sábado, 18 de mayo de 2013

El renunciamiento

Impactó fuerte en el oficialismo el anuncio de que la Presidenta no impulsará cambios constitucionales.

Por Roberto García
Poca atención se le otorgó a una definición de Cristina Kirchner esta semana, un repliegue político que conmovió en particular el orden interno del oficialismo. Mucho más que a la oposición, que descontaba tal vez esa posibilidad o no aprehendió en su magnitud el compromiso presidencial debido a que varios aspirantes parecen más inquietos por el vestuario a estrenar que por el destino en 2015. “No voy a ser yo quien reforme la Constitución”, sostuvo. Le faltaba agregar la obviedad de que si la Presidenta no propugna la revisión, significa que enterró la quimérica re-re para la finalización de su mandato.

O le faltaba agregar “no voy a ser como Carlos Menem” (a la inversa, el riojano bromea: “Y decían que io era corrupto”).

Fue el renunciamiento una frase obligada por las encuestas negativas y crecientes, un derrumbe que, debe suponer su autora, podría descomprimir cierta tensión en la sociedad. Hoy insoportable para Ella. Por lo menos ya no habrá marchas con esa consigna. Aunque, claro, desata el instinto de los tiburones que sueñan con sucederla.

Y si bien la revolución interna amenaza con segregaciones futuras, sordas o explícitas batallas por áreas de poder, en el campo opuesto también se consagran de-sencuentros que se suponían consumados. Por ejemplo, el pacto entre Mauricio Macri y Roberto Lavagna en la Capital, dinamitado no tanto por la ubicación de concejales en las listas sino por la pugna de egos, la pretensión personal de los dos divos de encabezar la nómina presidencial dentro de dos años y medio. De ahí que Lavagna navegue a favor de un espacio propio hoy en el ámbito porteño para senador o se entusiasme con algún proyecto bonaerense que lo deposite después de octubre como diputado. Y Macri, finalmente, quizás construya una alianza que parecía imposible con Francisco de Narváez (e implícitamente con Daniel Scioli), mientras en su reducto capitalino le cede la posibilidad del senado a Gabriela Michetti y busca un segundo de nota fuera del partido –no prosperó en apariencia la sociedad con Martín Lousteau, hombre al que no le cabe el dicho “a caballo regalado no se le miran los dientes”– o le entrega ese lugar a uno propio como Sergio Bergman. En eso están Lavagna y Macri mientras nada se cierra del todo. Porque así suele ser la nada.

Setenta y dos horas antes de la confesión cristinista, Ella les había anticipado la novedad a por lo menos dos conspicuos aliados del interior, cuyos nombres y lugar de reunión se mantienen en reserva. Según la versión de los interlocutores, y al margen del devaluado estado de ánimo que habrían visto en la mandataria, la dama advirtió sobre el mandato a no renovar en 20l5 de su parte (refrendando aquella ocurrencia de “no se hagan los rulos con mi candidatura” del año pasado), al tiempo que señaló su carencia por no disponer de una “sucesora”, vacío que tampoco encuentra en el universo masculino que la rodea (lo que indicaría, por lo menos, su escasa inclinación por favorecer a Scioli, entre otros nominados de la misma escuela).

También señaló, siempre en esa versión, que parece decepcionada por quienes la acompañan en la conducción económica, dato que –de ser cierto–habría que tomar en cuenta para el futuro inmediato: si Ella se pronuncia y se amputa por lo más, le resultaría sencillo cortar por lo menos. Instancia que, sin embargo, no se sospecha inmediata por haberse involucrado exageradamente con sus operadores –el famoso quinteto real– y, sobre todo, porque no se le conoce aproximación con otros elementos profesionales de la economía.

Frente a lo que dijo en público y transcendió en privado, restan varias preguntas: ¿Insistirá en los años que le quedan en una oratoria que la ha alejado de vastos sectores de la sociedad? ¿Le habrá llegado la hora de cambiar instrumentos y figuras si los resultados de octubre –como afirman los sondeos– no le son propicios? Y si ya sabe que ese resultado no se modifica, como lo indicaría su repentina afirmación de retirada, ¿cuál es la razón para no operar esos cambios antes de los comicios y ver si esa modificación no altera el declive, el desflecado rumbo en que ha incurrido por presumir de terquedad?

Al margen de los interrogantes, su anuncio fue una bomba indigerible en el universo K. Nadie la imaginaba aceptar la figura del “pato rengo” que ella más de una vez temió protagonizar. Menos creían sus adeptos que se apartaría de la escena cuando recrudece el aluvión de denuncias que la afectan en términos patrimoniales, políticos, sociales y hasta en lo más intocable que planteaba el relato oficial: la intimidad, el “somos nada más que dos”. Para los sectores más radicalizados del Gobierno, el denominado “núcleo duro”, que no han sabido cultivar representantes competitivos en distritos clave del país para este octubre (Capital, Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires), postulantes acordes siquiera con sus intereses, la decisión declarada por Cristina los limita y encierra: podrán impulsar medidas de toda índole, concretar algunas en lo que falta de la gestión, pero se frustran por no encontrar un canal con nombre y apellido que los trascienda luego de 20l5. Otra vez la revolución trunca, vivir quizás como viudas. Y en el medio aparece la fronda –ya manifestada– en las huestes parlamentarias y hasta en los propios funcionarios del gabinete que multiplicará acechanzas, distribuirá culpas y represalias.

Para Ella, la manifestación es un descargo, harta ya de estar harta, tal vez, casi aludiendo con algún grado de humor al descuidista filósofo Hernán Lorenzino con su “me quiero ir”. No es ese deseo lo mismo para su gente, un plantel en número de votos nada desdeñable, que hasta ahora y por un tiempo controla y dirige una casta dedicada al enchufismo –sabia palabra castellana que califica a los poseedores de cargos sin mérito–, hoy acéfalos, sin la tutela exagerada y solitaria de quien cubría irresponsabilidades y fallos, mentiras inclusive, sólo por conservar una subordinación inaudita y no cambiar para evitar suspicacias sobre la pérdida de poder.
 Igual les quedan alternativas de oxígeno a esos dirigentes de la nueva política oficialista. Por ejemplo, las ventajas que brindará una oposición hambrienta y dislocada, ya dividida antes de comenzar. Y, sobre todo, los tranquiliza la seguridad de que Ella abandona el cargo pero no el combate. Conducta de mujer, claro.

© Perfil

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