sábado, 9 de marzo de 2013

YPF y buitres: Doble anomalía

Más allá del luctuoso viaje a Caracas, desvelan a CFK los problemas con la petrolera y la deuda externa.

Por Roberto García
Sobredosis de chavismo: Comandante vive, unidad latinoamericana, socialismo del siglo XXI, hasta la victoria siempre y abundancia de panegíricos. Más la apoteosis continuada y contagiosa de la multitud ante el pulcro cadáver yacente y embalsamado, tumulto tricolor y televisión perpetua. A Cristina no la sorprendió este despliegue caribeño, pero el impacto del desenlace y la persistencia por elevar al caudillo de categoría provoca interrogantes: ¿el acontecimiento afecta políticamente a esta mujer que viajó con urgencia y regresó sin explicar su ausencia en el funeral de Estado para el cual había volado?

¿Vuelve, como lo harán la mayoría de sus compañeros de viaje, envuelta en una bandera imprecisa del socialismo y convencida del triunfo de una causa cuando, paradójicamente, desaparece el motor de esa causa?

Ese clima embriagador tropieza con dos situaciones que atribulan a la Presidenta: 1) El pleito a resolver este mes en la Justicia de EE.UU. con el reclamo de los bonistas que no aceptaron en su momento la oferta argentina; 2) La eventualidad de un entendimiento con la española Repsol, expulsada casi del país por el Gobierno cuando se estatizó YPF. En los dos casos, un solo tema las reúne: el dinero.

Tanto chavismo explícito cuando el Gobierno tendrá que elevar a una trifecta de jueces norteamericanos su propósito de pagar a los llamados fondos buitre casi lo mismo que le viene abonando a quienes se allanaron hace años a una negociación emprendida por Kirchner-Lavagna. Obedecerá esta oferta a una concluyente exigencia de los magistrados. Y a pesar de haber vociferado que jamás se le pagaría a los buitres, ahora el Gobierno actuará a la inversa: no sólo manifiesta voluntad por cumplir el compromiso caído, sino que su propuesta incluye casi un ruego para que el pago se pueda ejecutar según condiciones fuera del contrato con la excusa de evitar que una negativa judicial genere antecedentes que puedan alterar otras refinanciaciones de deuda externa.

Los argumentos para pagar a los buitres según el nuevo prospecto cristinista se vinculan con una versión obvia: integrarse a los mercados, ser fiable para posibles inversores, hoy renuentes siquiera a viajar al país. Un relato cierto, consonante con otra movida del mismo sesgo: el propósito de resolver litigios con Repsol a costa del gobierno argentino, reparador quizás del pasado exabrupto confiscador sobre YPF. Ahí es más notoria la contradicción: se sientan a dialogar y establecer coordenadas de negociación luego de sostener que a la empresa española no le correspondía ningún tipo de indemnización. Al contrario, se prometieron demandas contra Repsol por haber estafado al país, se imaginaba presionar a la compañía desterrada para que devuelva parte de lo que se llevaron. Ahora mudó ese principio y se reconoce la necesidad de adaptarse a un patrón universal, para sobrevivir económicamente y disponer de una certeza: sólo si el país arregla estas dos anomalías puede esperarse que alguna moneda inversora aterrice en la Argentina. Así parece entenderlo Cristina, con disgusto quizás.

A través de su embajador más cercano, Carlos Bettini, y de la confiabilidad que parece haberle otorgado al titular de YPF, Miguel Galuccio –a quien convoca con asiduidad a su despacho– , Cristina en persona parece revisar la confrontación pasada con Repsol y la inconveniencia de mantener un conflicto mientras se le acumulan juicios en contra (por no hablar de los petroleros del mundo que confiesan la imposibilidad de invertir en el país mientras no se desate este embrollo). Algunos atrevidos sostienen que hasta se redactó un escrito para compensar a Repsol (entrega de papeles sobre áreas de Vaca Muerta que los españoles pueden colocar en el mercado al tiempo que garantiza una provisión de fondos para la futura explotación) y que las gestiones están avanzadas. No lo admite la compañía, más exactamente su mandante Antoni Brufau, alguien para quien la Presidenta no reserva ningún elogio, alegando el catalán la picardía argentina de quererle ofrecer algo que era de ellos. Si no media alguna instancia política, el acuerdo parece imposible, al menos con ese diseño. Esto lo debe haber advertido Cristina cuando, en un almuerzo con Galuccio, Carlos Zannini y un accionista bancario de Repsol (Isidre Fainé, de la Caixa) prefirió internarse en la actualidad de Telefónica en la Argentina más que apuntarse en los conflictos con Repsol.

Resultados aparte, otro criterio más permeable parece alojarse en la mandataria, alejado del folclore que caracteriza el periplo del pésame a Venezuela. Nadie podrá decir que Galuccio emprendió por su cuenta las negociaciones y no dispone de un aval superior; aunque ese aval parece distorsionado por la exageración que impulsa el jefe de YPF para enfrentar en la interna a Julio de Vido, quien según él le hace la vida imposible, y también a Axel Kicillof, el numen de la expropiación, poco solvente en energía y hoy en un plano inclinado con la Presidenta o escondido para una oportunidad mejor.

Aun con esa vasta cobertura de los medios, lo de Galuccio todavía resulta frágil como gestor: demoró la presentación del balance de YPF casi inopinadamente, lo hará este martes con explicaciones a la prensa y, casi con seguridad, afirmando que los números no han sido tan malos como lo aseguran los técnicos (registran una caída en la producción como pocas veces atravesó la Argentina). Quizás repita la performance del Indec. Sólo por la debilidad de la compañía, la pérdida de valor, la suba de sus tarifas en contra de los controles que aplica el Gobierno y el intento de capturar ahorros en el plano doméstico como parche para sus emergencias indican la razón por la cual se persigue una apertura compensatoria a Repsol.

Administrar con lo nuestro no parece suficiente, ni siquiera para Galuccio. Singular el caso: los expropiadores apelan a sus expropiados para salvarse del ahogo.

© Perfil

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