Por Ana Gerschenson |
Héctor Marcos Timerman se consolidó esta semana como el
mejor alumno del gabinete nacional. Es cierto que fue cónsul en Nueva York de
Néstor Kirchner, pero sólo cuando su esposa llegó a la Casa Rosada es que
comenzó su escalada política en el universo kirchnerista.
Timerman hijo, pasó del lilismo extremo al cristinismo sin
transiciones. Fue candidato a diputado del ARI en el 2001, pero el matrimonio
santacruceño lo sedujo rápidamente cuando llegó al poder en 2003, aunque el
diálogo directo lo mantuvo siempre con Cristina.
De cónsul pasó a embajador en Washington apenas asumió la
Presidenta su mandato en 2007. Y en 2010, se quedó con el sillón de su entonces
jefe, Jorge Taiana, en el Palacio San Martín, luego de un año de ruidosas
diferencias políticas internas.
Su última victoria fue el desplazamiento de Jorge Argüello
de la sede diplomática en los Estados Unidos. A Timerman no le gustaba la
autonomía con la que se manejaba el ex embajador y sobre todo sus informes
paralelos a Cristina Kirchner en temas sensibles como el reclamo de soberanía
por Malvinas.
Si bien su nombre tambaleó varias veces en los últimos años,
Timerman sobrevivió hasta ahora a sus rivales.
Claro que el precio de la permanencia fue la obediencia
total a la Presidenta. Como cuando le pidió que cerrara su cuenta de Twitter,
debido a sus constantes ataques políticamente incorrectos no sólo a periodistas
y opositores, sino que en algunos casos sus referencias a otros países
terminaron afectando las relaciones bilaterales.
El canciller, ex periodista, es impulsivo, verborrágico y
hasta agresivo en la crítica, pero siempre se sometió a las órdenes
presidenciales sin chistar.
En la Cancillería aseguran que su éxito no sólo se debe a la
sumisión extrema a la Presidenta, sino a que Timerman no aspira a tener tropa
propia, o como el común de los mortales que se dedican a la política, un
proyecto político propio. Es más, deja que crezca la influencia en su
Ministerio del viceministro de Economía, Axel Kicillof, padrino político de la
nueva embajadora en EE.UU., Cecilia Nahón, siempre y cuando no afecte su
puesto.
Su lealtad a Cristina no conoce límites. Se enfrentó a sus
amistades en Washington apenas asumió como embajador, al afirmar que la valija
con u$s 800 mil que se le incautó al venezolano Antonini Wilson y que iban
supuestamente a financiar la campaña presidencial de Cristina, habían sido una
operación sucia de EE.UU. Ya como canciller, se subió a un avión norteamericano
y confiscó personalmente el armamento que traían los militares estadounidenses
para realizar un ejercicio conjunto con sus pares argentinos. Hoy la relación
con la Casa Blanca es decorativa.
Tampoco dudó este último mes en dinamitar su historia dentro
de la comunidad judía, en defensa del dudoso entendimiento con Teherán. No sólo
porque no hay garantías escritas de que los funcionarios iraníes se presenten a
declarar cuando viaje el juez argentino, sino que ni siquiera establece tiempos
concretos para el cumplimiento del acuerdo. La orden presidencial era no
modificar ni un punto ni una coma del memorándum. Y Timerman no escuchó a la
dirigencia judía, ni sus dudas o sus reclamos de mayores precisiones. De hecho,
hoy la AMIA analiza expulsarlo de sus filas.
Casado con una arquitecta millonaria, en la cornisa de sus
60 años, en la Cancillería coinciden en que Timerman busca permanecer. Y supo
desde un principio que la única fórmula que funciona con CFK es la obediencia
debida extrema.
Como canciller, en su tercer año de gestión, hay demasiadas
rispideces para exhibir. Con Uruguay hay cortocircuitos importantes. De hecho
esta semana, Pepe Mujica dijo que la relación con la Argentina es "una
misión imposible". Con Brasil la relación vive de relanzamiento en
relanzamiento. Los lazos históricos con España se desintegraron luego de la
expropiación de YPF a Repsol, sobre todo por los modos de la decisión. Y el
vínculo vital que mantiene el Gobierno con la administración de Hugo Chávez es
comandado por Julio De Vido.
Timerman fue noticia recientemente por haber ido a Londres y
no haberse entrevistado con su colega inglés, después de un entredicho por la
presencia de los malvinenses en el encuentro. No pudo solucionarlo. Ni encontrar
el camino para avanzar en el reclamo de soberanía de las islas.
Pero nada de eso importa. Y aunque su principal cualidad no
es la diplomacia, para la Presidenta, su incondicionalidad sin límites, es
suficiente.
© we
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