Por James Neilson (*) |
Dijo una vez el norteamericano Irving Kristol que un
neoconservador es un progre que ha sido asaltado por la realidad; como el ex
trotskista sabía muy bien, los miembros más destacados de la cofradía en que
militaba habían iniciado su periplo ideológico como revolucionarios marxistas.
Lo mismo podría decirse de aquellos kirchneristas que, en palabras de Axel Kicillof,
pasaron “de chavistas a vendepatrias en un día” al colmar de privilegios a la
petrolera yanqui Chevron para que celebrara un matrimonio de conveniencia con
YPF. Por mucho que les cueste entenderlo, para que “el modelo” se mantenga a
flote, la tripulación tendrá que echar por la borda los anticuados motores
populistas que han dejado de funcionar y remplazarlos por otros más modernos, o
sea, más “neoliberales”.
Es lo que hicieron hace mucho los socialdemócratas en
Europa y los comunistas en China; para indignación de los ingenuos, cuando el
voluntarismo se estrella contra los hechos, estos suelen imponerse.
Como no pudo ser de otra manera, opositores de todos los
pelajes, izquierdistas y derechistas, fanáticos del estatismo y defensores, por
lo común vergonzantes, de la libre empresa, aprovecharon la oportunidad
brindada por el convenio con Chevron para ensañarse con los kirchneristas.
Mientras que algunos los acusaron de entregar la sacrosanta soberanía
hidrocarburífera a una corporación imperialista para que se pusiera a destruir
el medio ambiente patagónico, llenándolo de agujeros y contaminando el agua,
otros se burlaron de la hipocresía de quienes habían tomado la expulsión de los
españoles de Repsol por una gesta libertadora, además de quejarse por la falta
de transparencia del acuerdo, ya que al gobierno de Cristina no se le ocurrió
convocar a una licitación internacional, como corresponde en casos como este.
El pacto con Chevron que, según parece, contiene cláusulas
que el Gobierno no quiere revelar y estará bajo jurisdicción francesa, se
asemeja mucho a las privatizaciones de la década que fue ganada por el
menemismo; es desprolijo, poco equitativo, puesto que para el socio extranjero
es una ganga, y con toda seguridad motivará su cuota de escándalos en los años
venideros. Con todo, tanto en los años noventa del siglo pasado como en la
actualidad, un gobierno argentino deseoso de acceder a capitales y, si tiene
suerte, a know-how extranjero, no tenía más alternativa que la de firmar
acuerdos que en otras latitudes serían apenas concebibles.
Tan mala es la reputación del país, y tan ajena le es la
noción de la seguridad jurídica –un concepto horrible, a juicio de Kicillof–,
que para seducir a inversores foráneos que están en condiciones de hacer un aporte
significante a la economía, el Gobierno tiene forzosamente que ofrecerles
beneficios extraordinarios. De lo contrario, hasta los empresarios petroleros,
personas que no temen operar en países como Afganistán que están convulsionados
por guerras perpetuas, irán con sus dólares a lugares que les parecen más
hospitalarios. En los Estados Unidos, algunos escépticos ya sospechan que
Chevron ha sido víctima de una estafa pero, puesto que hasta ahora solo ha
prometido invertir monedas, aun cuando terminara mal, la aventura no le
costaría mucho.
Cristina y su gente optaron por cambiar de rumbo por una
razón muy sencilla; merced en buena medida a la disparatada política energética
que fue ideada por su marido, la economía se acerca a un abismo que acaso no
sea tan profundo como aquel en que cayó a comienzos de 2002 pero que lo sería
lo suficiente como para depauperar a muchísimas personas. Los costos de
importar combustible son tan onerosos que pronto harán trizas del superávit
comercial y amenazan lo que todavía queda de las reservas del Banco Central. Es
por lo tanto comprensible que el pánico se haya apoderado de quienes están a
cargo del país. Ven en Vaca Muerta un tesoro que, bien explotado, les daría aun
más dinero que la soja, el yuyo que hizo posible la expansión fuerte de los
primeros años K, pero desgraciadamente para Cristina y compañía, aun cuando
Chevron lograra sacar, el fracking mediante, grandes cantidades de gas del
yacimiento neuquino, el torrente de dólares resultante no llegaría a tiempo
para salvar al gobierno kirchnerista de las consecuencias de su propia
insensatez.
