Por Roberto García |
Dijo Lorenzetti que la representación del Buen Gobierno son
la paz, la concordia, el dominio del bien común por encima de los intereses
privados y, sobre todo, la justicia (que simbolizó con la tradicional figura de
la balanza). Dijo Lorenzetti que la representación del Mal Gobierno –por el
contrario– son el triunfo del vicio sobre la virtud, la violencia, el
privilegio, el despotismo y la supresión de derechos y garantías. Nadie publicó
estas reflexiones de Lorenzetti.
Claro, no era el Lorenzetti de la Corte Suprema argentina.
Corría el año 1300 y el Lorenzetti de entonces, Ambrogio, profería estos
conceptos a través de un formidable mural dividido en tres partes que plantó en
el Ayuntamiento de Siena, una de las primeras pinturas sociales, titulada Alegoría
del Buen y el Mal Gobierno, considerada una ruptura estética en el período
gótico debido a que los artistas se dedicaban en exclusividad a temas
litúrgicos, vírgenes, santos.
También de neto corte político, oficialista, para Canal 7,
ya que apuntaba a sostener la gestión de los administradores de Siena que, por
supuesto, pagaron la obra.
Si la Justicia es clave en un Buen Gobierno, como rezaba el
mural, quizás haya que admitir que el Lorenzetti local (Ricardo) debía temer
más avances del Ejecutivo –y, por lo tanto, de un Mal Gobierno– de los que
prometió Cristina de Kirchner en su discurso de ayer. Había en el rubro
judicial dolorosa expectativa y prevenciones, advertidas 48 horas antes con el
discurso del titular de la Corte, por el despliegue publicitario de allegados
al Gobierno: imputaciones de oscurantismo, falta de democracia y la certeza de
que el poder económico se impone en muchas decisiones judiciales, como si en
esos casos no compitiera con otro poder económico. Curiosamente, los nuevos
custodios presuntos de la legitimidad y la democratización, como se arrogan,
nunca aludieron a la presión del poder político que encarnan, ni a la
influencia de los organismos del Estado en ese ejercicio. Pasó entonces el
nubarrón para la Corte, con cierta paranoia previa; apenas si le llegó algún
dardo venenoso y le trasladaron mínimas responsabilidades, como persuadir al
gremio de bajarse el sueldo con el impuesto a las ganancias. Del resto
anunciado, poco conmueve al instituto: apenas si administrará los futuros
cambios, se hará cargo del tema de las cautelares que piensa revisar y aprobar
el Congreso, aunque el tema principal (la causa Clarín) ya se sabe que la Corte
lo resolverá antes de la próxima feria judicial, a mediados de año. Además,
como habrá más gasto para las nuevas transformaciones anunciadas, casi todos
estarán contentos. No en vano el discurso previo y tibio de Lorenzetti había
sido consensuado con sus pares. El Poder Judicial sigue independiente, dirían
los oficialistas italianos.
Más complejo y menos íntimo, en cambio, parece el cuadro con
la Justicia de los Estados Unidos, con esa profesora de derecho y jueza que
desnucó con sencillez argumental la reiterada puesta en escena de las
autoridades argentinas contra los fondos buitre, afirmando el Gobierno (vía
Boudou y Lorenzino) que no aceptará fallos adversos. A lo que la dama respondió
antes de concederle un mes al país para que mejore la oferta a los bonistas: 1)
si no aceptan el veredicto de la Justicia, ¿para qué vinieron a esta Justicia?;
2) yo no reescribo los términos del contrato, fueron ustedes los que
escribieron las condiciones que ahora se niegan a aceptar. Aproximación
entonces de una magistrada norteamericana a la insolvencia técnica que ha
exhibido la presentación argentina, cuya autoría se arrastra al primer momento
en que se decidió no pagar o podar las deudas pendientes y se continuó luego
por eventual desidia y un profesionalismo opaco. No parece auspicioso el
panorama de esta negociación. Quizás sea una Justicia que no se amedrenta por
voces exaltadas.
Igual, la Corte parece complicada con una derivación del
discurso. Cristina, con puntería sobre Israel y parte de la colectividad local
–un desafío poco habitual de los políticos argentinos– confesó sus primarias y
únicas razones para firmar un tratado con Irán y la inexistencia de otro tipo
de intereses en su determinación, hecho que sin embargo no modificará el
propósito de las instituciones judías para que el supremo instituto judicial
declare inconstitucional el acuerdo. Dentro del cúmulo de reservas sobre el
Bueno o el Mal Gobierno de la historia del arte que los envolvía, los miembros
de la Corte no se imaginaban lidiar con esta novedosa cuestión.
Escaldados o no, igual salen parcialmente del escenario los
miembros de la Justicia, hacen mutis junto al mensaje presidencial, bien
actuado y casi de improvisación deliberada, sobre el cual cargarán de opiniones
este fin de semana. Quedan repercusiones para la próxima, y la seguridad de que
florecerán otros protagonistas en el cine continuado del país: de la visitante
Dilma Rousseff con anuncios compartidos y los actores de la película
inflacionaria a través de la controversia por las paritarias, aún confusas a
pesar de que Luz y Fuerza cerró un convenio por 20% de aumento. Nadie sabe si
será cabeza de esos arreglos sindicales o su líder Oscar Lescano será sacudido
como en su momento lo despedazaron a Rogelio Papagno (Construcción) por haberse
allanado a los pedidos de moderación salarial de Isabelita Martínez. Para el
Gobierno es un logro esa firma: no se trata de un gremio menor, podría marcar
tendencia. Además, fija trinchera para vaciar a Hugo Moyano, impedir que capte
adhesiones.
Lescano, mientras, se asume como keynesiano y contertulio de
Kicillof: en el largo plazo estaremos todos muertos. Y para él, como para
otros, no existe manual alguno que precise cuál es el largo, corto o mediano
plazo en una sociedad penetrada por la inflación. Aunque parezca que está en el
mural del Buen o Mal Gobierno de Lorenzetti, en una parte o en la otra según lo
considere la opinión pública, desde hace mucho sacó la entrada de espectador
para ver cómo cambian y se suceden las estrellas y los títulos en la pantalla.
© Perfil
0 comments :
Publicar un comentario