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Por Álvaro Abós |
La paradoja del partido que están jugando Cristina Kirchner
y Daniel Scioli es que ella quiere sacar de la cancha al gobernador de Buenos
Aires, pero al mismo tiempo lo necesita para el partido que le interesa, la
re-reelección. Este intríngulis político tiene algo de Macbeth, una tragedia
sobre la ambición de poder, el precio que por él se paga y la traición, que
William Shakespeare escribió en 1606. En el reino de Escocia, Macbeth y Banquo
deben su poder al rey Duncan, que en su momento los privilegió con su dedo. Sin
embargo, a Duncan lo sacrifican sin piedad. Luego Macbeth hace lo mismo con
Banquo.
Peor aún que Macbeth es su señora, la famosa Lady Macbeth,
una mujer para la que el poder lo es todo. Tan grande es la ambición de esta
gente que aun saciándola no hallan paz. A los Macbeth, gobernar los llena de
desasosiego, los perturba el espectro de Banquo y de otros que quedaron en el
camino.
¿Les suena este cuento sin moraleja? El cuento de Macbeth
Kirchner, Lady Macbeth/Cristina, Banquo/Scioli, (¿quizás
Duncan/Duhalde?) que hoy recitan Cristina y Scioli es una tragedia oscura. Sin
embargo, observada de cerca y sin la fulguración poética que le presta
Shakespeare, también podría leerse como un sainete cómico.
El poder era para Shakespeare era "una sombra que
avanza, un cómico que se agita y pavonea". Hoy, en la Argentina, el poder
se llama re-reelección. Ésta es una aspiración a la cual no renunciará el
cristinismo, porque forma parte de su misma naturaleza. La buscará hasta el
último aliento. El poder se identifica con el Estado y solamente con el Estado.
Inimaginable resulta hoy la experiencia de un Juan Perón destituido en 1955 y
arrojado al llano, a pesar de lo cual conservó el protagonismo o cierta parte
de él, tanto simbólico como real, durante dieciocho años, hasta retornar al
gobierno en 1973.
Para Cristina, estar fuera del Estado es percibido como la
muerte. Para eludirla, necesita ganar las legislativas de octubre por más del
40%. Sólo así el Frente para la Victoria podría lanzar un operativo clamor que
habilitara una reforma constitucional.
Parece una meta difícil, pero no imposible, teniendo en
cuenta que en noviembre de 2011 Cristina sacó más del 50%. Todo lo que hace el
Gobierno está encaminado a esa meta. Se activan iniciativas y se relanzan sin
cesar proyectos de carga simbólica como la malvinización o la estatización de
YPF. Se insiste en la retórica contra los fondos buitre. Se distorsionan
filiaciones ideológicas, tal, por ejemplo, el incoherente proyecto de
apropiación kirchnerista del "papismo".
El gobierno nacional machaca cada día contra Scioli,
reticente al proyecto de continuismo cristinista. En algunos de sus voceros la
crítica es ideológica. "Daniel es conservador, siempre lo fue",
pontifica la diputada Conti, la más constante propagadora de rayos y centellas
antisciolistas. Luis D'Elía sostiene que "Scioli no integra el proyecto
nacional y popular". Otros tinterillos abundan en pormenorizados análisis
sobre la criminalidad que se ensaña en la provincia o sobre atrocidades que
habrían cometido los cuerpos policiales o sobre la pobreza que abunda en los
vastos conglomerados suburbanos, como si tales miserias no existieran en los
paraísos kirchneristas, como la Formosa de Insfrán o el Chaco de Capitanich.
Pero la peor pesadilla no son las críticas del aparato propagandístico oficial,
sino la restricción de fondos con que la Rosada mortifica a La Plata. Esas
restricciones van acompañadas de la cancelación del diálogo y de la hostilidad
verbal, según la conocida modalidad confrontativa que es marca de fábrica del
cristinismo y que tuvo su culminación, hasta el momento, en el virulento
discurso de Lomas de Zamora.
Tuvieron que producirse las inundaciones de Semana Santa
para que la Presidenta accediera a verse con el gobernador de Buenos Aires, a
quien le negaba todo contacto, como se lo negaba a Jorge Bergoglio cuando era
arzobispo de Buenos Aires, como se lo niega al gobernador de Córdoba y a otros
gobernadores que no se someten a sus designios. El primer mandamiento del
Gobierno reza: debe aprovecharse cualquier contingencia para lastimar al rival.
Esa premisa sólo cedió cuando quedó claro que las lluvias habían adquirido la
magnitud de las grandes catástrofes. Se hizo evidente entonces que hasta el más
desinformado de los argentinos consideraría rastrero sacar ventaja de la
tragedia.
No falta quien filia las rispideces de la relación entre
Cristina y Scioli como una vuelta más de la infinita antropofagia del
peronismo, conforme con la frase atribuida a Perón: "Los peronistas son
como los gatos: cuando se ve a dos trenzados, parece que pelean, pero, en
realidad, se están reproduciendo". Al margen de este folklore, veo el
salvajismo en política más nacional que sectorial. El poder en este país se
disputa sin merced, a menudo sin reglas. El antiperonismo también lo hizo, ¿o
acaso en 1955 Aramburu, el duro, no aniquiló sin contemplaciones al blando
Lonardi, que osó proponer un ciclo sin vencedores ni vencidos? Que Lonardi y
Aramburu fueran antiperonistas no los privó de usar los peores vicios del
peronismo, a cuya exclusión del escenario ambos contribuyeron. Otros ejemplos
podría brindar la historia: tal, la llamada "maldición de la provincia de
Buenos Aires", según la cual ningún gobernador de la provincia, algunos de
ellos grandes figuras políticas, alcanzó la Presidencia. Un camino, el que va
de La Plata a la Rosada, que en un país más normal sería lógico. A los
conservadores Marcelino Ugarte y Manuel Fresco los desplazó el voto secreto y
obligatorio. A Oscar Mercante, primero el veto de Perón, luego la caída del
propio Perón y la proscripción de ese movimiento. A Oscar Alende, los golpes
militares. A Eduardo Duhalde, la catástrofe de 2001, que lo hizo entrar a la
Rosada no por las urnas, sino por un acuerdo legislativo provisorio, finalmente
nunca confirmado en votos. La mentada maldición no es una anécdota curiosa,
sino una muestra de la ferocidad política argentina.
La crítica ideológica a Scioli es una retórica que adorna la
lucha darwiniana por el poder. Esto, traducido al argentino básico, significa
lucha absoluta, total por la re-reelección, una meta a la que Cristina nunca
aludirá en público y que algunos kirchneristas, por mera táctica, omiten en su
discurso diario, aunque nunca en las abluciones con las que cada mañana se
insuflan energía para su misión.
El cristinismo podría desplazar a Scioli de la gobernación
ya mismo. Le bastaría multiplicar el caos en la provincia, con recursos que
domina: por ejemplo, huelgas salvajes, puebladas como la de Junín y toneladas
de propaganda difundida por sus medios. El resto sería un juicio político en la
Legislatura provincial. Pero ese plan de acción, si se consumara antes de
octubre, echaría a Scioli en brazos del peronismo antikirchnerista y alejaría
muchos votos del frente oficialista, léase del voto re-reeleccionista. Octubre
vuelve indispensable a Scioli. Por eso, el Gobierno lo ablandará, lo debilitará
todo lo que pueda, pero sin rematarlo. ¿Y después de octubre? Entonces, de
nuevo Macbeth: "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido
y de furia".
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