De tener éxito la dupla YPF-Chevron, la apertura que acaba
de anunciarse ayudaría al sucesor de Cristina a reparar los daños que ha
provocado un gobierno que a menudo ha brindado la impresión de estar más
interesado en su propio “relato” que en el bienestar del país. Se entiende:
desde el punto de vista de la Presidenta, es mucho más fácil, y más
emocionante, arengar a la gente a través de la cadena nacional de radio y
televisión, organizar espectáculos propagandísticos, rodearse de adulones,
repartir plata entre quienes se comprometen a difundir la única verdad
verdadera, premiar a políticos obedientes y castigar a los díscolos, de lo que
es gobernar, sobre todo si parece que el grueso de la ciudadanía está más que
dispuesto a pasar por alto las deficiencias administrativas. ¿Estará igualmente
dispuesto el electorado a tolerar que los próximos capítulos del relato K no
guarden relación alguna con los anteriores?
Los hay que suponen que lo único que realmente importa es la
economía, que si se da la sensación de que todo marcha bien y no flaquea el
consumo los partidarios del Gobierno arrasarán en las elecciones, pero si el
país cae en recesión, suben demasiado los precios y aumenta el desempleo,
perderán, como sucedió en las legislativas de 2009. También los hay que parecen
creer más en el poder proselitista del relato; confían en que políticos astutos
resultarán capaces de minimizar el impacto de un mal momento económico
manipulando los índices y atribuyendo los reveses materiales a conspiraciones
siniestras urdidas por oligarcas desalmados. En base a esta teoría, los
kirchneristas han invertido, directa o indirectamente, muchísimo dinero en la
creación de un imperio mediático propio y en congraciarse con “artistas” que se
desempeñan como auxiliares en la batalla cultural que están librando contra los
reacios a plegarse al “proyecto” nac&pop.
De tener razón los convencidos de que en última instancia
todo depende de la evolución –auténtica o meramente presunta– de la economía,
el gran esfuerzo así supuesto solo ha servido para enriquecer a algunos
personajes mediáticos y gratificar la vanidad de Cristina, tratándola como la
protagonista de una epopeya extravagante, sin incidir en la actitud de los
votantes. En tal caso, los muchos millones de dólares que se han despilfarrado
en actividades calificadas de culturales, en el sentido antropológico de la
palabra, apenas habrán contribuido a la “construcción de poder”. Así y todo,
sería de suponer que por lo menos los jóvenes de La Cámpora y los intelectuales
orgánicos de Carta Abierta, sí han tomado el relato en serio. Para ellos, los
cambios introducidos por Cristina en la obra maestra que está escribiendo no
serán un asunto menor.
Además de transformar una petrolera imperialista mal vista
por los revolucionarios de América latina en aliado clave en la lucha contra la
dependencia, Cristina les ha pedido aceptar que algunos militares sindicados
como represores genocidas despreciables son en verdad buenas personas. El que
casi simultáneamente con la decisión de abrazar a los ejecutivos de Chevron,
Cristina haya designado al general César Milani para encabezar el Ejército a
pesar de las acusaciones en su contra y las dudas ocasionadas por su actividad
como especialista en inteligencia militar (para algunos, se trata de un
oxímoron) y por el patrimonio envidiable que ha conseguido acumular, ha
desconcertado a muchos fieles. Si bien, como generaciones de intelectuales
comunistas que se acostumbraron a modificar drásticamente sus opiniones toda
vez que el mandamás moscovita de turno les ordenó hacerlo, los kirchneristas
más fervorosos antepondrán la disciplina partidaria a cualquier otra cosa,
algunos se resistirán a seguir acompañando a la jefa en su viaje zigzagueante
que ya le ha llevado a territorio supuestamente enemigo.
¿Adónde se ha propuesto ir Cristina? ¿Nos tiene reservadas
más sorpresas? Puede que sí, que, asustada por los nubarrones que ve en el
horizonte, siente que ha llegado la hora de regresar a los orígenes. Antes de
encargarse el matrimonio Kirchner de los destinos de la República, ni ella ni
su marido se habían preocupado en absoluto por el tema de los derechos humanos
y no les resultaba repugnante codearse con militares que, era de suponer,
habían participado como tantos otros en la guerra sucia. Asimismo, en lo
concerniente al petróleo, eran tan privatistas como el compañero Carlos Menem,
de modo que les hubiera parecido perfectamente normal asociarse con empresas
como Chevron. Por motivos pragmáticos, los dos se metamorfosearon en paladines
de los derechos humanos, flagelos de los militares y, en el caso de Cristina,
en una nacionalista hidrocarburífera, pero solo era cuestión de adaptarse a las
circunstancias. Puesto que estas han cambiado tanto, sería hasta cierto punto
lógico que Cristina, en busca de un lugar firme en el mundo, tratara de volver
donde había estado apenas diez años antes.
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