Por Ana Gerschenson |
La dirigencia, tan afecta a tocar los timbres de los vecinos
en tiempos de campaña, no se puso las botas de goma para ayudarlos en la
desgracia. Ni del oficialismo, ni de la oposición. Y los pocos que lo hicieron
llegaron tarde, reaccionaron tarde.
En la Ciudad y en La Plata, el Estado, expresión última de
la política, tampoco estuvo a la altura de las circunstancias. Ni para prever,
ni para montar con rapidez, la imprescindible para salvar vidas, un operativo
que mitigue los efectos de la catástrofe.
El gobierno porteño esperó a Mauricio Macri para dar su
primera conferencia de prensa. Doce horas después de los anegamientos, los
autos dados vuelta, los cortes de luz, y la gente que vio como se le fue la
vida con la lluvia.
En La Plata, la situación fue similar. Porque mientras se
discutía a nivel nacional quién tenía la culpa de la inundación porteña, los
platenses se subían a los techos, se colgaban de los árboles, y decenas morían
en su peor tragedia.
Muchos siguieron así durante horas, esperando que los salve
el Estado, ése que sostiene por televisión que nunca se hicieron tantas obras
como en los últimos diez años.
El martes 2 de abril, cuando la Ciudad amaneció inundada, la
discusión pasaba por el viaje a Brasil que había hecho Macri. El kirchnerismo
lo marcó como una irresponsabilidad, como un snobismo lejano al
"pueblo", sin saber la suerte que correría La Plata esa misma noche,
con su intendente, Pablo Bruera, también en Brasil. Lo de Bruera fue más grave,
porque directamente mintió por Twitter, con fotos que mostraban que estaba en
un centro de evacuados, cuando no había llegado aún a la Argentina.
Tampoco se lo vio al vicegobernador bonaerense, Gabriel
Mariotto, en las calles platenses hasta ayer a la mañana. No informó dónde
estuvo, aunque son muchos quienes señalan a Miami como la ciudad donde lo
sorprendió la noticia de la tragedia que vivía su provincia.
Y Alicia Kirchner, la ministra de Desarrollo Social, imprescindible
en situaciones como las que viven los platenses y los porteños, tampoco
apareció en escena hasta pasado el mediodía de ayer. Hasta entonces, su
paradero no confirmado oficialmente habría sido París.
La desolación bonaerense desnudó la imprevisión que el
Estado sigue teniendo para las tragedias. Los gobiernos pasan y la situación se
repite. Sucedió en los atentados a la embajada de Israel en 1992, a la AMIA en
1994, donde se contaminaron pruebas vitales; sucedió en Cromagnon, con los
chicos salvando a los chicos y un gobierno porteño a cargo de Aníbal Ibarra que
ni siquiera ayudó a los familiares que deambularon por los hospitales hasta
encontrar a sus muertos. Sin información ni organización del gobierno de la
Ciudad. Recordemos que Néstor Kirchner, entonces presidente, tampoco se acercó
a consolar a las víctimas ni a los padres de los 194 chicos muertos ese
diciembre fatídico.
El choque del tren en Once no fue distinto. Pero hay que
reconocer que toda la insensibilidad que la Presidenta ha demostrado hasta
ahora con las familiares de los 52 muertos y los centenares de heridos,
producto de un Estado que se dice presente mediáticamente, aunque no le
preocupa el transporte público, se modificó ayer cuando Cristina bajó de un
helicóptero en Tolosa, el barrio donde vive su madre.
Fue una visita breve y con más demandas que aplausos. Pero
fue una presencia. Políticamente, después de semanas de embestida K contra
Daniel Scioli, la reunión de trabajo con el gobernador se pareció mucho a la
actitud de una mandataria a la altura de la tragedia nacional. Claro que, para
completar ese espíritu nuevo de la Presidenta, tendría que haberse reunido
también con el jefe de Gobierno Mauricio Macri. Para los porteños, el gesto fue
ya sin cámaras ajenas y en Villa Mitre, un barrio con fuerte militancia de La
Cámpora. No fue a ver a los vecinos de Belgrano o de Saavedra, muy afectados
por las lluvias.
El gesto presidencial sorprendió por su singularidad, aunque
debería ser registrado como natural para una jefa de Estado de cualquier país
que vive una catástrofe como la de esta semana.
Entre las demandas de los que vieron a Cristina estaba la
soledad. "Nadie nos vinos a ayudar", "se pintan las veredas pero
no se hacen obras en las calles", a lo que la Presidenta respondía que las
lluvias no son peronistas ni radicales.
Ni en Ciudad ni en La Plata hubo un operativo eficaz, una
estrategia conjunta distrital y provincial con la Nación continua. Se lo vio al
secretario de Seguridad, Sergio Berni, comunicado con el sciolismo sólo después
de la visita presidencial a La Plata. "La sensación de la sociedad es que
el Estado no le puede solucionar nada. Hay una especie de resignación. De
hecho, la mala política se encarga de destruir al Estado, es un círculo
vicioso", afirma Sergio Berensztein, director de Poliarquía. Y añade, ante
una consulta de WE, que "es el fracaso infraestructural e incluso la
desidia, porque estamos en un período récord de gasto público y presión
tributaria, pero con la plata del Estado no se hace nada. O se hace un
auditorio de ópera en el Correo porque se le ocurrió a la Presidenta para
competir con Macri, una cosa ridícula".
Es el Estado que prioriza tener una aerolínea de bandera,
cueste lo que cueste, o fondos millonarios para Fútbol para Todos. O como en el
caso porteño, se concentra en una carrera de TC 2000. Y en todos los casos, incluido
el bonaerense, destina sumas abultadas para los recitales gratis todo el año.
De planificación y trabajo en conjunto, nada. De
coordinación, menos. Si no hay siquiera reuniones de Gabinete en el
kirchnerismo. Son Estados en los que hay modelo, pero no hay plan.
© WE
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