La Revolución de Mayo de 1810 (Cuadro de Francisco Fortuny) |
La plaza frente al Cabildo estaba ocupada por gente desde la
madrugada, de un día que amaneció nublado, frío y lluvioso. Pero esto no
impidió que la gente se arracimara bajo la Recova que dividía la plaza por lo
que hoy es la calle Defensa, y bajo cuanto techo pudiesen encontrar. Cabe
aclarar que no había paraguas en esos tiempos, si bien existían, eran un objeto
de lujo que no tenía todo el mundo como hoy en día.
La gente permanecía expectante, algunos con aspecto
amenazador. Al mando de estos últimos seguían, como en días anteriores, Domingo
French y Antonio Beruti. No repartieron cintas blancas y celestes, como se
creía, sino cintas blancas y rojas, según recuerdan alguno de los que dejaron
sus memorias por escrito. Las cintas blancas y celestes aparecerían exactamente
un año después, en el 25 de mayo de 1811, de la mano de los jóvenes morenistas.
La gente esperaba la decisión del Cabildo ante la renuncia
de la Junta dirigida por Cisneros. A las 9 de la mañana los cabildantes ya
estaban reunidos dentro del edificio. Y no claudicaron, se mantuvieron en sus
trece.
No aceptaron la
renuncia de la junta y la obligaron por escrito a que cumpliese con su deber de
gobierno, que si fuese necesario mantuviese la autoridad con el uso de la
fuerza. Así enviaron el despacho a la junta, o mejor dicho al Fuerte, donde
todavía residía el ex virrey Cisneros.
Pero al mismo tiempo, la gente de la plaza había perdido la
paciencia, y se cuenta que gritaban: ¡El pueblo quiere saber de qué se trata!.
Con ese grito, golpearon en las puertas del Cabildo y entraron sin más.
French, Beruti y Vicente López y Planes, llegaron hasta la
sala de acuerdos donde estaban reunidos los cabildantes, y le expusieron que el
pueblo estaba muy disgustado, y que era urgente tomar una medida que anulase la
junta creada por el Cabildo el 23 de mayo.
Los cabildantes lograron calmar a los revolucionarios, y que
volviesen a la plaza a la espera de noticias. Pero no pensaban darles buenas
noticias, sino que querían contener al pueblo con la fuerza militar. Para ello
consultaron a los comandantes.
Recién eran las 9.30
de la mañana cuando estos llegaron al Cabildo, y ya había pasado tanto. Leyva
les recordó el compromiso que habían tomado el día anterior, de apoyar a la
junta. Pero los comandantes que eran de origen español permanecieron en
silencio, fueron los criollos dijeron que la gente estaba tan enfervorizada que
no sólo no podrían sostener al gobierno, sino que ni a ellos mismos se podían
sostener, ya que los tendrían por sospechosos.
Recordemos que ya el 24 de mayo se había sospechado de
Cornelio Saavedra porque no había dicho nada, justamente, en la reunión con el
cabildo.
La gente volvió a golpear las puertas y a gritar que ¡El
pueblo quiere saber de qué se trata!. Ante este panorama desolador, el Cabildo
cambió su resolución, y encomendó una delegación que le pidiera nuevamente la
renuncia a Cisneros.
Apenas se supo que Cisneros había vuelto a renunciar, los
delegados de la gente que se agolpaba en la plaza volvieron a irrumpir en el
Cabildo y dijeron que no se conformaban con la renuncia de Cisneros, sino que
el pueblo debía asumir el gobierno ya que el Cabildo se había excedido en sus
facultades y ya no era de fiar.
En el acta del Cabildo dice: “con nada se conformaría que
saliese de esta propuesta, debiéndose temer en caso contrario resultados
fatales”. La propuesta a la que se refería era el nombramiento de una nueva
junta integrada por la lista que se había distribuido el día anterior.
Así el Cabildo pidió que se presentara por escrito esa
petición. Y así lo hicieron, con unas 400 firmas, este documento se conserva
hoy en día. Junto al nombre y firma de French y Beruti, cada uno había agregado
“por mí y por seiscientos más”. Ante semejante documento, los cabildantes
solicitaron que se congregara la gente en la Plaza para ratificar el pedido.
Pero a todo esto el día se había puesto muy feo, y la lluvia
arreciaba. Muchos se habían ido, y los que permanecían no estaban en la plaza,
sino distribuidos por aleros y galerías. Entonces salió Leyva a la calle, y no
vio a nadie y preguntó “¿Donde está el pueblo?”.
Se cuenta que la
gente que estaba cerca gritaba de todo, pero fue Beruti quien dijo “que la
gente por ser hora inoportuna se habían retirado a sus casas; que se tocase la
campana del Cabildo y que el pueblo se congregase en aquel lugar para satisfacción
del Ayuntamiento; y que si por falta del badajo no se hacía uso de la campana,
mandarían ellos tocar generala y se abriesen los cuarteles, en cuyo caso
sufriría la ciudad, lo que hasta entonces se había procurado evitar”.
Con lo del badajo, Beruti se refería a la pieza de metal que
cuelga dentro de las campañas y que las hace sonar. Al parecer Liniers la había
retirado el 1º de enero 1809, luego de la revuelta de Alzaga a la que nos
referimos aquí.
Acto seguido el Cabildo cedió y nombraron a la nueva junta
de gobierno, la que hoy en día se conoce como Primera Junta aunque fue en
realidad la segunda. Así triunfó el pueblo y la revolución. Una revolución sin
sangre. Esta vendría de allí en adelante, ya que los españoles no entregarían
todo el territorio de sus virreinatos así como así. Comenzaba la Guerra de la
Independencia, si bien oficialmente recién se declaró la independencia de
España el 9 de julio de 1816.
© Viaje en el Tiempo
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