Por Jorge Asís |
Signada por la brevedad del horizonte. Por la carencia de
interés, de escrúpulos, relevancia y alternativas.
Pero hoy es el tiempo de disfrutar la centralidad ocasional.
Gracias al Fenómeno Francisco, la Argentina se encuentra asociada a la idea
indispensable del cambio. De la fe. De la esperanza universal.
Debe comprenderse, incluso, hasta el acto de desfachatez protocolar,
que está lícitamente justificado.
Aquellos que solían escaparse los 25 de Mayo, hacia Salta o
Tucumán, para no escuchar al Cardenal Bergoglio, en el Buenos Aires que le
correspondía, se desplazan precipitadamente para apretujarse en la fotografía
de Roma, que paga falsificadores.
Cerca de la grandeza espiritual que no supieron,
oportunamente, valorar. Sólo agraviarla.
De todos modos Francisco mantiene una inagotable reserva
moral. Para eclipsar las mezquindades. Perdonarlas.
Mientras tanto, una parte significativa de los
fundamentalistas que adhieren a las imposturas de la Revolución Imaginaria, aún
se esmeran, miserablemente, en el regodeo de la descalificación.
Expresan el desagrado de los pequeños resentidos. Se aferran
al oficialismo asustado que los contiene.
La nominación de Bergoglio-Francisco aún los sorprende. Los
desborda. Los irrita. No la digieren.
Entonces debe soportarse la tentación cristiana de situarse
en el mismo nivel de quienes lo ofenden.
A los efectos de no recurrir a la clásica sentencia de
Maradona.
LTA.
Aquí se asiste al festival del error. La celebración del
exceso emerge como un conjunto de desmesuras.
Se equivocan los cristinistas sin fe. Cuando temen
enfrentarse, en adelante, con el poderoso “armador de la oposición”.
Los que creen que, como consecuencia de la confabulación del
mundo -o por mera mala suerte-, el “Compañero Bergoglio”, de la sospechosa
“Guardia”, fue designado Papa.
Pero sobre todo también se equivocan, en su impotencia, los
anticristinistas ciegos que conservan la fe de los desesperados.
Los que perciben que, con la consagración de Francisco, se
les resuelve el dilema político.
Que los cardenales, electores de Roma, les facilitaron la
estimulación de las alternativas que aún no aparecen.
Como si el Fenómeno Francisco emergiera, repentinamente,
entre la dispersión de la iglesia casi sin prestigio ni rumbo, sólo para
dedicarse a influir en las cuestiones coyunturales, domésticas.
Las miserias cotidianas que aluden al poder de entrecasa.
Merced a nuestra inagotable capacidad de reducción, lo que
debiera ser apenas una exclusiva prenda de orgullo nacional, parece haberse
transformado, aquí, en un ajuste banal de cuentas terrenales.
El argentino, en algún momento, tendrá que contemplarse más
allá de la estrategia del ombligo.
Del localismo que lo acota. De la auto-referencia permanente
que, en definitiva, lo retrasa.
Para anexarse a la alegría de saber que Francisco hoy
representa la máxima elevación espiritual. Que nos deposita, desde la periferia
olvidada, en la centralidad.
Aunque Francisco se haya criado en Flores. Haya gritado los
goles de Veira o de Sanfilippo.
O haya cantado, acaso, tangos. O incluso la marcha
peronista, con los dedos desafiantes, en V.
Aunque sea nuestro, un Pancho de la otra cuadra, se
transforma en el Fenómeno Francisco y hoy lo necesita el mundo.
Se encuentra intelectualmente capacitado para influir en
otras problemáticas, trascendentales o no, de ámbitos infinitos.
Como franciscanamente lo pide, y aunque nuestra religiosidad
sea relativa, hay que rezar por él.
El Fenómeno Francisco lo necesita.
© JorgeAsisDigital
0 comments :
Publicar un comentario