Por Alfredo Leuco |
Peligro: esta columna puede herir los espíritus sensibles.
Se intentará gambetear las herejías y ser respetuoso, pero se analizará la
consagración de “Francisco eterno” con las categorías de una interna. El
encuentro de mañana en el Vaticano entre él y Ella se puede leer como una
conversación entre compañeros. Jorge Mario Bergoglio nunca se metió en
política: fue peronista toda la vida.
Tranquilamente podría
cantar: “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”. Eso explica tanto su postura
castigadora del neoliberalismo inhumano del FMI como su defensa de la
militancia de base en las villas, contra el paco y la pobreza, pero con el
cuidado de no caer en la violencia foquista y clasista en la que tantos se
inmolaron en los 70. Francisco podría decirle: “No llores por mí, Cristina”.
Ella es otra cosa. Fue derrotada en la interna planetaria
por Bergoglio. ¿Dirá, como aconseja el manual pejotista, “el que gana conduce y
el que pierde acompaña”? Es que Cristina abreva en dos dimensiones de su
evitismo fashion. La ética, que mamó de un caudillo autoritario y pragmático
capaz de pactar con el diablo y despreocupado por la transparencia como Néstor,
y la estética, que fomenta con los grupos menos morochos y populares de La
Cámpora o quienes tributan a una matriz marxista, como Zannini, Sabbatella o
Verbitsky.
Por eso a Cristina le costó tanto ( y le cuesta) tragar el
sapo de Bergoglio. Es como si el papa Francisco hubiera echado a los imberbes y
estúpidos de la Plaza de San Pedro. Como si su sola consagración –prueba de que
Dios, además de argentino, es peronista– hubiera separado la paja del trigo.
Eso produjo una fractura expuesta como nunca antes en el kirchnerismo. La
mayoría eligió el silencio cobarde, como suele ocurrir ante una presidenta que
castiga con crueldad a los disidentes y los manda a Siberia. Pero Horacio
Verbitsky se convirtió en el mariscal de la derrota del ala más impopular y
dogmática. Impulsado por sus odios ancestrales, intenta manchar las manos de
Bergoglio con sangre pero está flojo de papeles. Arrastró en su rodada a la
legisladora María Rachid, que calificó al flamante papa de “genocida”. ¿Qué le
queda para un terrorista de Estado como Videla? Por ignorancia, falta de calle
y exceso de cheques se sumó Diego Gvirtz, que industrializó en internet una
foto de Videla recibiendo la comunión de un sacerdote que no es Bergoglio. Pero
incentivó a la blogósfera K para que dijera lo contrario. Una mentira grande
como la Capilla Sixtina. En su carísima gacetilla televisiva, Gvirtz se comió
de local varias manos de Gabriel Mariotto, que defendió a Francisco desde el
amor a los descamisados, como lo hicieron Emilio Pérsico, Juan Pablo Cafiero y
Julián Domínguez.
“Bergoglio nunca entregó a nadie. Ayudó a salir del país a
mucha gente que corría peligro durante la dictadura. Yo quisiera saber a
cuántos ayudó a salir Verbitsky. Sus acusaciones son una infamia de mala fe”.
La doctora Alicia Oliveira tiene autoridad moral para defender a Francisco con
estas palabras. Ella jamás podrá ser acusada de gorila o derechista. Votó a
Néstor y a Cristina, aunque ahora lo pensaría varias veces. Fue funcionaria K
en el área de derechos humanos de la cancillería conducida por Rafael Bielsa,
hasta que se jubiló. La dictadura la persiguió de entrada y la dejó cesante
como jueza en su primer decreto del 5 de abril de 1976. A pesar de eso, tuvo el
coraje de firmar cientos de habeas corpus por los desaparecidos mientras los
Kirchner se enriquecían en Río Gallegos, ejecutando morosos que no podían pagar
intereses usurarios y sin decir una palabra ni mover un dedo contra el
genocidio que se perpetraba.
Bergoglio también derrotó a los grupos más derechistas que,
en un reduccionismo, podemos asimilar al concepto de los “yanquis” de aquella
vieja consigna. Monseñor Héctor Aguer y Esteban Caselli apostaron las dos veces
en contra de Bergoglio. Ultramontanos y menemistas, hicieron todo lo posible
para que entrara papa y saliera cardenal. Le pusieron sus fichas a Leonardo Sandri,
otro argentino pero candidato del establishment, más cerca del Banco Ambrosiano
que del padre Pepe.
En 1983, cuando las balas todavía picaban cerca y los
terroristas de Estado conservaban un gran poder de daño, la revista Cabildo
–vocera de la ultraderecha antisemita y homofóbica– publicó una tapa que
denunciaba a un centenar de “periodistas subversivos”, entre los que se
encontraban Verbitsky y quien esto escribe. El gremio de prensa, la Utpba,
resolvió que Alicia Oliveira fuera nuestra abogada defensora.
Cabildo hoy vomita su prédica nazi en forma de blog y su
director, Antonio Caponetto, escribió lo siguiente sobre la actuación de
Bergoglio durante el reinado de Videla y Massera : “En aquellos años, la patria
argentina fue blanco de una guerra, declarada, conducida y financiada por el
Internacionalismo Marxista, como parte del programa total de la Guerra
Revolucionaria. En esa contienda, Bergoglio estuvo del lado de los enemigos de
Dios y de la Patria”.
Mañana vamos a comprobar el tamaño de la suerte de Cristina.
Tuvo que apelar a la hipocresía que tanto detesta. Junto a Néstor, maltrataron
como enemigo a Bergoglio (“Diablo con sotanas”, fue el tiro sacrílego por
elevación), y sin embargo el Papa la recibirá, en un gesto que lo enaltece y lo
muestra lejos de actitudes vengativas o soberbias. En algunos aspectos,
Francisco es la contracara de Cristina. Austeridad franciscana, humildad,
dialoguista y un cruzado contra la corrupción y la trata. En otros, piensan lo
mismo: están en contra del aborto, levantan la bandera de la justicia social y
son malvineros de alma.
¿Todos unidos triunfarán? ¿Para un peronista no habrá nada
mejor que otro peronista? ¿Cristina se arrepentirá de su rencor y de haber
fomentado los ataques a Bergoglio, o utilizará la reunión como un paso más de
su carrera hacia la re-reelección?
Bergoglio es el argentino que más alto llegó en la historia.
Tocó el cielo con las manos. Cristina es la única mujer reelecta de nuestro
país. Francisco y Cristina, dos argentinos y peronistas frente a frente. Uno ya
es eterno. La otra, Dios dirá.
© Perfil
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