Último acto
“A las 5:20, en el despacho presidencial se encuentran
reunidos el Dr. Illia, acompañado de sus ministros, secretarios de Estado,
secretarios de la presidencia, subsecretarios, edecanes presidenciales,
legisladores, familiares, amigos y grupos de la Juventud Radical, algunos de
ellos armados, que suman en total más de cincuenta. El presidente se encuentra
en la cabecera de la mesa presidencial firmando un documento, mientras que un
colaborador aguarda a su lado para hacerse dedicar une fotografía. En ese
momento irrumpen en el recinto, el general Julio Alsogaray precedido del jefe
de la Casa Militar brigadier Rodolfo Pío Otero, el coronel (R) César Perlinger (de
civil), el coronel Luis Máximo Prémoli todos ellos desarmados. Alsogaray se ubica
sobre el lado izquierdo de Illia, quien conciente de su presencia, lo ignora y
se dedica a autografiar fotografías, haciéndolo esperar a Alsogaray, quien se exaspera
e intenta arrancarle la foto, lo que desencadena el siguiente diálogo:
Alsogaray: -(Gritando) ¡Deje eso!, ¡Permítame…!
Varias Voces: -¡No interrumpa al señor Presidente!
Dr. Illia: -¡Cállese!, ¡Esto es mucho más importante que lo que
ustedes le acaben de nacer a la República! ¡Yo no lo reconozco‘ (Con energía) ¿Quién
es Usted?
Alsogaray: -Soy el general Alegosa.
lllia -¡Espérese! Estoy atendiendo a un ciudadano. ¿Cuál es su
nombre, amigo?
Alsogaray: -¡Respéteme!
Simultáneamente
Colaborador: -Miguel Ángel López, jefe de la secretaría privada del
doctor Caeiro, señor presidente.
Illia: -(Al concluir de firmar la fotografía) -Este muchacho es
mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble. ¿Qué es lo que quiere?
Alsogaray: -Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.
llia: -El comandante en ¡efe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad
emana de esa Constitución (señala la que lo acompaña en su mesa de trabajo) que
nosotros nervios cumplido, que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un
general sublevado que engaña a los soldados y se aprovecha de le juventud que
no quiere ni siente esto.
Alsogaray: —En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle
que abandone este despecho. La escolta de granaderos lo acompañará.
lllia: -Usted no representa a las Fuerzas Armadas. Solo representa
a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se vale de la
fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución, para desatar la
fuerza contra la misma Constitución, contra la ley, contra el pueblo. Usted y
quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como bandidos,
aparecen de madrugada.
Alsogaray: -Señor Pres….(rectificándose) Dr. Illia…
Varias Voces: -¡Señor Presidente!, ¡Diga Señor Presidente!
Alsogaray: -Con el fin de evitar actos de violencia, le invito
nuevamente a que haga abandono de esta casa.
Illia: -¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de
desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado
la paz y la concordia entre los argentinos, he asegurado la libertad y ustedes
no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el
ejército de San Martín y Belgrano, le han causado muchos males a la patria y se
los seguirán causando con estos actos. El país les recriminará siempre esta
usurpación, y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho.
Perlinger: - ¡Hable por usted y no por mí!
Illia: -¿Y usted quién es, señor…?
Perlinger: -(El gral. Alsogaray le hace un gesto de reprobación
tratando de imponerle silencio) -¡Soy el coronel Perlinger!
Illia: -¡Yo hablo en nombre de la Patria! ¡No estoy aquí para
ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar por
él, por la grandeza del país y la defensa de la ley y de la Constitución
Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted,
general, es un cobarde que mano a mano no sería capaz de ejecutar semejante
atropello!
Alsogaray: -Usted está llevando las cosas a un terreno que entiendo
no corresponde.
Illia: -Con este proceder quitan ustedes a la juventud y al futuro
de la República la paz, la legalidad, el bienestar…
Alsogaray: -Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la
residencia de Olivos. Su integridad física estará asegurada.
Illia: -¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo trabajando
aquí, en el lugar que me indican la ley y mi deber! ¡Como comandante en jefe le
ordeno que se retire!
Alsogaray: -¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!
Illia: -¡El único jefe de las Fuerzas Armadas soy yo! ¡Ustedes son
unos insurrectos! ¡Retírese!
