sábado, 2 de marzo de 2013

Temían algo peor

En la Corte creían que la Presidenta iba a ser más dura en su ataque. Alivio que no se traslada a Nueva York.

Por Roberto García
Dijo Lorenzetti que la representación del Buen Gobierno son la paz, la concordia, el dominio del bien común por encima de los intereses privados y, sobre todo, la justicia (que simbolizó con la tradicional figura de la balanza). Dijo Lorenzetti que la representación del Mal Gobierno –por el contrario– son el triunfo del vicio sobre la virtud, la violencia, el privilegio, el despotismo y la supresión de derechos y garantías. Nadie publicó estas reflexiones de Lorenzetti.

Claro, no era el Lorenzetti de la Corte Suprema argentina. Corría el año 1300 y el Lorenzetti de entonces, Ambrogio, profería estos conceptos a través de un formidable mural dividido en tres partes que plantó en el Ayuntamiento de Siena, una de las primeras pinturas sociales, titulada Alegoría del Buen y el Mal Gobierno, considerada una ruptura estética en el período gótico debido a que los artistas se dedicaban en exclusividad a temas litúrgicos, vírgenes, santos.

También de neto corte político, oficialista, para Canal 7, ya que apuntaba a sostener la gestión de los administradores de Siena que, por supuesto, pagaron la obra.

Si la Justicia es clave en un Buen Gobierno, como rezaba el mural, quizás haya que admitir que el Lorenzetti local (Ricardo) debía temer más avances del Ejecutivo –y, por lo tanto, de un Mal Gobierno– de los que prometió Cristina de Kirchner en su discurso de ayer. Había en el rubro judicial dolorosa expectativa y prevenciones, advertidas 48 horas antes con el discurso del titular de la Corte, por el despliegue publicitario de allegados al Gobierno: imputaciones de oscurantismo, falta de democracia y la certeza de que el poder económico se impone en muchas decisiones judiciales, como si en esos casos no compitiera con otro poder económico. Curiosamente, los nuevos custodios presuntos de la legitimidad y la democratización, como se arrogan, nunca aludieron a la presión del poder político que encarnan, ni a la influencia de los organismos del Estado en ese ejercicio. Pasó entonces el nubarrón para la Corte, con cierta paranoia previa; apenas si le llegó algún dardo venenoso y le trasladaron mínimas responsabilidades, como persuadir al gremio de bajarse el sueldo con el impuesto a las ganancias. Del resto anunciado, poco conmueve al instituto: apenas si administrará los futuros cambios, se hará cargo del tema de las cautelares que piensa revisar y aprobar el Congreso, aunque el tema principal (la causa Clarín) ya se sabe que la Corte lo resolverá antes de la próxima feria judicial, a mediados de año. Además, como habrá más gasto para las nuevas transformaciones anunciadas, casi todos estarán contentos. No en vano el discurso previo y tibio de Lorenzetti había sido consensuado con sus pares. El Poder Judicial sigue independiente, dirían los oficialistas italianos.

Más complejo y menos íntimo, en cambio, parece el cuadro con la Justicia de los Estados Unidos, con esa profesora de derecho y jueza que desnucó con sencillez argumental la reiterada puesta en escena de las autoridades argentinas contra los fondos buitre, afirmando el Gobierno (vía Boudou y Lorenzino) que no aceptará fallos adversos. A lo que la dama respondió antes de concederle un mes al país para que mejore la oferta a los bonistas: 1) si no aceptan el veredicto de la Justicia, ¿para qué vinieron a esta Justicia?; 2) yo no reescribo los términos del contrato, fueron ustedes los que escribieron las condiciones que ahora se niegan a aceptar. Aproximación entonces de una magistrada norteamericana a la insolvencia técnica que ha exhibido la presentación argentina, cuya autoría se arrastra al primer momento en que se decidió no pagar o podar las deudas pendientes y se continuó luego por eventual desidia y un profesionalismo opaco. No parece auspicioso el panorama de esta negociación. Quizás sea una Justicia que no se amedrenta por voces exaltadas.

Igual, la Corte parece complicada con una derivación del discurso. Cristina, con puntería sobre Israel y parte de la colectividad local –un desafío poco habitual de los políticos argentinos– confesó sus primarias y únicas razones para firmar un tratado con Irán y la inexistencia de otro tipo de intereses en su determinación, hecho que sin embargo no modificará el propósito de las instituciones judías para que el supremo instituto judicial declare inconstitucional el acuerdo. Dentro del cúmulo de reservas sobre el Bueno o el Mal Gobierno de la historia del arte que los envolvía, los miembros de la Corte no se imaginaban lidiar con esta novedosa cuestión.

Escaldados o no, igual salen parcialmente del escenario los miembros de la Justicia, hacen mutis junto al mensaje presidencial, bien actuado y casi de improvisación deliberada, sobre el cual cargarán de opiniones este fin de semana. Quedan repercusiones para la próxima, y la seguridad de que florecerán otros protagonistas en el cine continuado del país: de la visitante Dilma Rousseff con anuncios compartidos y los actores de la película inflacionaria a través de la controversia por las paritarias, aún confusas a pesar de que Luz y Fuerza cerró un convenio por 20% de aumento. Nadie sabe si será cabeza de esos arreglos sindicales o su líder Oscar Lescano será sacudido como en su momento lo despedazaron a Rogelio Papagno (Construcción) por haberse allanado a los pedidos de moderación salarial de Isabelita Martínez. Para el Gobierno es un logro esa firma: no se trata de un gremio menor, podría marcar tendencia. Además, fija trinchera para vaciar a Hugo Moyano, impedir que capte adhesiones.

Lescano, mientras, se asume como keynesiano y contertulio de Kicillof: en el largo plazo estaremos todos muertos. Y para él, como para otros, no existe manual alguno que precise cuál es el largo, corto o mediano plazo en una sociedad penetrada por la inflación. Aunque parezca que está en el mural del Buen o Mal Gobierno de Lorenzetti, en una parte o en la otra según lo considere la opinión pública, desde hace mucho sacó la entrada de espectador para ver cómo cambian y se suceden las estrellas y los títulos en la pantalla.

© Perfil

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