Por Carlos Gabetta (*) |
Los resultados económicos, políticos e institucionales de la
década de gobierno peronista en su versión K van quedando a la vista, del mismo
modo que los del populismo venezolano y otros de por estos pagos, además de los
de las distintas variantes que van apareciendo en Europa. En el marco de la
crisis mundial, la situación argentina, aunque distinta en muchos aspectos,
ofrece semejanzas en el plano institucional y político, en la corrupción y el
descrédito de la dirigencia tradicional, con lo que ocurre en España e Italia.
También en la orfandad de propuestas y el desconcierto de la izquierda y el progresismo
en general.
Esperpento italiano. Si “el pasado es un prólogo”
(Shakespeare dixit) y “el tiempo sólo tardanza de lo que está por venir”, según
nuestro José Hernández, el progresismo argentino haría bien en seguir la
evolución del esperpento que tiene lugar actualmente en la política italiana,
ese país con el que tantas afinidades culturales tenemos. Esta advertencia es
inútil para nuestros liberales y populistas, porque, como en Italia, son los
responsables de la situación y harán –lo están haciendo– cualquier cosa para
salir del embrollo lo mejor parados posible.
El bunga-bunga
argentino no está salpicado, al menos por ahora, de escándalos de fiestorras
con menores de edad, aunque el antepenúltimo peronista en el gobierno, Carlos
Menem, nuestro Berlusconi con pantalones, se ganó cierta aureola de parrandero
contumaz. El peronismo kirchnerista se circunscribe, si así puede decirse, al
enriquecimiento ilícito masivo; la impunidad mediante la manipulación de la
Justicia, el monopolio mediático y la asfixia de la prensa independiente; la
violencia política; los pujos por perpetuarse en el poder y, last but not
least, la crisis económica.
Dando por sentado que
cada país resolverá los problemas económicos desde su situación particular y
sus propias posibilidades, la clave para Italia y Argentina está en que
aparezca una verdadera propuesta alternativa a la crisis, que no puede surgir
sino de una renovación profunda de la política. La crisis política es reflejo
de la económica, pero ésta depende de aquélla para su resolución.
El proceso italiano
está algo más avanzado en el tiempo. Puesto que la propuesta alternativa siguió
sin aparecer, acabó cuajando en la ingobernabilidad, como se venía viendo y se
vio en las últimas elecciones. Unos años atrás, el movimiento “antipolítica” de
Beppe Grillo no existía. Pero desde las últimas elecciones es el primer partido
del Congreso, con 108 diputados y 54 senadores. Lo lógico pareció ser un
entendimiento de Grillo con la izquierda liderada por Luigi Bersani, pero Grillo
se opuso; y además la alianza hubiese sido extremadamente débil a causa de la
fragmentación política.
Así se llegó a la
ingobernabilidad. La izquierda italiana entendió que la urgencia era ésa y se
aventuró a gobernar con socialcristianos y berlusconianos, los partidos que
provocaron la crisis y a los que cualquier cambio serio en la economía
afectaría en sus intereses, y cualquier cambio serio en la política pondría a
sus dirigentes ante la Justicia. Giulio Andreotti, ese mafioso socialcristiano
de la política, acaba de morir; pero Berlusconi está vivito y coleando.
Y todos los demás,
con lo que el baile no tardó en empezar. Apenas una fiscal milanesa pidió
cárcel e inhabilitación para Berlusconi por un asunto de prostitución de
menores (tiene otros, de otro tipo); Il Cavaliere contraatacó con insultos y
acudiendo a su inmensa maquinaria propagandística. Antes, el vicepresidente y
ministro del Interior, Angelino Alfano, había atacado a jueces y fiscales en un
acto organizado por Berlusconi. Así, de la madre del borrego, la economía, casi
ni se habla, si no es para reiterar cursos fracasados o formular tímidas
proposiciones cosméticas.
Como se ve, una
alianza imposible, a menos que la izquierda acabe amoldándose a las necesidades
y el estilo de la derecha, como suele suceder. El curso probable es que la
crisis se profundice y el próximo Grillo resulte un líder de extrema derecha,
tal como viene ocurriendo en otros países de Europa.
Por el momento, el
primer ministro socialdemócrata, Enrico Letta, sólo atina (¿adivinen qué?) a
poner en marcha un complejo mecanismo para reformar la Constitución y disponer
de otra representación electoral. Si nada cambia, esto último sólo podría ser
un apaño para que gobierne cualquier mayoría, en minoría contra todos los demás.
Y que siga el baile.
Los de acá. Compárese el movimiento antipolítica de Grillo
con nuestros 14N y 18A, un movimiento opositor sin Grillo y que por ahora no
pregona la “antipolítica”, pero tan despojado de propuestas como aquél. Sígase
en perspectiva el curso de nuestro berlusconismo con faldas, del populismo
“opositor” y de nuestros liberales; de la crisis económica, y se verá que el
progresismo argentino vive el prólogo de una situación similar a la italiana.
De enfrentar una alternativa semejante.
Tardanza de lo que
está por venir. De aquí a la probable ingobernabilidad argentina, habrá que
distinguir alianzas puntuales –por ejemplo, para desbaratar la reforma de la
Justicia– con la tentación, disfrazada de necesidad, de gobernar junto a
quienes vienen conduciendo el país hacia la crisis económica e institucional.
El Frente Amplio
Progresista, que apoyado en el prestigio y los antecedentes de sus líderes
pretende devenir la expresión política del progresismo argentino, de una
alternativa de cambio decente y posible, no sólo no consigue ir más allá de las
buenas intenciones; también se hace evidente la puja de personalidades e
intereses individuales, además de las lógicas discrepancias políticas.
Es que una alianza no
surge de ideas e intenciones, sino del trabajo común; de un programa. Ante un
plan concreto, se quedan los que lo aprueban y se van los que no.
De un programa serio
no surgen sólo candidatos a elecciones, sino la necesidad de gobernantes
profesionalmente capaces de aplicarlo para cambiar las cosas. El Partido
Democrático Italiano tenía un plan, pero lo fue abandonando poco a poco para
terminar gobernando con el de la democracia cristiana y el populismo.
Después de observar
lo que pasa en Italia, convendría que el progresismo argentino se preguntase
“¿por casa cómo andamos?”.
(*) Periodista y escritor
© Perfil
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