Por Roberto García |
Hace apenas dos meses, desde la cercanía de Guillermo Moreno
se conspiraba en la Unión Industrial Argentina para que continuara como titular
José Ignacio de Mendiguren. Falló el intento, a pesar de la presión: se repuso
a Héctor Méndez según las normas de esa organización y, de acuerdo con los
mismos cánones, trasladó al Vasco a la vicepresidencia. Ahora, paradójicamente,
desde ese mismo sector oficial se brama para que De Mendiguren sea desplazado
de ese segundo lugar en la cúpula de la UIA, cese como directivo y lo
extraditen del país, si fuera posible.
Irascible cambio cristinista por la decisión del empresario
de aceptar la candidatura a diputado en la lista de Sergio Massa,
responsabilidad que en rigor debe atribuirse a la negociación de otro intendente,
Darío Giustozzi, quien lo ubicó en la nómina como su representante. La UIA,
cuidadosa, resolvió con su cuestionado dirigente una licencia temporal para
evitar más conflictos (en el pasado atravesó una demanda del mismo tenor,
cuando a los gritos Moreno exigió sin éxito que arrojaran al infierno a
Cristiano Rattazzi por haberse permitido declaraciones insolentes sobre la
situación económica).
Esta anécdota sobre De Mendiguren –personaje que supo ser
preferido de Cristina por los requiebros que le deslizaba– indica otra
evidencia: la contraofensiva presidencial, término que no despierta los mejores
recuerdos en ciertos sectores del peronismo, difícilmente se limite en los
próximos meses a sectores y personajes del estilo de la Corte y Lorenzetti,
Clarín y Magnetto, Massa y los intendentes rebeldes. Más bien apuntará a todo
aquel que de amigo pase a enemigo según el index de la Casa Rosada. La parrilla
está encendida.
Gobierna entonces una frase habitual de Néstor Kirchner que
conocen de memoria su mujer, su hijo y allegados como Julio De Vido: “Con el
poder no se jode”. Justifica, a partir del temor, descortesías, represalias y
medidas jacobinas por la exclusiva razón de que con las elecciones quizás el
poder gubernamental quede resentido, deshilachado, impotente. Ahora quedó
fracturado, y por la sola presentación de listas disidentes –sobre todo en la
provincia de Buenos Aires con la franquicia massista– y opositoras en gran
parte del país (Capital, Córdoba, Santa Fe, Mendoza), incluyendo feudos que se
suponían impenetrables, del tipo de Santa Cruz, Tucumán o La Pampa.
Al revés de Daniel Scioli, De Vido confesó, temeroso: “No es
una elección más”, como si al oficialismo le fuera la vida. Atendible
preocupación: si Massa aglutina un paquete de diputados propio o aliado luego
de los comicios, entra en riesgo la mayoría automática que hasta ahora presume
el cristinismo (ya complicada en las últimas sesiones). Y, para desgracia de la
omnipotencia, ese nuevo capítulo obligará a un arte en la Cámara no demasiado ejercitado:
la negociación, palabra inexistente en el diccionario K.
Con los anuncios de
las candidaturas, curiosamente, es como si ya se hubiera votado, se conocieran
los porcentajes a repartir en las cámaras y las figuras a considerar para 2015.
Un fenómeno inaudito de anticipación provocado por las encuestas que deprime y
exaspera al Gobierno mientras sus adversarios ni saben de dónde les llueve el
dinero. Como si el comicio futuro se convirtiera en un mero termómetro que
consagra la temperatura exacta, aunque ya se percibe la tendencia de la fiebre
alta. Una profecía autocumplida, para ser obvios.
Ni siquiera cuentan las primarias de agosto, ese fatuo
ejercicio de democracia en la mayor parte del territorio (donde no compiten el
cristinismo, el macrismo ni el massismo, ni siquiera los radicales porteños que
fingen una disputa), uno de los más inútiles gastos, invento parlamentario de
los dos grandes partidos para eliminar minorías, y que ya no sirve ni para ese
objetivo. La farsa. Al igual que la instalación forzada del cupo femenino, que
en este capítulo de las listas mostró a las mujeres como objeto (de
conveniencia y obediencia), figurando muchas por ser “la señora de...”, la
prima, la novia, la tía, la amante de cierto jefe, o por disponer de un apellido
reconocido o magra fama en los medios. Es la instalación de una casta política
cuando el propósito inicial eran la apertura y la participación del género.
Parecen la Corte, por la administración de fondos, y su
titular, Ricardo Lorenzetti, los primeros blancos de la contraofensiva. Aunque
no sorprende la pesquisa de la AFIP, presunta o negada, sobre su persona y
adláteres (en la Argentina, una investigación de ese organismo no se le niega a
nadie). Pero, en verdad, sobre Lorenzetti ya aterrizaron otras incursiones en
su vida privada –le costará negarlo– vía interferencias o fotos, intimidades
que no deberían preocupar a un señor divorciado. No ocurrió lo mismo con Carlos
Fayt, más transparente que el vidrio transparente, al que imputan ser
“centenario” como delito. Igual acusación se le podría imponer a Shimon Peres,
el lúcido presidente de Israel.
Material anecdótico, intimidatorio en general, que vendrá a
extenderse sobre otros sectores y personajes, ¿o acaso sólo Cristina y su corte
aparecen tocados por venalidades? Sin embargo, el fundamento de la
contraofensiva cristinista se apoyará en un terreno con menos cotilleo:
fortalecer la recuperación económica, la misma que dejó perder el Gobierno por
falta de destreza profesional. La quimera: más consumo, más crecimiento (ya hay
signos al respecto), captura de dólares desterrados, una primavera soñada para
impedir que la odiosa irrupción massista y cierta consistencia opositora se
vuelvan gravitantes a partir de octubre. Según las encuestas, parece demasiado
para una sola mujer.
© Perfil
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