Por Roberto García |
Dicen, los que la frecuentan, que desde su entrevista con el
papa Francisco, Cristina de Kirchner modificó parte de su lenguaje e incorporó
actitudes y palabras que antes no reiteraba, de “amor” a “comprensión”, de
“perdón” a “diálogo”. Temían otra revisión interior más intensa quienes
observan ese cambio de repertorio, añadida a ciertas decisiones personales más
solitarias, aisladas; suponen que esa alteración última en la conducta derivó de
la audiencia en el Vaticano. Tal vez para justificar su arrobamiento, en esta
ocasión la Presidenta descubrió un Bergoglio con un hábito común a su extinto
marido: anota todo en una libretita negra, con letra diminuta, que él solo
parece entender. Aunque redacta otras precisiones diferentes a las que escribía
Néstor.
No se sabe si en la abstinencia rezaron juntos, si hubo
confesionario o, lo más probable, si sólo compartieron una charla de jefes de
Estado. Los cercanos a Cristina, sin embargo, otorgan demasiada influencia a la
palabra del sumo pontífice en esa oportunidad, infieren sin duda más de lo que
ocurrió y se adornan con el vestuario de términos que antes Ella no utilizaba.
Como si hubiera un cambio.
Aciertan en que hubo un armisticio implícito con Bergoglio,
que sigue rodeado de dudas: si bien la mandataria incurrió en sugestivas perlas
amistosas en su nuevo libreto, incluidas también en los tuits, al mismo tiempo
levantó el volumen de la intolerante consigna “vamos por todo” (sobre todo
contra los medios de comunicación no propios, la Justicia y cualquier atrevido
que manifieste críticas). Una ambivalencia que se reconoce en el trato con la
Iglesia. Por un lado, ninguna reflexión sobre el católico pedido local de
tiempo para instrumentar la reforma judicial sancionada y desagrado manifiesto
por la eventual convocatoria del Papa (cuestión que a la mandataria sus
servicios de inteligencia le han revelado como un hecho próximo) al diputado y
economista opositor Alfonso Prat Gay para que a su lado encuentre solución a
las escandalosas pérdidas del sistema financiero vaticanista. Por el otro, la
irritación posible se disipó con el gesto de saludar a Estela de Carlotto en la
plaza, aceptar una entrevista con Eugenio Zaffaroni a mediados de este mes y mantener
indemne la comunicación y el enlace oficiales con la esposa de Guillermo
Moreno, la escribana Marta Cascales, amiga de antaño de Bergoglio en un vínculo
de naturaleza política y religiosa que no incluye al secretario de Comercio.
Aun así, quedan cuestiones pendientes. Por ejemplo, resta
saber si el Gobierno atendió las sugerencias de la Iglesia sobre la reforma del
Código Civil en temas de familia. Para muchos, la obra de Vélez Sarsfield
reescrita ahora podría ser uno de los anuncios principales en el discurso
presidencial del 25 de mayo. Otra piedra fundamental del modelo, según dirá la
jerga oficial.
Al margen de las diferencias con los cardenales y con el
promotor inicial de la reforma del código, Ricardo Lorenzetti, el Gobierno
impulsa modificaciones que provocarán ronchas para el ciudadano común y para
otro nivel de observadores. Por ejemplo, los desvíos judiciales para que la
responsabilidad de los funcionarios públicos no atraviese como ahora la
instancia penal. Una protección, si se quiere, para aquellos que ejercen la
gestión pública y que ya vienen cubiertos parcialmente por las últimas leyes
judiciales; en suma, un modo de escape para que el “vamos por todo” no suponga
demasiadas complicaciones posteriores para sus autores.
Se producen estos episodios justo cuando se sacude el árbol
judicial, sea por el convencimiento de que irá a prisión –así se insiste en
Tribunales– un famoso ex funcionario íntimo de Kirchner durante años o por la
introducción de otro amigo del ex mandatario, Lázaro Báez, en una causa
inspirada en los últimos programas de Jorge Lanata (a propósito, se afirma que
a Ella no le molestan tanto esas emisiones con denuncias explícitas de
corrupción sino por la burlona caracterización que se realiza de su hijo
Máximo, a quien ridiculizan como devoto de la PlayStation, poco aseado y menos
afecto al trabajo). También sobre estos fenómenos habrá interpretaciones
ambivalentes, sea porque el Gobierno se desapega y no interviene en apariencia
sobre el avance de fiscales y magistrados, como corresponde, o debido a que
estas múltiples pesquisas mediáticas indican un trastorno moral de magnitud en
el interior de una administración que propiciaba un mundo mejor. Si hasta
Eduardo Duhalde, que en los primeros años del kirchnerismo ofrecía debilidades
por un “carpetazo” que prometía la Casa Rosada sobre una cuestionable licencia
a cambio de “18 granaderos” para un empresario denostado (hoy favorito), ahora
invirtió la corriente submarina y cuestiona al oficialismo por sumergirse en la
cleptocracia que desde la antigüedad se vincula a los políticos.
Tuvo Cristina, luego de aquel encuentro con el Papa, un
placebo espiritual que le motivó palabras de sosiego y paz. Pero duró poco y,
al margen de un mal pasar y un peor dormir, se enreda ahora en una pasional
batalla persuadida de que si no procede con energía y escasa misericordia, los
restos de su mandato serán un banquete para sus enemigos. Y un calvario para
Ella. Sobre todo si los astros no la bendicen en la elección de octubre.
De ahí que, olvidando al Papa y aquel encuentro, también el
léxico desacostumbrado, el propósito imperioso persiste en fortalecer el núcleo
básico de La Cámpora, su difusión como red en todos los ámbitos del Estado,
disolver o disgregar opositores como Clarín y el Poder Judicial y reforzar, si
puede, apoyos empresarios como el de su afín Cristóbal López, que antes de fin
de mes avanzará sobre Petrobras. Una compra como las de Báez, pero enmarcada en
otro registro profesional, con un cerebro no de mosquito y sin famosos como
Fariña o Elaskar: se asegura que un ex Pérez Companc, el reconocido
especialista en petróleo Oscar Vicente, sería su cabeza de puente en esa
empresa asociada con la estatal brasileña.
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