Por Gabriela Pousa |
¿Qué cambió? La cantidad de víctimas. A
saber, desde tiempos inmemoriales, la corrupción es una constante en la escena
política nacional. Los montos de dinero diseminados en coimas,
retornos, sobre precios y hasta lavado de dinero son incalculables, y debiera
generar igual rechazo que se trate de cien pesos o cien millones de dólares.
El relativismo ético y moral a esta altura, alcanza
niveles lamentables a punto de declarar que son mejores aquellos que “roban
pero hacen”.
Pero más allá de cifras y pesajes, lo que comienza
a sacudir el entramado de la corrupción en la conciencia ciudadana son las
víctimas que se multiplican como consecuencia de la misma. La gente está
entendiendo que los fondos desviados por el lavado o destinados a cuentas
extranjeras son, precisamente, los que debieron usarse para la construcción de
hospitales, desagües, etc. Y hasta acá se ha llegado.
La relación muerte- corrupción llegó para quedarse. Los argentinos podían soportar
muertes por negligencia de una dirigencia indiferente como sucediera en
Cromagnon pero no pueden ya asumir cadáveres por ineficacia seguida de
ostentación.
Una cosa es el robo y la desidia, y otra muy
distinta es que lo robado y no ejecutado en un presupuesto determinado salte a
la vista en suntuosos lujos de funcionarios. Pareciera que el límite de la tolerancia se
ha alcanzado. Triste es que eso haya sucedido sobre la sangre de tantos
conciudadanos, claro.
En ese trance, la tragedia de Once y las
inundaciones de La Plata obraron como detonantes juntamente al programa periodístico
conducido por Jorge Lanata. Nafta al fuego puso el mismísimo gobierno armando
una burda operación política tendiente a desacreditar lo que a esta altura era
ya una certeza que ni siquiera requiere demasiadas pruebas.
¿Cómo llega un empleado bancario a multimillonario
en poco tiempo? Hasta una criatura de jardín de infantes puede responderlo.
Cargar contra un medio de comunicación o un periodista determinado es
subestimar a una mayoría importante del pueblo.
Las batallas insustanciales son también una
constante en la Argentina kirchnerista. La concepción política del kirchnerismo
fue siempre la misma: elegir un enemigo para justificar sus propias torpezas. Hoy el turno es de Lanata como
una excusa de las sin respuestas a imágenes y audios elocuentes desde el vamos.
En Casa Rosada está claro que no saben de qué modo
manejar una sociedad indignada. Lo grave es que cualquier contraofensiva aviva
el fuego y moviliza.
En ese sentido, la semana se inicia con un Congreso
funcionando en pro de un proyecto que, en otra coyuntura, quizás hubiese pasado
como pasaron tantos otros pero hoy, la lectura de la gente se ha
agudizado en comunión con el hartazgo.
No debe sorprender que aunque surjan
manifestaciones reclamando no avasallar la escasa independencia que le queda al
Poder Judicial, el oficialismo termine sancionando la reforma el próximo
miércoles 24. Hasta ahora se han comportado inmutables a todo reclamo. Dar
un paso atrás no es considerado por el gobierno como un gesto de grandeza sino
como un fracaso, una torcedura de brazo.
En ese contexto, es dable esperar una suerte de
cacería de brujas donde se erija antidemocrático a quienes se expresen
públicamente a favor de una resistencia ciudadana.
Sin embargo, la sociedad no acciona, reacciona. Reacciona
ante el atropello de la dirigencia política oficialista y en gran medida
también, ante el individualismo de figuras opositoras temerosas de terminar
como víctimas de una condena social inevitable.
Si la Justicia muestra ser un apéndice de Balcarce
50, impedir la condena social será muy difícil. Eso lo saben los miembros de la
Corte Suprema, plenamente conscientes de la responsabilidad que tienen. Es
muy probable que sean ellos quienes deban definir la constitucionalidad o no de
la reforma en ciernes.
A pesar de lo dicho, es dable admitir que ni las
evidencias empíricas que pueda mostrar Lanata ni la certeza ciudadana de una
casta dirigente embarrada hasta la coronilla alcanza. Por mucho menos se ha ido
Fernando De La Rua. Por mucho más están dispuestos a quedarse los
kirchneristas.
¿Cuál es pues la salida? Las urnas. El problema es
el tiempo desde este ahora insoportable para la gente y ese día. La paciencia
se agota, en cambio, la ambición oficialista se agiganta. No hay lógica.La
esperanza radica quizás en una vigilia pacífica, es decir en la demostración
cabal de estar soplándoles en la nuca.
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