Por Alfredo Leuco |
La conversión del cristinismo al cristianismo apenas necesitó
agregar una letra. El viraje fue tan vertiginoso e implacable que Cristina, más
papista que el papa, elevó al cielo a tres mujeres que odiaba y entregó al
infierno a tres hombres que amaba. La tarea de reconciliación se la encomendó a
Oscar Parrilli, el “Camarlengo”, quien se comunicó telefónicamente con las tres
santas que Cristina nunca tuvo en sus oraciones: Alicia Oliveira, Graciela
Fernández Meijide y Magdalena Ruiz Guiñazú. A los tres diablos los mató con la
indiferencia. Horacio Verbitsky, Horacio González y Juan Pablo Cafiero
recibieron una luz cegadora, un disparo de nieve, diría Silvio Rodríguez.
La Presidenta invitó a Alicia Oliveira a integrar la
delegación oficial, y mientras le daba la paz, la besó y le dijo: “Gracias por
haber venido, me ayudaste mucho”. Recién llegada de Roma, pude hacerle un par
de preguntas a quien más defendió a Bergoglio de la campaña sucia.
—¿El cambio de la
Presidenta es un gesto sincero y definitivo o sólo especulación electoral?
Usted confesó que había votado tanto por Néstor como por Cristina, pero que
ahora lo pensaría dos veces.
—De alguna manera me
sentí un nexo para la comprensión entre Francisco y Cristina. Estoy contenta.
Prefiero que trabajen juntos y que no se peleen.
—¿Pero la votaría
nuevamente? ¿Es una autocrítica genuina de Cristina?
—Rezo para que así
sea. Comprendo que es por el bien de todos.
—¿Ahora también
comprende a Verbitsky? Hace una semana usted dijo que sus notas eran una
infamia de mala fe.
—No tengo comprensión
para Verbitsky. Lo que hizo no se lo perdono.
No corren buenos
vientos para quien ayer fue vinculado por Jorge Lanata a la redacción de
discursos de la Fuerza Aérea durante el terrorismo de Estado.
Graciela Fernández Meijide y Magdalena Ruiz Guiñazú
trabajaron con igual coraje en la Conadep (Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas) y ambas fueron blanco de los ataques de parte del
kirchnerismo en general y de Hebe de Bonafini en particular. Recibieron
insultos terribles y Magdalena hasta debió sufrir un “juicio” en una plaza
pública y la incitación a escupir afiches con su rostro. Fascismo primitivo que
no tuvo ni una palabra de condena de parte de Cristina.
En su nueva etapa ecuménica, casi mimetizada como papisa del
Calafate del fin del mundo, Cristina pareció decirles a Graciela y a Magdalena:
“Ego te absolvo a peccatis”. Las invitó a un acto en Morón donde se lamentó porque
no hayan podido concurrir y lo expresó con un afecto inédito: “Nos hubiera
gustado tenerlas presentes”. La tropa de La Cámpora no entendió demasiado por
qué ahora no tenían que silbar (tal como hicieron con Bergoglio en Tecnópolis)
a esas “gorilas destituyentes”, como las llamaban hasta media hora antes.
¿Hay oportunismo berreta o lucidez estratégica en la nueva
liturgia de Cristina? ¿Es un astuto intento de apropiación del Papa, como dijo
uno de sus fieles empleados, o un cambio definitivo que implica arrepentimiento
de sus actitudes agresivas y autoritarias?
Fernández Meijide
dijo desde París: “Quiero pensar lo mejor. Celebro todo lo que sea amistoso
porque nos sobra confrontación. Ojalá la actitud del Papa haya calado hondo en
Cristina y comencemos una etapa nueva de unidad en las diferencias”. Magdalena
tocó la misma cuerda: “No esperaba la invitación. Ojalá sea un cambio”.
Tal vez éste sea el primer milagro del papa Francisco. El
discurso de Cristina en el ex campo de concentración de la Mansión Seré estuvo
tapizado de terminología religiosa y finalizó con un insólito: “Que Dios los
bendiga a todos y a todas”, que solía utilizar Carlos Menem y que fue
prolijamente ocultado por las crónicas de los diarios adictos.
La Presidenta le
recordó al papa Francisco que el 13 de marzo fue justo el día de Cristina,
mártir de Persia, patrona de los imposibles, virgen y mártir que fue presa y
asesinada a golpes de vara. La entronización del Papa desató encendidas
polémicas, sobre todo en Carta Abierta, donde se rumorea que Horacio González y
Juan Pablo Cafiero dejarían sus puestos en el Gobierno, aunque por distintos
motivos.
El titular de la
Biblioteca Nacional en su intervención ante los intelectuales por ahora
cristinistas condenó a Gabriel Mariotto a integrar una lista demoníaca de
derechistas amantes de la superchería entre los que colocó a Elisa Carrió,
Mauricio Macri y los genocidas. Créase o no. En pocas horas, Cristina adoptó
(¿se apropió?) los mismos conceptos de Mariotto. ¿En la próxima asamblea de los
pensadores a la carta, sumarán a la Presidenta a esa nómina? Sorpresas te da la
vida. En esa misma discusión, Jorge Luis Bernetti definió a la Iglesia como la
“monarquía absoluta más totalitaria que existe en el mundo hoy” y sus conceptos
fueron coronados de aplausos cuando dijo: “Comparto la crítica a esta absurda
posición demagógica de decir ‘tenemos un papa peronista’ que recoge lo peor del
ser nacional argentino”.
La estabilidad de Cafiero también está comprometida (como
anticipó PERFIL ayer), pero su situación podría calificarse como un caso de
obediencia debida. Estableció relaciones con el ala más reaccionaria y
conservadora de la Iglesia porque fue el único camino que encontró para su
trabajo diplomático. No porque Esteban Caselli o el cardenal Leonardo Sandri
hayan sido santos de su devoción.
Nuestra bendita Argentina no para de patear los tableros de
los analistas. En medio de uno de los momentos más complicados e incendiarios
de la economía, que tiene al Gobierno
corriendo detrás de los acontecimientos y tapando huecos; paradójicamente, la
política le vuelve a sonreír a Cristina donde mantiene la iniciativa. Al
principio, estuvo al borde del precipicio montada en su ira contra “ese
opositor de Bergoglio”. Pero frenó a tiempo y dio un giro de 180 grados. Dijo
aquí no ha pasado nada. “Yo nunca me enojé con Bergoglio, fue un invento de los
medios” y a otra cosa mariposa.
Semejante cabriola borocotista fue rechazada por la elite
más informada de la sociedad; pero será leída por el ciudadano común como un
gran romance entre el Papa y la papisa. Fue un volantazo tan brutal como
acertado. Los consultores más creíbles esperan un crecimiento de diez puntos de la imagen positiva de Cristina
en la próxima medición. La fe mueve montañas.
© Perfil.com
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