Por Roberto García |
Sobredosis de chavismo: Comandante vive, unidad
latinoamericana, socialismo del siglo XXI, hasta la victoria siempre y
abundancia de panegíricos. Más la apoteosis continuada y contagiosa de la
multitud ante el pulcro cadáver yacente y embalsamado, tumulto tricolor y
televisión perpetua. A Cristina no la sorprendió este despliegue caribeño, pero
el impacto del desenlace y la persistencia por elevar al caudillo de categoría
provoca interrogantes: ¿el acontecimiento afecta políticamente a esta mujer que
viajó con urgencia y regresó sin explicar su ausencia en el funeral de Estado
para el cual había volado?
¿Vuelve, como lo harán la mayoría de sus compañeros de
viaje, envuelta en una bandera imprecisa del socialismo y convencida del
triunfo de una causa cuando, paradójicamente, desaparece el motor de esa causa?
Ese clima embriagador tropieza con dos situaciones que
atribulan a la Presidenta: 1) El pleito a resolver este mes en la Justicia de
EE.UU. con el reclamo de los bonistas que no aceptaron en su momento la oferta
argentina; 2) La eventualidad de un entendimiento con la española Repsol,
expulsada casi del país por el Gobierno cuando se estatizó YPF. En los dos
casos, un solo tema las reúne: el dinero.
Tanto chavismo explícito cuando el Gobierno tendrá que elevar
a una trifecta de jueces norteamericanos su propósito de pagar a los llamados
fondos buitre casi lo mismo que le viene abonando a quienes se allanaron hace
años a una negociación emprendida por Kirchner-Lavagna. Obedecerá esta oferta a
una concluyente exigencia de los magistrados. Y a pesar de haber vociferado que
jamás se le pagaría a los buitres, ahora el Gobierno actuará a la inversa: no
sólo manifiesta voluntad por cumplir el compromiso caído, sino que su propuesta
incluye casi un ruego para que el pago se pueda ejecutar según condiciones
fuera del contrato con la excusa de evitar que una negativa judicial genere
antecedentes que puedan alterar otras refinanciaciones de deuda externa.
Los argumentos para pagar a los buitres según el nuevo
prospecto cristinista se vinculan con una versión obvia: integrarse a los
mercados, ser fiable para posibles inversores, hoy renuentes siquiera a viajar
al país. Un relato cierto, consonante con otra movida del mismo sesgo: el
propósito de resolver litigios con Repsol a costa del gobierno argentino,
reparador quizás del pasado exabrupto confiscador sobre YPF. Ahí es más notoria
la contradicción: se sientan a dialogar y establecer coordenadas de negociación
luego de sostener que a la empresa española no le correspondía ningún tipo de
indemnización. Al contrario, se prometieron demandas contra Repsol por haber
estafado al país, se imaginaba presionar a la compañía desterrada para que
devuelva parte de lo que se llevaron. Ahora mudó ese principio y se reconoce la
necesidad de adaptarse a un patrón universal, para sobrevivir económicamente y
disponer de una certeza: sólo si el país arregla estas dos anomalías puede
esperarse que alguna moneda inversora aterrice en la Argentina. Así parece
entenderlo Cristina, con disgusto quizás.
A través de su embajador más cercano, Carlos Bettini, y de
la confiabilidad que parece haberle otorgado al titular de YPF, Miguel Galuccio
–a quien convoca con asiduidad a su despacho– , Cristina en persona parece
revisar la confrontación pasada con Repsol y la inconveniencia de mantener un
conflicto mientras se le acumulan juicios en contra (por no hablar de los
petroleros del mundo que confiesan la imposibilidad de invertir en el país
mientras no se desate este embrollo). Algunos atrevidos sostienen que hasta se
redactó un escrito para compensar a Repsol (entrega de papeles sobre áreas de
Vaca Muerta que los españoles pueden colocar en el mercado al tiempo que
garantiza una provisión de fondos para la futura explotación) y que las
gestiones están avanzadas. No lo admite la compañía, más exactamente su
mandante Antoni Brufau, alguien para quien la Presidenta no reserva ningún
elogio, alegando el catalán la picardía argentina de quererle ofrecer algo que
era de ellos. Si no media alguna instancia política, el acuerdo parece
imposible, al menos con ese diseño. Esto lo debe haber advertido Cristina
cuando, en un almuerzo con Galuccio, Carlos Zannini y un accionista bancario de
Repsol (Isidre Fainé, de la Caixa) prefirió internarse en la actualidad de Telefónica
en la Argentina más que apuntarse en los conflictos con Repsol.
Resultados aparte, otro criterio más permeable parece
alojarse en la mandataria, alejado del folclore que caracteriza el periplo del
pésame a Venezuela. Nadie podrá decir que Galuccio emprendió por su cuenta las
negociaciones y no dispone de un aval superior; aunque ese aval parece
distorsionado por la exageración que impulsa el jefe de YPF para enfrentar en
la interna a Julio de Vido, quien según él le hace la vida imposible, y también
a Axel Kicillof, el numen de la expropiación, poco solvente en energía y hoy en
un plano inclinado con la Presidenta o escondido para una oportunidad mejor.
Aun con esa vasta cobertura de los medios, lo de Galuccio
todavía resulta frágil como gestor: demoró la presentación del balance de YPF
casi inopinadamente, lo hará este martes con explicaciones a la prensa y, casi
con seguridad, afirmando que los números no han sido tan malos como lo aseguran
los técnicos (registran una caída en la producción como pocas veces atravesó la
Argentina). Quizás repita la performance del Indec. Sólo por la debilidad de la
compañía, la pérdida de valor, la suba de sus tarifas en contra de los
controles que aplica el Gobierno y el intento de capturar ahorros en el plano doméstico
como parche para sus emergencias indican la razón por la cual se persigue una
apertura compensatoria a Repsol.
Administrar con lo nuestro no parece suficiente, ni siquiera
para Galuccio. Singular el caso: los expropiadores apelan a sus expropiados
para salvarse del ahogo.
© Perfil
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