Por Román Lejtman |
No.
Fue la respuesta simple y contundente que recibió la
diplomacia argentina cuando exigió a la Oficina de Prensa de la Santa Sede que
desmintiera la nota publicada ayer en El Cronista, revelando un montaje
informativo urdido por el Gobierno para bloquear la elección de Jorge Bergoglio
como Papa. La negativa del Vaticano fue comunicada a la delegación argentina
horas antes del almuerzo que compartieron la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner y el Papa Francisco, quien en su frugal desayuno ya había leído las
notas de los principales diarios argentinos.
La tapa de El Cronista no sorprendió al Sumo Pontífice: sabía que un dossier sucio que lo vinculaba con las atrocidades de la dictadura militar, había sido redactado y entregado por el embajador argentino en el Vaticano, Juan Pablo Cafiero, a un cardenal de llegada directa a Fernández de Kirchner, que se plegó a las intenciones oficiales de sepultar las posibilidades de Bergoglio en la Santa Sede.
La tapa de El Cronista no sorprendió al Sumo Pontífice: sabía que un dossier sucio que lo vinculaba con las atrocidades de la dictadura militar, había sido redactado y entregado por el embajador argentino en el Vaticano, Juan Pablo Cafiero, a un cardenal de llegada directa a Fernández de Kirchner, que se plegó a las intenciones oficiales de sepultar las posibilidades de Bergoglio en la Santa Sede.
El embajador Cafiero basó su dossier sucio en las notas
publicadas por Horacio Verbitsky, que denunciaban la supuesta colaboración de
Bergoglio en los secuestros de los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Yorio,
desaparecidos durante seis meses en las mazmorras de la Escuela de Mecánica de
la Armada (ESMA). Cafiero sabía que la presunta información periodística había
sido descartada por la justicia federal, pero no le importó la verdad
histórica. Cumplió órdenes de la Casa Rosada, que no quería a un enemigo local
transformado en líder mundial y con poder Urbi et Orbi.
La tapa fue comentario obligado de la comitiva oficial,
aunque frente a los periodistas argentinos y extranjeros, el canciller Héctor
Timerman y el vocero Alfredo Scoccimarro restaron importancia a la nota
exclusiva que revelaba una operación política vergonzosa. Ninguno de los dos,
pese al encuentro a solas que iba a protagonizar Cristina Fernández de Kirchner
y Francisco, pudieron lograr que la Santa Sede emitiera un comunicado
desmintiendo una información que ya conocían los 115 cardenales que eligieron a
Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI.
Cafiero llegó al Vaticano portando su apellido y su alcurnia
peronista, que no es poca. Su padre Antonio ocupó ese mismo lugar meses antes
del golpe de Estado de 1976, y tuvo el gesto de regresar a la Argentina antes
que Isabelita fuera derrocada por la Junta Militar. Pero Juan Pablo no tiene
los contactos y la trayectoria política de su padre, y usó un atajo para
reemplazar su escaso peso diplomático en Roma: se aprovechó de la influencia de
Esteban Caselli, ex embajador de Carlos Menem, que llega sin obstáculos a los
cardenales más preocupados por la irrupción de Bergoglio en el escenario
pontificio.
Caselli utilizó su escaso italiano para introducir a Cafiero
en el lado oscuro de la Curia, que ya está en jaque por la agenda secreta de
Francisco, conjurado con determinados cardenales de Estados Unidos, América
Latina y Europa para terminar con la corrupción del Banco Vaticano y los
múltiples casos de pedofilia que asolaron a las iglesias del mundo. Cafiero de
la mano de Caselli llegó a Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto
XVI, y a Ángelo Sodano, secretario de Estado de Juan Pablo II, ambos rozados
por los expedientes secretos que revelan el encubrimiento de presuntas
operaciones de lavado de dinero sucio y de la actuación de miembros de la
Iglesia que aprovecharon su influencia pastoral para seducir a niños
indefensos. Cafiero, aconsejado por Caselli, escuchaba la liturgia de Bertone y
Sodano, sacaba sus propias conclusiones, y escribía cables secretos que enviaba
al canciller Timerman.
En uno de esos cables, Cafiero alertó al gobierno argentino
sobre las posibilidades de Bergoglio, ante un cónclave que aparecía dividido
entre candidatos de origen italiano y brasileño. Frente a la advertencia del
embajador argentino en el Vaticano, Balcarce 50 decidió usar las notas de
Verbitsky para bloquear la posible designación de Bergoglio en la Santa Sede.
El periodista más cercano a la lógica informativa de Cristina Fernández había
publicado que Bergoglio, como Provincial de la Compañía de Jesús durante la
dictadura, no había protegido la vida de los sacerdotes Jalics y Yorio,
secuestrados por un grupo de tareas de la ESMA. Sobre esta presunta
información, y asesorado por un diputado con nombre propio en los organismos de
Derechos Humanos, Cafiero cocinó un dossier sucio que montó sobre las notas de
Verbitsky.
El dossier fue entregado a un cardenal vinculado a Bertone y
Sodano, que conoce a Cristina Fernández, y que ya ha tenido diferencias con
Bergoglio cuando actuaba en la Catedral de Buenos Aires. Ese dossier llegó sin
escalas a una de las deliberaciones previas al Cónclave que eligió al Papa argentino,
estaba escrito en español y fue impreso con letras grandes y sin ningún
membrete o sello oficial. Sólo refería a las notas de Verbitsky, y omitía el
fallo del Tribunal Federal Nº 5 en la causa ESMA, que descartó por su ligereza
probatoria las acusaciones contra Bergoglio.
“Es totalmente falso decir que Jorge Bergoglio entregó a
esos sacerdotes. Lo analizamos, escuchamos esa versión, vimos las evidencias y
entendimos que su actuación no tuvo implicancias jurídicas en estos casos. Si
no, lo hubiésemos denunciado”, aseguró el juez federal Castelli, cuando se le preguntó sobre la responsabilidad de Bergoglio en la desaparición de Yorio y Jalics. Y añadió: “No juzgamos si Bergoglio pudo haber sido más o menos valiente. La pregunta es si entregó sacerdotes o no. Y coincidimos en que no hubo razones para
que lo denunciáramos”.
Antes del almuerzo en la residencia Santa Marta, el Papa
saludó a la comitiva oficial que le presentó Cristina. Desfilaron, sin
turbarse, Timerman, Scoccimarro y Cafiero, a quien algunos le auguran poco
tiempo cerca del Vaticano. Igual que al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de
la Congregación para las Iglesias Orientales, y a su colega y amigo Bertone,
que fue secretario de Estado y Camar lengo. Los tres saben que Fran cisco sabe.
Alea Jacta Est (la suerte está echada).
© El Cronista
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