domingo, 14 de julio de 2013

El menem-kirchnerismo del siglo XXI y una utopía sin nombre

Por Tomás Abraham (*)
Realismo y pragmatismo son las dos ideologías dominantes de la actualidad política. Se denominan ideologías porque remiten a una determinada representación del ejercicio del poder. Su mentor es Maquiavelo, el inventor de la práctica política moderna. En nuestro país el menemismo y el kirchnerismo son ejemplos de su vigencia. Ambos se reclaman del peronismo.

El realismo es el reconocimiento de la insuficiencia de un determinado poder para cambiar la realidad. Es la aceptación de los límites que se le imponen a la acción. 

El pragmatismo es su contratara en el sentido que supone que dentro de esos límites existen las posibilidades de crear nuevos espacios de poder y determinadas acciones en beneficio propio.

El realismo admite la fuerza de las cosas. El pragmatismo el de canalizarlas con éxito. A nuestro país el realismo se lo impone el mercado mundial. La división internacional del trabajo decidida por los gigantes corporativos y sus bases estatales distribuyen los lugares de la producción y la venta de mercaderías. Insertarse en la economía-mundo es imprescindible. Países sin moneda estable propia no permiten el ahorro interno ni la acumulación en divisas nacionales. Necesitan del circulante que exige el comercio exterior para poner en funcionamiento una economía primaria dependiente del capital financiero y de la tecnología importada.

Dos pragmáticos. Carlos Menem como Néstor Kirchner supieron aprovechar las posibilidades que ofrecía la situación mundial para construir su propio poder político. Fueron pragmáticos, y no tuvieron inconvenientes en reclamarse peronistas auténticos.

Ambos tomaron decisiones fuertes. El primero privatizó grandes corporaciones estatales para no emitir más moneda y secó de pesos la plaza bancaria para crear el peso-dólar. El segundo concluyó la cesación de pagos y con la valorización de los productos del agro dio permanentes estímulos al mercado interno.

Los dos construyeron poder. Los dos no lo tenían al asumir la presidencia. Lo hicieron distribuyendo recursos y asociando a la plusvalía nacional a dirigentes de fuerzas sociales heterogéneas.

Menem recompensó a la dirigencia sindical que apoyó su plan privatizador. Enriqueció a los mandos militares que le permitieron aislar al sector carapintada que extorsionaba al gobierno civil. Creó las condiciones para que el sector financiero tuviera rentabilidad extraordinaria por el diferencial de intereses y las oportunidades ofrecidas al capital golondrina. No se olvidó de los planes asistenciales para crear una masa clientelar en el Gran Buenos Aires. Incentivó el consumismo de una clase media favorecida por la plata dulce.
Néstor Kirchner creó su propio espacio mediante una distribución de recursos entre capitalistas asociados a su patrimonio personal con los que generó empresas nuevas o se apropió de otras confiscadas. Negoció permanentemente con la dirigencia sindical prebendas, silencios, favores y expulsiones. Protegió la rentabilidad extraordinaria de grupos financieros, de grupos mineros y de sectores vinculados a la exportación. Fue más que generoso con protagonistas de la cultura cuyo prestigio consideró aprovechable. Diagramó un espacio asistencial masivo organizado políticamente a través de una red de punteros.

Puja y caja. Menem y Kirchner construyeron poder con dinero, pero no sólo con dinero. Pero sin él hubiera sido imposible hacerlo. La puja distributiva en nuestro país se decide en cada momento. El fenómeno inflacionario contribuye a generar la discusión permanente sobre la apropiación del producto nacional. Esta tensión no desestabiliza el sistema político mientras los recursos lo permiten; cuando la caja mengua, la puja se agudiza, y estalla en una crisis de gran violencia cuando está vacía. Es lo que sucedió en la década del setenta.

El reclamo generalizado por una mayor equidad social y la redistribución de la riqueza alentada por el retorno de una democracia sin proscripciones y la euforia por la vuelta de Perón, no encontró los medios para poder ser satisfecha. No había con qué. No existían aún ni el capital financiero disponible de los petrodólares ni los precios siderales de los granos para compatibilizar congelamiento de precios y aumento de salarios. Vivíamos con lo nuestro, y nos matamos entre nosotros.

Boudou y Massa dicen ser peronistas. Ambos vienen de la UCD. Scioli dice ser peronista, es un producto político del noventa. De Narváez dice ser peronista, es un empresario neoliberal que multiplicó su riqueza en la misma década. Macri es otro empresario neoliberal que quiere ser peronista. Todos son hijos políticos de Menem.

Fue durante su presidencia que el peronismo adquirió su nueva identidad que fue la de no tener más ninguna. El peronismo a partir de la revolución cubana se desdobló en una franja revolucionaria de izquierda y otra que se reclamaba nacionalista. En los comienzos de la democracia pretendió hacer olvidar la masacre que aquella división produjo y creó una rama socialdemócrata llamada “renovadora” que duró poco tiempo. Pero con Menem el abanico de opciones políticas del peronismo dejó de ser binaria o trinitaria para hacerse infinita.

Una vez que el pragmatismo se ha embebido de peronismo, fortalece con símbolos tradicionales un ejercicio del poder que deriva por aguas abiertas. Pero es lo que aparece en la superficie, porque la dirección de la nave nacional sigue la orientación de las corrientes que fluyen en aguas profundas: nuevamente, el mercado mundial.

