Por Román Lejtman |
Caselli usaba las oficinas que pertenecieron a Evita, pero
no hacia militancia por los pobres. Al contrario, en pocos años junto a Menem,
logró acceder a una mansión en pleno Barrio Norte que dotó de uno de los baños
con mármol italiano que más elogios cosechó en los pasillos de la Casa Rosada.
En 1997, apalancado en el lobby eclesiástico, Caselli logró
que Menem firme su designación como embajador argentino en el Vaticano, donde
terminó de cerrar su amistad personal con Ángelo Sodano, por entonces
secretario de Estado de Juan Pablo II. Desde ese momento, El Obispo, Cacho,
Caselli, se transformó en el nexo más oscuro y conservador de la Iglesia
Católica con los sectores de poder de la Argentina.
Cuando se desploma el Banco de Crédito Provincial en la
Plata, propiedad de la Familia Trusso, Caselli hace lobby desde Roma para
evitar que sus dueños cayeran presos y que la justicia revele que millones de
dólares negros del Vaticano habían quedado apresados en las arcas de esa
entidad crediticia. El Obispo había recomendado al banco de la Familia Trusso
por sus vinculaciones históricas con el Opus Dei y Antonio Quarracino, un
cardenal ultra conservador que respaldó el golpe de estado de 1976.
El apoyo de Sodano y su permanente acción política entre
Roma y Buenos Aires logró que Caselli sea nombrado Gentiluomo di Sua Santita,
un cargo honorífico que ratificó la influencia de Cacho en Roma. El
nombramiento fue formalizado por Juan Pablo II, pero detrás del título se
escondieron Sodano y el cardenal Leonardo Sandri, dos amigos afectuosos que
pagan sus deudas en la tierra. Es que gracias a las gestiones de Caselli, un
sobrino de Sandri fue reclutado en la SIDE, y un hermano de Sodano logró que su
empresa constructora evitara la quiebra. Los tres sonrieron satisfechos cuando
se colgó en la embajada argentina en el Vaticano, un cuadro de Caselli haciendo
honor a su puesto de lobby diplomático. Y los tres citaron al diablo, cuando
conocieron que un diplomático de carrera, honesto y profesional, decidió
descolgar la pintura oficial de Cacho que se pagó con los fondos públicos.
Menem ya había entregado el poder a Fernando de la Rua, y Caselli regresaba a
Buenos Aires para ejercer su poder oscuro apalancado sobre la influencia de
Sodano y Sandri.
Cayó el gobierno de la Alianza, y el Obispo regresó a los
despachos oficiales. Eduardo Duhalde, como Presidente, lo designó secretario de
Culto. Caselli mezclaba el lobby eclesiástico con los negocios, y cobrara las
facturas de todos los políticos que había logrado poner en una foto junto al Papa.
Hasta tuvo tiempo de vengarse del diplomático que había osado descolgar su
cuadro oficial. Cacho tenía la llave para abrir el Vaticano desde Buenos Aires,
y su tiempo de consulta valía oro.
Duhalde entregó la banda presidencial a Néstor Kirchner y
Caselli decidió iniciar su carrera como legislador, bancado por Silvio
Berlusconi, el primer ministro italiano con más denuncias de corrupción en la
historia política de Europa. A Cacho no le importó: quería ser senador, y lo
logró. Su primer día como parlamentario también quedará en la historia de Roma:
sorprendió en el recinto de sesiones con un cocoliche muy alejado de Dante y
Verdi. Apenas balbuceaba el italiano.
En el Parlamento de Italia dejó su firma, que ahora
investiga la Fiscalía de Roma. Caselli está acusado de cometer fraude electoral
en los comicios de abril de 2008, cuando hizo campaña con el sello del Partido
del Pueblo de la Libertada (PDL), que regentea Berlusconi. Y tiene otro expediente
abierto para determinar si actuó como mediador en el pago de una coima
realizado por la empresa Finmeccanica a funcionarios de los gobiernos de Rusia,
Indonesia, Brasil y Panamá, para lograr contratos multimillonarios de venta de
armamentos.
La trayectoria de Caselli fue usada por el embajador
argentino en el Vaticano, Juan Pablo Cafiero, para lograr que el dossier sucio
contra Jorge Bergoglio llegara sin escalas a las reuniones de los cardenales
que se hicieron antes del Cónclave citado para designar al sucesor de Benedicto
XVI. Caselli podía compartir sus secretos con Sodano y Sandri, que ya estaban
en una campaña personal para evitar que Bergoglio fuera elegido Papa. Ambos
cardenales ya sabían que la posible asunción de su adversario mortal terminaba
su hora de influencia en el Vaticano, y ese destino también incluía a Cacho,
que años antes intentó seducir a Bergoglio con un pasaje a Roma en primera, que
el actual Papa devolvió roto en pedazos al lobista más oscuro de la Curia. En
ese momento, Caselli juró venganza eterna.
Cacho, el Obispo, desmintió la información publicada por
este diario, y planteó un dilema que debería ponerlo al borde de una causa por
discriminación: aseguró al diario Perfil, adonde se publicaron el sábado sus
polémicas declaraciones, que este periodista no podía escribir del Vaticano
porque no era católico. Una vuelta de tuerca al anatema antisemita que veinte años atrás, me lanzó
otro dirigente cuando investigaba las relaciones de Menem con el narcotráfico. Es un judío piojoso, dijo Alberto Pierri, por entonces presidente de la Cámara de Diputados. El Inadi está en
manos del Gobierno, y Menem y Caselli ahora trabajan para la Casa Rosada. No
creo que haya denuncia oficial. El gobierno no comerá a
sus escasos aliados.
En sus declaraciones, Caselli intentó desacreditar a El
Cronista y a sus periodistas. No deberían sorprender sus juicios sin valor
ético y moral. Sodano y Sandri, sus enchufes púrpuras en el Vaticano, temen que
Francisco investigue lo que ellos ocultaron siendo secretarios de Estado de
Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y Caselli, sin esos contactos, es un cuervo que
agoniza.
© EC
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