Por Tomás Abraham (*) |
El 2 de abril es un feriado, pero no se festeja nada. Se
recuerda el día del comienzo de la guerra de Malvinas, en la que murieron
cientos de argentinos, entre oficiales y conscriptos. Cientos de vidas enviadas
por un jerarca sanguinario en medio de la algarabía popular entre los cuales un
alto porcentaje yace hace tres décadas en tumbas anónimas.
Ese es el día
elegido para que un par de políticos decida descansar de sus duros trajines en
playas tropicales. Debe haber algún malentendido por el que candidatos a
presidente de todos los argentinos crean que un 2 de abril es una buena ocasión
para irse de picnic.
Dejemos de lado los muertos por haber sido arrasados por
lluvias que muchos predecían. No es la primera vez que los responsables de la
salud, la seguridad y la vida de sus representados se enteran por celular de un
desastre no sólo climático. Recordemos dónde estaban los Kirchner durante y
después de Cromañón… en casa.
Pero ya que se quiere hacer feriados largos, al menos que
sean con cierta contrición de parte de quienes aspiran a estar en la cumbre de
la ciudadanía. No se entiende que por tener un Papa nacional se cierren
colegios a pesar de la separación entre Iglesia y Estado, y el día en que se
recuerda un suceso triste de nuestra historia reciente que se cobró vidas sea
una ocasión para un tiempo de esparcimiento.
Hay que haber estado en el cementerio de Darwin para darse
cuenta de la soledad –nunca mejor nombre para la isla– de esas tumbas cuidadas
por un lugareño que se ocupa de que no estén abandonadas del todo.
Mis editores me piden que escriba sobre Margaret Thatcher;
creo que lo estoy haciendo. Entre ella y Galtieri hicieron posible a Alfonsín.
Y desde ahí a todos los que nos han gobernado desde entonces. De no haber sido
así, el destino de todos los argentinos habría sido otro. ¿Cuál? Nadie lo sabe,
pero no el que fue; al menos no viviríamos en esta democracia, que por ahora es
lo que hay.
Así que no todo es lluvia y muertos por las inundaciones. El
desprecio por las vidas de los argentinos de hoy se suma al desprecio de la
vida de los argentinos de ayer. Si algún cínico estima que estoy
melodramatizando, creo que se equivoca, me parece que es al revés. Quienes
melodramatizan son todos aquellos que otra vez se felicitan a sí mismos por ser
parte de un pueblo generoso que dona frazadas, alimentos y colchones. Pueblo
generoso que también los donaba hace tres décadas. Si tanta generosidad
sirviera para algo, por lo menos para no llenar plazas de dictadores, o para
dejar de regalar votos a quienes protegen a organizaciones políticas que se
apropian con la falsa militancia de donaciones anónimas para paliar el abandono
y la indiferencia oficial.
Adular como lo hizo la Presidenta a una supuesta juventud
con camiseta partidaria y denigrar públicamente a un periodista que no hizo más
que preguntar a un operador político sobre las razones de hacer proselitismo
con la desgracia ajena constituyen una muestra de lo que hoy muchos entienden
por compromiso social.
Si al menos sirviera para una pueblada exigiendo la renuncia
del intendente de La Plata por mentir escabrosamente para salvar su propio
pellejo ante un hecho de dolor extremo.
Nos quieren hacer creer que de repente, de un día para otro,
la pampa húmeda y sus grandes ciudades son desde siempre zonas de desastre, de
catástrofes ambientales y que son víctimas del cambio climático. Igual que
Santiago, Tokio y las urbes edificadas sobre las fracturas y fallas geológicas
del Pacífico proclives a terribles terremotos, comparables a la zona caribeña
hasta la costa de Estados Unidos sujetas a los huracanes con nombres de
señoritas, ahora, también nosotros, según lo dicen Mauricio Macri, Daniel
Scioli y Cristina Fernández, estamos en el podio del próximo deshielo y el
futuro polar.