Es muy difícil insertarse en la economía-mundo de un modo diferente al actual. La última vez que se intentó hacerlo fue durante la presidencia de Arturo Frondizi, hace más de medio siglo. Fue un intento de cambiar la matriz productiva del país. A pesar de ser destituido con el acuerdo cuasi unánime de todos los sectores de la sociedad, con los años la palabra desarrollista adquirió prestigio hasta el punto en que los adherentes de Menem y Kirchner no desestimaron la categoría que se asimiló a la cualidad de “productivista” e “industrialista”. Tanto la llamada revolución productiva como el modelo K pregonaron el “desarrollo” que Frondizi pronunciaba a su manera.

El realismo de la economía-mundo y el pragmatismo a la usanza nacional, quizás expliquen que la mayoría de los formadores de opinión y la gente en general, sostengan que fuera del peronismo no hay alternativa de gobierno. Por eso es útil el peronismo. Resume en una sola palabra una forma de ejercer el poder. En un mundo en que el funcionamiento de la república liberal diagramado hace más de un siglo está en crisis, en que la representación política organizada por el sistema de partidos se diluye en su impotencia y se fracciona en caudillismos transitorios, en un país como el nuestro que a partir de la Ley Saénz Peña fue gobernado durante cuarenta años por militares, el menem-kirchnerismo es funcional a los tiempos que corren.

Que Néstor Kirchner haya saludado a Menem como un gran estadista, o que Menem haya votado las leyes kirchneristas, es mera anécdota.

¿No hay otra? Pero entonces, ¿no hay alternativa? ¿Continúa el ciclo del realismo trágico de la década pasada? La creencia de que es necesario un poder fuerte para no perder el rumbo y para no vivir en estado de anarquía y violencia, ¿tiene por único modelo este tipo de jefatura? ¿No habrá otra posibilidad cívica en nuestra historia que seguir con el “sentido común de los argentinos”?, como llamaba David Viñas al peronismo.
Scioli y Massa hablan de amor y paz, Macri se les suma. De Narváez se identifica con la cultura oficial y se muestra combativo. A los primeros les va mejor que a la consigna de Ella o Yo del segundo. Puede ser entonces cierto que hay sectores de la sociedad que estén cansados de la epopeya liberacionista con bóvedas incluidas. Es probable que haya llegado la hora del kirchnerismo suave. Pero ésa es la trampa. Nada será suave en la Argentina, con o sin kirchnerismo. La sociedad no cambiará porque entre en escena una nueva cara joven u otra ya probada. Quienes han sido maltratados por el Gobierno como las empresas de medios, la Mesa de Enlace, la CGT opositora, los gobernadores e intendentes apartados del favor oficial, la clase media cacerolera tratada de rubia, gorila e inmovilizada por el cepo, quizás éstos y otros sectores que anhelan un cambio sueñen con un kirchnerismo suave.

La razón puede justificarse en que nadie quiere una nueva Alianza ni tampoco escuchar la retórica envejecida de los abogados del remanente radicalismo. Tampoco nadie quiere ser testigo impotente de un progresismo beatífico que se victimice ante un país ingobernable. Muchos desean un pliegue en el kirchnerismo y no una vuelta de página.

Aunque es posible que entren otros actores en escena. Eso es lo positivo que tienen las elecciones en democracia. Avivan la discusión. Y el debate político con nuevos protagonistas, no deja necesariamente incólumes a las relaciones de fuerza. Quizás no todo se decida en la provincia de Buenos Aires. Al menos no es mi deseo. Permítanme que lo manifieste.

Nada sorprendente es que un columnista político pueda señalar una preferencia de modo explícito. Es un gesto no menos lícito que tirar semanalmente siempre al mismo blanco ante el aplauso de una misma tribuna. No deja por eso de ser necesaria la consistencia analítica y la presentación de las contradicciones en juego porque marca un límite al campo de posibilidades en el terreno de la acción. De eso hablábamos al aludir al realismo. También mencionamos al pragmatismo, que no sólo es cálculo para que una acción tenga éxito, sino deseo de ser y voluntad de innovar.

Una clara diferencia a favor de Hermes Binner en Santa Fe, una buena elección en la Ciudad de Buenos Aires que permita que Prat Gay y Donda o Terragno y Lousteau vayan al Congreso, abren la discusión sobre la gobernabilidad en Argentina. Se trata de una visión distinta del ejercicio del poder apoyado por sus antecedentes en el caso de Santa Fe, y una llamativa conjunción entre un economista progresista con conocimientos técnicos y una luchadora por los derechos humanos, o de otro economista que no carece de audacia política con un estudioso de los problemas nacionales. Estos candidatos pueden llegar a renovar un panorama que parece saturado por una oferta repetida.

Esta propuesta política no es una opción “suave” de lo mismo de siempre. Ni tampoco un mal menor, sino algo mejor. Un “preferible” como decían los filósofos estoicos quienes a pesar de bregar por fortalecer los espíritus frente al infortunio y considerar la indiferencia o la neutralidad anímica como un signo de sabiduría, reconocían que era mejor estar sano que enfermo.

(*) Filósofo

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