Por Roberto García |
Por falta de lectura, quizás no conocían la anécdota.
Hubiera sido un aporte. Cuentan que estaba por comenzar el gobierno de John
Kennedy, realizaba el Presidente una de sus primeras reuniones de gabinete y le
preguntó a sus colaboradores: ¿qué hacemos con Edgar Hoover? Como el titular
del FBI estaba en el cargo desde antes de la II Guerra Mundial, atribuida su
permanencia y continuidad en el cargo (siguió luego de Kennedy) por conocer
costumbres y hábitos comprometidos de los políticos, se supuso que el nuevo
mandatario se encargaría de despedirlo. Pero el responsable de la “nueva
política” prefirió consultar.
Casi todos cuestionaron a Hoover hasta que Robert Kennedy, hermano presidencial, selló la discusión con una referencia popular: “Entre tener adentro un tipo que mea para afuera y tener afuera un tipo que mea para adentro, prefiero lo primero aunque sea indeseable”.
Casi todos cuestionaron a Hoover hasta que Robert Kennedy, hermano presidencial, selló la discusión con una referencia popular: “Entre tener adentro un tipo que mea para afuera y tener afuera un tipo que mea para adentro, prefiero lo primero aunque sea indeseable”.
Ese episodio
demuestra cínicamente que en materia de secretos la política norteamericana
exigía el mayor de los cuidados, no dejar cabos sueltos, alimentar inclusive a
elementos de sospechosa calaña.
Desde afuera, entonces, dos individuos propios volcaron
litros de orín sobre los Kirchner y su hermético entorno santacruceño
encabezado por el próspero empresario Lázaro Báez, quien no leyó la historia de
los Kennedy. Nunca viene mal un librito. En su derrame humillante, una
mejicaneada oral sobre fondos que tal vez provenían de otra mejicaneada (vaya
uno a saber), Leonardo Fariña y Federico Elaskar se vistieron de “arrepentidos”
sin causa, iluminaron a Báez, enterraron de nuevo a Néstor 15 subsuelos más
abajo, enmudecieron a la viuda e hijos y, si continuaban en sus revelaciones
íntimas sobre movimientos de dinero non sancto, merecían por devotos la
inscripción en La Cámpora y Carta Abierta. Finalmente, disponían de más
confianza con el ex presidente que los militantes de esas agrupaciones.
Fue ese estallido en el programa de Jorge Lanata,
curiosamente el periodista importado por el monopolio el año pasado que, en un
solo domingo, pudo descolgar el cuadro “Clarín miente” que el poderoso diario
no logró durante años. Se paralizó Cristina al menos 24 horas, también su
equipo, ni hablar de la Justicia; víctimas de un ACV colectivo, no respondieron
a las acusaciones, se puso en vilo hasta la concesión de dos gigantescas
represas en Santa Cruz que ya parecían otorgadas a Báez. Allí habló De Vido:
las obras se hacen de cualquier manera, no hay negocio que se detenga.
Quizás la Justicia tardía ni siquiera encuentre una prueba,
pero en la Casa Rosada admiten que el confesionario público de Fariña y Elaskar
fue una de las peores derrotas políticas para CFK: el fango se filtró hasta en
los sectores más carenciados, algo más que suspicacia sobre venalidad en la
gestión. Doble el impacto, además, porque luego los dos insolventes morales,
repentina y sospechosamente, modificaron su declaración en otro canal de TV, se
desmintieron a sí mismos, pidieron nerviosos perdón a sus denunciados alegando
que se habían equivocado porque eran jóvenes. Nueva categoría de la estupidez
organizada. Mientras, Ella, conmovida por el turbión impúdico, se hundía tensa
en un bache comprensible sin que los masajes y las pastillas pudieran
aliviarla, insomne, aferrada a un control remoto en la madrugada como si fuera
un tótem de la filosofía oriental que en el ejercicio ritual del zapping le
devolviera sosiego.
Para colmo salió en letra de molde lo que ya sabía: el fallo
a favor de Clarín por la Ley de Medios en la Cámara Civil y Comercial. “La peor
semana de Cristina”, otra vez, la quinta o sexta en 2013 y todavía no se llegó
a la mitad de año. Ofuscada insistió con una réplica: arrancar con fórceps la
“reforma judicial” en el Congreso para demostrar poder, a pesar de que también
sabe que un juez suspenderá la vigencia de esas leyes por inconstitucionales y
la elección directa de los consejeros a la Magistratura no podría realizarse en
octubre como Ella dice querer. Para decir, si ése es el curso, “no me dejan
gobernar”. Este juego parece una premeditada acción del Gobierno: montar una
discusión con la excusa de que la mafia judicial también impide que el pueblo
vote, que la mayoría se exprese, como si el kirchnerismo fuera el proscripto
peronismo de la Revolución Libertadora.
Aun faltaba, en la semana traumática, la movilización del 18A
con multitudes voceando su nombre. No favorablemente, claro. Demasiado para una
sola mujer, atendible que se sujetara a un viejo dicho popular –corazón que no
ve, corazón que no siente– y se embarcara a otro país, desatendiéndose de otra
medicina que heredó de su marido: tanto dijo Néstor que la gente debía
participar y movilizarse, que la prédica tuvo su premio: la muchedumbre marchó
fustigando al Gobierno.
Lo más curioso de la protesta: casi nadie vociferó contra la
re-reelección, como en otras oportunidades. Más que un cambio de opinión, ese
olvido obedece a la realidad de que el gentío entiende ya como alternativa
imposible lo de “Cristina eterna”. Ni siquiera en la organización previa del
evento se debatió la desaparición de la consigna, para ellos es un hecho
consumado. Y para Ella, otro misil en su línea de flotación, de ahí que
atosigara con 60 tuits de rabia mientras buena parte del país se le plantaba en
las calles. Como si la palabra pudiera parar la marea humana.
Después de la movilización y el descrédito, no es Cristina
la única preocupada por conservar políticamente la cabeza en su sitio: la
conmoción también afecta a Daniel Scioli y Sergio Massa, héroes del doble
estándar, del mostrar y no ejercer, hasta hace horas intocables en la vanguardia
de las encuestas. Uno porque aparece comprometido con la Casa Rosada aunque
allí no lo quieren; y el otro porque se le agota el tiempo para coquetear entre
la oposición y el Gobierno. Se prometían pacífica convivencia y ahora estalló
el conflicto que el próximo 11 alcanzará el climax cuando el tigrense junto a
otros intendentes salga a cuestionar la política de seguridad bonaerense.
¿Ataca a Scioli por orden de Cristina o por su propia aspiración presidencial?
Mucho diálogo con De la Sota, Barrionuevo, Lavagna, pero a la hora de la verdad
sentó a su diputado Roberti para que el cristinismo pudiera reunir el quórum y
aprobar las leyes judiciales.
A la histeria o a los pactos secretos se los llevará la
correntada junto a los carteles con sus nombres. Raro que no lo sepan dos
hombres que viven junto al río.
© Perfil
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