No tendremos tsunamis, pero no queremos quedarnos atrás con
nuestras nuevas cuatro carabelas: el Maldonado, el Gato, el Vega y el Medrano.
Es increíble todo lo que hemos aprendido sobre arroyos entubados.
Quien aún soporta escuchar la radio, ver televisión o leer
algunas columnas, puede enterarse de que, por ejemplo, este asunto de decenas
de muertos por lluvias es algo normal, un fenómeno mundial que le dicen. Nos
cuentan que el problema tiene más de un siglo desde que a un intendente llamado
Crespo, el que le dio nombre a la Villa, se le ocurrió edificar casas cerca del
Maldonado. He escuchado interesantes intercambios de ideas sobre un proyecto de
desentubamiento para recrear paisajes bucólicos semejantes a los que se pueden
apreciar en ciertos parajes del Rin y del Sena que quizás inspiren a muchos a
descansar en familia en nuevas zonas ribereñas sin necesidad de viajar tanto.
Pero especialistas en ecología advierten que si se
desentubaran los arroyos lo que saldrá no es precisamente un variado hilo de
aguas cristalinas sino otras más bien densas debido al desagote de millones de
personas que comen sesenta kilos de carne por año y expiden soruyos de grueso
calibre.
Hay periodistas que nos advierten que este asunto de las
inundaciones se sabe hace añares, y para corroborarlo recuerdan que el cineasta
Fernando Birri filmó Los inundados en 1971. Así es que ya deberíamos estar
acostumbrados a este fenómeno, al menos los que alguna vez fuimos al cine
Núcleo.
El domingo a la noche, para distraerme un poco de la pléyade
de programas que hablaban de lo que pasó en La Plata y la ciudad de Buenos
Aires, para no seguir escuchando a dirigentes que hablan de solidaridad e
infraestructura, cambié de canal y me detuve en El Trece, donde daban una
hermosa película que reveo de tanto en tanto. Estaba con mi nieta que no la
había visto. ¡Qué linda película es Titanic!, las escenas del hundimiento hasta
el momento en que la nave se pone en posición vertical y se va a pique,
impresionantes. El gerente de programación del canal advirtió que lo mejor para
proponer a la teleplatea y lanzar el futuro programa de Lanata era aprovechar
el momento en que todo el mundo habla de agua caída, para asociar de un modo
asaz kleiniano agua dulce con salada y ofrecer a DiCaprio nadando con Winslet.
Al menos no nos hizo revivir Caza submarina con Lloyd Bridges.
Un periodista deportivo peronista niembro del PRO (PDPP), en
su editorial radial del mediodía, antes de señalar que se juega mal al fútbol
se refirió a las inundaciones para decir que que la gente se joda. Si nadie
hace caso en el futuro de que este asunto de las inundaciones va a seguir
repitiéndose y no toma los recaudos que hay que tomar para no sufrir las graves
consecuencias que acarrea el cambio climático, “¿qué quieren que les diga?”,
dijo, “si se hacen los distraídos después no hay lugar para lamentos…”.
Tenemos un gobierno
muy activo. No nos deja descansar. Los estrategas de imagen y sonido aconsejan a
la Presidenta que no importa lo que diga, basta con que lo diga seguido, y
mucho. En días tuvimos negocios con Irán, luego un papa propio, después el
agua, y sin siquiera esperar a que se seque la tierra, la reforma de la
Justicia.
Estamos tapados, sin duda.
En la Ciudad de Buenos Aires viven tres millones de personas
desde hace medio siglo. Alguna vez leí que hay un millón de viviendas
desocupadas. Y se construye a un ritmo de locos. Torres, torres, torres,
grandes torres vacías. Cemento, hormigón, asfalto, ladrillos, impermeables al
agua de lluvia, para la misma cantidad de gente con el triple de viviendas
desocupadas.
La verdad es que el cambio climático es cosa de mandinga.
(*) Filósofo -
www.tomasabraham.com.ar
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