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Por Ana Gerschenson |
"Yo creo en Dios, aunque tengo mis diferencias con la
jerarquía, pero todos somos Iglesia", dijo hace unas semanas la presidenta
Cristina Kirchner. Se refería a Bergoglio, sin nombrarlo, con quien en los
últimos diez años sólo hubo rispideces públicas y privadas.
Néstor Kirchner llegó a considerarlo el jefe de la oposición
por sus fluidos contactos con dirigentes no kirchneristas. "Nuestro Dios
es de todos, pero cuidado que el Diablo también llega a todos, a los que usamos
pantalones y a los que usan sotanas", dijo el santacruceño en momentos de
cruce con el jefe de la Iglesia local.
La Presidenta tampoco sintonizó con el entonces cardenal. Lo
recibió por última vez hace exactamente dos años, en marzo de 2010. Los cuatro
encuentros que el Gobierno sostuvo con Bergloglio en diez años reflejan con
nitidez la gelidez de la relación.
Y fue desde el inicio de la década K. En 2004, Néstor
Kirchner cumplió con el protocolo del Tedeum por última vez. Lo decidió luego
de escuchar la homilía del ex cardenal, que había señalado que "el pueblo
está cansado de la narcosis de los anuncios estridentes, por lo que hay que
ejercer una fuerte protesta contra los que se sienten tan incluidos que
excluyen a los demás, tan clarividentes que no creen que se han vueltos ciegos
y tan autosuficientes en la administración de la ley que se han vueltos inicuos".
Para el santacruceño, fue una ruptura irreversible.
Pero Bergoglio, hoy ungido Papa, no retrocedió en su prédica
política, un terreno que transitó en su juventud cerca del peronismo. Basta con
recordar algunos párrafos de sus discursos públicos.
En 2009, tuvo su primer entredicho fuerte con la Presidenta.
En un seminario, aseguró que "los derechos humanos se violan no sólo por
el terrorismo, la represión, los asesinatos sino también por la extrema
pobreza". Y consideró que "la deuda social son millones de argentinas
y argentinos, la mayoría niños y jóvenes, que exigen de nosotros una respuesta
ética, cultural y solidaria, que obliga a todos los actores sociales, pero en
particular al Estado".
Cristina Kirchner le contestó a los pocos días: Hay dos clases de personas, quienes hacen declaraciones sobre
la pobreza y los que nos dedicamos a ejecutar acciones todos los días para
combatirla y en todas partes", dijo la Presidenta. El diálogo ya era casi
nulo.
El ahora Papa también fue crítico con la oposición, incluso
con los dirigentes con los que mantuvo una buena relación como Mauricio Macri.
En 2009, pronunció frases incómodas para el jefe de Gobierno:"Cuánta gente
duerme en la calle, en plena Plaza de Mayo, como material de descarte. El mundo
de hoy borra los rostros reales haciendo que los veamos sólo por la
televisión."
El año pasado, Bergoglio volvió a expresar su insatisfacción
con la dirigencia política: "Nos acostumbramos a levantarnos cada día como
si no pudiera ser de otra manera, nos acostumbramos a la violencia como algo
infaltable en las noticias, nos acostumbramos al paisaje habitual de pobreza y
de la miseria caminando por las calles de nuestra ciudad".
Pero ya la relación con la Casa Rosada estaba
definitivamente rota. Hoy Cristina Kirchner, como integrante confesa de la
Iglesia, no tiene otra opción que intentar una reconciliación. De ahí la
confirmación inmediata de su viaje al Vaticano para la asunción papal.
La Presidenta podrá repetirse, como lo hizo a principios de
año en El Calafate, cuando supo de la renuncia de Benedicto XVI: "Decí que
no hay papisa, sino te estoy disputando algún lugar". Pero la disputa la
ganó Jorge Bergoglio, el mismo que el Gobierno hasta ayer consideró su
adversario y hoy el argentino más celebrado en el mundo.
© we
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