Por Ignacio Fidanza |
El ministro, con síndrome de Estocolmo, mira desesperado a
los costados y balbucea: “Me quiero ir”. La periodista, griega, que viene
remando hace semanas para tratar de sostener la hipótesis de una salida a la
Argentina para su país, abre los ojos como platos y trata de explicar a los
funcionarios lo que sucede en las calles de su propio país: “Es el primer tema
en la economía argentina, en la calle todos me dicen que hay mucha inflación,
todos”. La vocera del ministro intenta ensayar una respuesta y luego de un
silencio eterno reconoce: “Sé que es difícil de entender para alguien de
afuera, pero nosotros no hablamos de inflación”. Y así el absurdo se
retroalimenta hasta el infinito.
Es una postal de época demoledora, en el futuro la exhibirán
como un documento de los años en los que estábamos locos, cuando los ministros
no podían hablar de lo real.
“Esto no es normal”, dice el sticker, casero, precario,
pegado sobre el cartel de la Estación 9 de Julio del Subte, en Diagonal Norte.
Letras de stencil sobre una bandera argentina. Pero lo grave no es lo que dice,
lo que alarma es que se entiende. No hay que explicar nada, el significante
está ahí a flor de piel, a plena luz. Esto no es normal. Que esa idea
prevalezca en un país con la historia de la Argentina, lo hace aún más
inquietante.
Cuando el gabinete se divide entre los “racionales” y los
que no lo son, ya no queda mucho por decir. Cuando los que mejor encajan son
los que más dificultades tienen con la realidad, es que estamos en problemas.
Graves.
Porque frente a la locura -que es básicamente vivir en una
realidad paralela-, sólo queda apartarse, huir. Como intenta hacer el ministro,
cuando la realidad lo interpela a través de esa periodista, “de afuera”.
Es también cierto que poder y locura son especies cercanas,
animales salvajes que se frecuentan. La historia del peronismo y del poder en
general, cuenta con sobrados ejemplos. Pero esto no es una justificación, muy
por el contrario, es una advertencia: Aquel que acepta una posición de poder
debería ser el más cuerdo entre los cuerdos. El de los pies de plomo, el rey
del sentido común. Porque es demasiado fácil extraviarse entre las alfombras,
los choferes y los elogios.
Lo nuevo es que esta vez no es la sociedad la que elude
complacida la realidad, como pasó tantas veces en nuestra historia, sino un
sector del gobierno y de sus adherentes. La pregunta “sencilla” de la
periodista griega: ¿Cuánto es la inflación?, se estrella contra la pared del
relato.
Relato maltrecho que se infla como un globo y va soltando
amarras, mientras El Drama, suma un ladrillo cada día. Sólido, inexorable. Y la
brecha se agiganta, como el dólar blue, la metáfora más poderosa de este
presente.
La Presidenta desciende del helicóptero y camina entre las
filas de sus jóvenes maravillosos. Le susurran al oído: “Cristina corazón, acá
están los pibes para la revolución”. Y lo hacen sin tomar conciencia que están
en un territorio devastado, donde la revolución nunca llegó; salvo como una
revolución de obras no hechas, de imprevisión, de muertes gratuitas, de miseria
repentina. Es el agua que todo lo iguala. Para abajo. Para abajo.
Y el jefe de bloque del Senado le dice estúpido al cerebro
económico de su gobierno. Se lo dice tres veces antes del amanecer. Y nada
cambia. Pero se lo dijo. Y el jefe de bloque de diputados acusa a la oposición
de incendiaria, pide paz, concordia y antes de terminar su discurso, lo tienen
que frenar para que no termine a las trompadas.
Y mientras esto ocurre, están los que esperan agazapados.
Los que no dicen nada comprometido. Los que saben todo y más aún y callan.
Esperando que pase el temporal para ir a buscar las sobras. Son políticos
“experimentados”. Se dicen líderes. Tiempistas. Y tal vez no esté tan mal,
podría ser peor.
Y así estamos. Y nos decimos que todavía queda una
oportunidad. Que con cambiar un par de cosas, cada vez son más, podría
enderezar, podríamos estar mejor. Recuperar un horizonte posible. Pero no
ocurre. Y vamos a seguir así, repitiendo la misma esperanza, hasta que el piano
se estrelle sobre nuestra cabeza. Otra vez. Ya lo vivimos.
Y así estamos. Y nos preguntamos por qué un Gobierno tiene
que ser amenazante, por qué es tan difícil ampliar en vez de restringir ¿Para
qué? ¿Acaso lo saben, de verdad lo saben? ¿O será que el propio dispositivo que
construyeron, los está devorando?
© LPO
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