Por Gabriela Pousa |
Lo que hoy es mañana puede no ser aunque hay algo
contra lo que no es factible luchar: las consecuencias. Por más que se
produzcan cambios extraordinarios, por más “darse cuenta” que se puedan
ensayar, la corrección del rumbo trae aparejados problemas inherentes al
excesivo tiempo de insensatez y necedad.
Por otra parte, y frente a los acontecimientos que
son de dominio público, el interrogante más generalizado que se plantea hoy en
la calle apunta a desentrañar hasta cuándo durará la emoción de
Cristina y la consecuente modificación de libreto entre sus funcionarios.
Después de 10 años de sistematizar la mentira, la desconfianza se justifica.
La utilización de la figura papal adquiere ribetes
grotescos y recuerda aquel viejo refrán que reza: “Cuando la limosna es
grande, hasta los Santos desconfían“. Y grande es la vuelta de tuerca
de un Luis D’Elia, una Hebe de Bonafini, y tantos otros más. No hace
falta ser analista para prever detrás de este cambio una estrategia política.
Puede creerse que el nombramiento de Jorge
Bergoglio al frente de la Iglesia mundial ha sido un golpe trascendente para
muchos, también es dable aceptar que tanto la persona como el hacer de quien
fuera arzobispo local recién se está conociéndose en toda su magnitud en estos
días. Nunca como ahora se habían difundido sus obras, o quizás nunca
como ahora la gente había prestado atención a ellas. Para reflexionar.
Sin embargo, eso es válido únicamente para aquellos
que no están inmiscuidos en cuestiones de poder. Todo político que se
precie de tal conocía perfectamente a Jorge Bergoglio, sus actividades y su
prédica. Y a ese todos no escapa la Presidente y su entorno. No es
necesario irse muy lejos. El actuar del Obispo Piña en la provincia de
Misiones para frenar la reelección indefinida de Carlos Rovira era el actuar
del ahora Papa. Los Kirchner lo sabían y de allí los ataques y las
críticas.
Así es como se dificulta la posibilidad de otorgar
verosimilitud a una conversión repentina, por alguna suerte de gracia divina.
La credibilidad está justificadamente perdida. Si acaso sucedió así en alguna
individualidad, ha de ser un caso aislado porque en Balcarce 50 tenían
una radiografía exacta del pensamiento bergogliano. A ellos se dirigió en
sendas ocasiones el ahora Sumo Pontífice al frente del Vaticano.
Posiblemente, el revuelo que género su
entronización se origine en la soberbia característica de nuestra dirigencia. Las operaciones políticas que
llevan a cabo, las extorsiones y aprietes dentro de la frontera le arrojaron y
arrojan resultado. Basta observar de qué lastimoso modo, cierto empresariado ha
dejado de publicitar sus productos en los diarios cuando no hay ley alguna
capaz de prohibir dicha actividad. Cedieron derechos a voluntad, y de allí es
muy difícil regresar. La soberbia oficial los ha hecho creer que
idénticos métodos podían utilizarse intramuros de la Santa Sede.
El fracaso de gestiones políticas contra el ex
cardenal fue un golpe fuerte. La metodología es meramente doméstica,
casera. Ese es el aprendizaje que está conmocionando a los kirchneristas en la
actualidad. El “papado” de Cristina es netamente local y consecuentemente
limitado.
Alcanza también otro dato a la hora de desmitificar
esta aparentemente repentina transformación del gobierno nacional: si
algún miembro del empresariado se dignara mañana volver a anunciar sus ofertas
en un matutino cualquiera, que no dependiera de la pauta oficial,
inmediatamente se observaría el ataque visceral del kirchnerismo. Adiós
emociones y religiosidad.
Es decir, todo está “en orden” y el
Ejecutivo puede mostrarse místico gracias a la obediencia debida que le
confieren otros sectores. Bastaría un díscolo para que el halo bonachón que
quieren mostrar se esfumara con inusitada velocidad.
¿Hasta cuándo podrá la jefe de Estado mantenerse
incólume y evitar la cadena nacional para desprestigiar y vender la “década
ganada” como si el éxito realmente la acompañara?
Nadie lo sabe a ciencia cierta. Es verdad
que los caminos de Dios son insondables, pero los del hombre son predecibles,
máxime cuando durante tres períodos gubernamentales consecutivos han mostrado
sus preferencias a la hora de accionar.
Por otra parte, para la mandataria argentina la
única política válida a la hora de dar prioridad a los sectores más humildes estriba
en subsidiar, es decir en transformar la pobreza en algo perpetuo y
estructural.
De cambiar realmente su postura debería empezar por
asumir que en el país se ha incrementado la miseria, es decir tendría que
aceptar que los éxitos que proclama desde el atril son inventos de una
estadística adulterada. No lo hará.
A su vez, un arrepentimiento acarrea el pago de las
consecuencias, y el gobierno sigue rechazando hasta la existencia de
estas. Dimas,
el buen ladrón crucificado junto a Cristo se arrepintió e hizo callar a su
socio, Cristina apenas se emocionó. Parecido pero no.
¿Salió acaso la Presidente a solucionar el conflicto
docente? ¿Pidió perdón a la sociedad por el descaro con que se refirieron
sus funcionarios hacia el nuevo vicario? Tampoco contó ni contará el
contenido del libro que le obsequiara Francisco.
Allí se lee preclaro el menaje del Episcopado: “La
República tiene su carta de navegación y el itinerario de la gestión política
en la Constitución Nacional”. De hacerlo debería decir adiós a los
sueños de eternidad.
Finalmente, el filósofo de su riñón, Juan
Pablo Feimmann, fue claro por demás: “Cristina se está jugando
la apropiación de Francisco“. ¿Qué agregar? No hay límite para la
inmoralidad. Este acto de sincericidio deja en evidencia la falsedad de
un arrepentimiento oficial. Nadie salió a desmentirlo.
De todos modos, será el tiempo quien hable y saque
a la luz la verdad. Mientras, hay situaciones que se esclarecen de un modo
proverbial. El Papa Francisco como objeto de deseo de dirigentes y
políticos no hace sino demostrar que en el país había y sigue habiendo un
espacio vacío: el de una oposición que vaya más allá de la indignación virtual.
Colgarse de una sotana para ocupar ese lugar habla
de una inmoralidad que hace mella en nuestra sociedad. Para que pueda creerse
en un cambio real, las palabras deben estar acompañadas de hechos, y
hasta hoy, la conducta del gobierno y la de otros dirigentes sigue exactamente
igual. Un par de lágrimas no sirven como parámetro para medir nada.
Otro análisis sería sólo una especulación a las
tantas que hay dando vueltas. Se ha llegado demasiado lejos, tan lejos
que el regreso únicamente es posible desde la más absoluta renuncia a
perseverar en esa conducta, y la confesión pública de haber hecho las cosas
en exceso mal.
Cristina no lo hará nunca, aún a su pesar…
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