Por Tomás Abraham |
Videla no, un hombre banal, en el sentido dado por Hannah
Arendt. Un hombre mediocre que no nació genocida, sólo quiso salvar a la patria
de lo que definía como terrorismo marxista. Hacía eco a vastos sectores de la
ciudadanía.
Hizo la carrera militar como podría haber sido dentista. En
las clases medias la carrera militar era una de las que podía ser elegida,
tenía que ver con una idea de la patria y de servicio. En sus filas había este
tipo de hombre: creyente, honesto, austero, severo.
Tuvo su momento de felicidad, fue durante el Mundial del 78.
Así lo rememoraba la revista El Gráfico en junio de 1978 luego de la victoria
en Rosario sobre la selección de Perú: “Llegamos a la final. No solamente los
jugadores, sino todos. Se acabaron los yo refugiados atrás de aislados gritos.
Ahora somos nosotros, sin distinción de colores, como
debimos ser siempre. Goleamos al destino y derrotamos a las sombras. El
teniente general Jorge Rafael Videla, presidente de la nación, dio en su
momento el respaldo necesario para que el Mundial fuera una realidad que
mostrara –seriamente– la verdadera cara de nuestro país. Cuando el Campeonato
se puso en marcha arrimó su aliento para que la Selección nacional superara
momentos críticos. Aquí está en el palco de honor en Rosario, junto al
brigadier Agosti, emocionándose con el juego y con los goles, acaso entonado
con esa ovación que acompañó el anuncio de su presencia. Argentina ya está en
la final de la Copa del Mundo. El teniente general Videla volverá el domingo a
dar otra lección de humildad: ser otra vez nada más que un hincha de la
selección”.
Me pregunto cómo fue posible que un hombre devoto de fe
cristiana, alabado por su ascetismo, por su honestidad y rectitud, respetado
por amplios sectores de la sociedad argentina en los años 70 y 80, apadrinara
torturas, fuera cómplice del asesinato de miles de hombres y mujeres, ocultara
pruebas, mintiera para proteger a culpables de crímenes aberrantes. Me pregunto
cómo fue posible que en nuestro país un hombre común de carrera militar, educado
de acuerdo a ideales sanmartinianos, llegara a comandar una organización que
robaba bebés de padres asesinados.
Me pregunto sobre qué pasó en nuestro país para que se
llegara a matar en las calles y en campos de concentración de millones de
ciudadanos con la sospecha, cuando no con el conocimiento y la certeza, de que
así ocurría.
Pregunto qué ha sucedido en casi cuarenta años para que no
extrajéramos las consecuencias ni analizáramos las causas para que esos hechos
sangrientos no ocurran nunca más. Me pregunto cómo y por qué militantes de la
justicia social indignados por la situación de pobreza y la explotación del
hombre por otros hombres, secuestraban gente y mataban a seres indefensos en
nombre de la revolución. Me pregunto cómo es que hombres y mujeres ordinarios,
como cualquiera de nosotros, pueden llegar a ser parte protagónica de un
sistema de odios que lo permite todo. Pregunto en nombre de qué concepción de
la historia y de la Justicia, matar por un ideal es un acto legítimo. Me
pregunto cómo se llegó a perpetrar hechos de un sadismo abominable en nombre de
la salvación de la patria y cómo se llegó a matar en nombre de la liberación de
los pueblos. Me pregunto qué pasó en la Argentina para que mientras J.D. Perón
y R. Balbín se abrazaban, otros asesinaban a J.I. Rucci.
Me pregunto qué pasó en la Argentina para que alguien como
Videla haya sido posible y real.
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