigre arrancaría con una dotación de 15
diputados nacionales -a los que se sumarían peronistas sin tinglado y
kirchneristas arrepentidos- y también tendría nutridos bloques propios en ambas
cámaras de la Legislatura bonaerense.
Si bien busca evitar pecados de ansiedad, su discurso es
nacional -inflación, inseguridad y ganancias-. Entre los que no se quieren ir y
los que buscan encumbrarse, el peronismo ya juega el juego que más le gusta: la
puja por el poder.
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