Alsogaray: -Señor presidente, si no accede a retirarse, dieciocho
policías apostados frente a su despacho van a proceder.
Los militares posesionados de la Casa
Rosada, impide que se siga sirviendo café, y que entre o reingrese gente al
despacho, solo dejan salir a quienes están dentro.
Cuando nos retiramos del salón,
Alsogaray me dijo: -Perlinger, procedé a desalojar el despacho presidencial.
¿Uso la fuerza? le pregunté. Sí, si no hay otra solución, me respondió.
Siendo las 6:00 hs., irrumpe
nuevamente Perlinger, quién ubicándose tres metros a la izquierda del
Presidente le dice:
Perlinger: -Doctor Illia, en nombre de las fuerzas armadas vengo a
decirle que ha sido destituido.
Illia: -¡Ya le he dicho que ustedes no representan a las Fuerzas Armadas!
¡A lo sumo, constituyen una fracción levantada contra la ley y la Constitución...!
Perlinger: -Me rectifico…en nombre de las fuerzas que poseo.
Illia: -¡Traiga esas fuerzas!
Perlinger: -¡No lleguemos a eso!
Illia: -¡Son ustedes los que llegan a emplear la fuerza, no yo…!
Acto seguido, Perlinger y sus
acompañantes se retiran, para aguardar su decisión. Un rato después el
brigadier Pío Otero me pregunto de parte del doctor Illia, si podía ir a la
casa de su hermano. Dígale que puede irse donde quiera, le dije; quedarse en la
residencia de Olivos y usar los medios de movilidad que le sean más cómodos.
Pero que no cree problemas, que se retire de una vez.
En ese momento –continúa Perlinger-
llegó el doctor Leopoldo Suárez.
Perlinger: -Doctor Suárez, usted que ha sido nuestro ministro hasta
hace pocas horas, le pido que interponga su influencia ante el doctor Illia
para que abandone este lugar. No querría verme obligado a emplear la violencia.
Suárez: -La violencia la han desatado ustedes, coronel
Perlinger: -Perdón, expresé pero creo que usted me ha entendido
mal, doctor. Deseamos que la revolución se realice sin violencia, pero si
ustedes no desocupan el salón y yo me veo obligado a emplear la fuerza, saldrán
todos, aunque sea por las ventanas y en un plazo muy breve. Pero le repito, me
resulta molesto hacerlo con personas que hasta hace pocas horas integraban el
gabinete nacional.
Suárez: -Veré que puedo hacer.
Amanecía, a las 7:25 Perlinger
irrumpe nuevamente junto con varias personas y doce efectivos de la Guardia de Infantería
de la Policía Federal, que con lanzagases se ubican en formación frente a la
mesa de trabajo del presidente. A un costado de la tropa, Perlinger se dirige al
presidente.
Perlinger: -Señor Illia, su integridad física está plenamente
asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran.
Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…
Illia: -(Dirigiéndose a la formación policial) Yo sé que su
conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. A muchos de ustedes les dará
vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera
son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán
vergüenza. Ahora como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras
casas, también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer
aquellos atropellos: ¡Cumplimos órdenes!
Perlinger: -¡Usaremos la fuerza!
Illia: -¡Es lo único que tienen!
Perlinger: -¡Dos oficilaes a custodiar al doctor Illia! ¡Los demás
avancen y desalojen el salón! ¡Al doctor Illia no le puede pasar absolutamente
nada!
La tropa avanzó, los oficiales
tratan de acercarse al doctor Illia. El presidente rodeado de sus ministros,
colaboradores, familiares y amigos, avanzan hacia la puerta principal del
despacho, dando vivas a la libertad e insultando a los golpistas mientras la
Guardia de Infantería ocupa el salón”.
Acta testimonio
redactada por Emilio Gibaja y otro funcionario del gobierno radical presentes en
el momento del derrocamiento, en Monteverde, Mario (director): Historia del radicalismo. Buenos Aires,
Gam, 1983; Storani, Conrado: Les doy mi
palabra…50 años al servicio del país, Buenos Aires, Astro, 1990; Panorama, junio de 1970; La Semana, agosto de 1982.
Reproducido por la
revista Todo es Historia de junio de 2006.
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