Por Roberto García |
Si hasta La Tota y La Porota se plantean dudas, deliberan,
cambian mensajes. Sin correrse del alineamiento cristinista, claro, pero
interesándose en la evolución de ciertas alternativas, de Sergio Massa a
Francisco de Narváez. Quizás huelen mal, como si el territorio fuera Dinamarca.
Quienes expresan esa presunta desconfianza de los dos mayores referentes
oficialistas en la Provincia, La Tota de Ituzaingó y La Porota de Florencio
Varela, son algunas ramas todavía vivas del añejo duhaldismo –brotes de aquel Eduardo
que se niega a dejar la política, opera en el distrito, trata de persuadir
legisladores y jura no perseguir ningún cargo, ni para él ni para su esposa, la
Chiche–, empeñadas en la venganza, en corregir lo que ellos mismos gestaron.
Y, como se sabe, ese propósito resentido gobierna más a los
humanos que cualquier otra condición, lo obsesiona.
Y creen ver esos optimistas del cambio que hasta los que
ellos bautizaron despectivamente como La Tota y La Porota –no es función de
esta columna develar la substancia nominativa de esos pseudónimos– son parte de
un paquete más amplio e inquieto de intendentes desencantados con la
Presidente. Por lo menos, con la voluntad femenina de integrar las listas
electivas sólo con voluntarios de La Cámpora, con carnet y vincha, como dicen
que dijo el hijo de la mandataria, Máximo. Nadie los podría reconocer como
vástagos de la romana diosa Levana, de rostro desconocido, la que al recién
nacido le otorga la ternura y le hace mirar las estrellas para que,
respetuosamente, “observe a los mayores”.
Ese acto religioso no está en su nomenclatura caníbal. Son
otra naturaleza.
Tal vez en esa pretenciosa apropiación de cargos vestida de
parricidio, en el arrebato previsible, se nutra la sorda rebelión a la Casa
Rosada. “Vienen por nosotros, más tarde o más temprano”, se repiten los
intendentes; y, como los pingüinos, algunos serán devorados si no se mueven.
Como trituran a Daniel Scioli, como lo harán con Massa si éste no consuma lo
que tanto anuncia (el l2 presentaría su nuevo partido, Frente Renovador, pero
dilataría su propia nominación a eventual diputado). No son el proyecto, les
falta pureza... En cambio, sí pertenecen Boudou y Bossio, Conti y Mariotto,
Alperovich e Insfrán, Ishi y Curto, La Tota y La Porota. Hasta que, llegado el
momento, un análisis de sangre diga lo contrario. Ese desalojo intimidatorio ha
forzado el apoyo o el simulado respaldo al intendente de Tigre, más que
cualquier otra razón; por si fuera poco, el propio Massa lo advirtió: no debe
olvidarse que él viene del rancio corazón de la pareja en Olivos.
Una rebeldía subterránea se advirtió y Cristina decidió
bajar algunos postulantes, postergar la ofensiva y, de paso, recordar que puede
ser magnánima en el retroceso, aunque también cruel para cortar víveres a los
más díscolos. Más histrionismo que poder: si los otros tienen poco y temen dos
años en el desierto, Ella carece hasta de candidato (debe hundir a su cuñada en
apariencia por falta de consideración) y su mandato languidecerá si no reúne
determinada cantidad de votos en octubre. En esa batalla ideológica, para
decirlo con humor, se encuentran las dos partes del peronismo bonaerense y no
lo ignoran La Tota y La Porota.
Claro que el frente electoral no se limita a lo que ocurra
en esa tierra de extorsiones bonaerenses, menos cuando no se sabe si habrá
elecciones primarias (una jueza ya las suspendió) y si el engendro de la
reforma judicial –expresado en la convocatoria a los consejeros de la
magistratura– será declarado constitucional.
La Corte hoy parece atribulada para pronunciarse, con más
dudas inclusive que Cobos el día del voto “no positivo”. Y Cristina, si le va
mal con la nacionalización de los comicios por obra de la Justicia, dispone de
la denuncia: lanzar pestes y culebras por la inhabilitación del voto popular
para instalar la elección del nuevo Consejo de la Magistratura. Parte de la
campaña, una forma de encubrir –entre otros temas– su pésima defensa por las
imputaciones de corrupción que azotan a la Administración y a la mandataria en
particular, encajonada infantilmente en culpar a los poderes concentrados por
la difusión de groseros y grotescos montos de dinero. Poco imaginativo resulta
afirmar que son sólo “operaciones mediáticas”.
A los enigmas por candidaturas y formas de votación habrá que
agregarle la certeza del imperio de la denuncia, el fenómeno de los meses en
curso. Llave maestra, quizás, para la contienda venidera. Al menos en la
Capital Federal, donde Elisa Carrió engorda un voto escuálido gracias a esa
tendencia que abona un programa de la tele los domingos por la noche.
A quien nadie votaría para Presidente, entonces, parece que
muchos la votarían para diputada, como si fuera una Lanata de la política por
el rating (no en vano, alguna vez, quiso llevar al periodista en su nómina
partidaria).
Y justo es admitir que colecciona carpetas y repertorio en
ese sentido, como la que reflotó esta semana sobre el ministro Arturo
Puricelli, quien en algún momento fue un arrepentido denunciante contra los
Kirchner. De los tiempos en que discrepaban, cuando Néstor se alineaba con Domingo
Cavallo y Puricelli respondía a Alfredo Yabrán.
Aunque ese capítulo se le escapó a la ascendente Carrió.
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