Por Gabriela Pousa |
Marie Von Ebner-Eschenbach
Una lástima. Si algo
le faltaba a la Argentina para despedirse no del mundo sino de lo que queda de
civilizado y creíble en él, era pactar con Irán. “El hambre no es sonso” podría decirse, pero este es apetito de impunidad.
Creer que Cristina Kirchner ha llevado adelante esta
operación con el único fin de garantizar a los iraníes un punto final para la
causa AMIA es de una ingenuidad inaceptable después de diez años de
ininterrumpidas trampas.
Hay algo más:
seguramente petróleo y suculentas sumas tan necesarias para la Presidente como
el oxígeno para respirar. Sin sutilezas, esta ha obrado con la mira puesta en
su propio fin: la continuidad. ¿Contradictorio? Sin duda. La contradicción
es la característica intrínseca de la concepción política kirchnerista.
Racionalmente podría deducirse que el malestar gestado a
raíz de este acuerdo ha de restarle votos. Nuevos
sectores disgustados, menos avales a la hora de emitir sufragio. Sin embargo,
la jefe de Estado se ha garantizado los fondos que le requiere llevar adelante
la fiesta clientelista que permita una tregua antes de llegar a la elección
presidencial.
Hasta ahora, no podemos negar que la ecuación que barajan en
Balcarce 50 es la que ha dado resultado: con
una caja aceitada para el aparato asistencialista, la elección puede no quedar
asegurada, pero al menos liberada de una derrota estrepitosa. ¿O vamos a
seguir engañándonos, sin asumir que el
kirchnerismo ha sido votado a cambio de plasmas, cuotas para cambiar el viejo
celular por uno “smart”, fines de semana largos, netbooks regaladas, fútbol
para las masas y electrodomésticos cargados en camiones frecuentando el segundo
y tercer cordón del conurbano?
¿Quién se atreve a sostener con argumentos fácticos que han
llegado, y se han mantenido en el poder, gracias a eficientes políticas de
Estado, conductas ejemplares y probado interés por las demandas perentorias
sociales?
El silencio ensordece. Son
guapos frente a las cámaras pero no pueden disimular cuando estas se apagan…
En medio de un proceso inflacionario, la única alternativa
que le queda a Cristina para no fracasar calamitosamente en las legislativas, y
ganar tiempo con miras al 2015, es urdir un escrutinio tan sombrío como el
actual panorama o apelar al órgano más sensible de los ciudadanos.
En su agenda del “vamos por todo“, ahora va por la ilusión óptica del consumo
reactivado. ¿Imposible? Hasta la fecha, la imposibilidad no ha sido obstáculo
para los afanes oficiales. Dicho así parece un dislate más característico
de Amado Boudou o de un militante de La Cámpora enfervorizado que de alguien en
sus cabales y con sentido común. Pero no es precisamente ese sentido el que
prima en el kirchnerismo.
Por otra parte, el apego de la mandataria a la realidad no
es su cualidad más desarrollada. Aún así sabe
que, hoy por hoy, sólo la salva (y hasta cierto punto) una amplia y generosa
repartija por las zonas donde la inflación está transformando la pobreza en
miseria, y canjeando la voluntad por la “obediencia debida” a la hora de votar.
Entre eso y vejar su humanidad, ¿qué diferencia hay? No hay interés en contestar.
Es paradójico como el gobierno artífice del desguace de las
FFAA, se vale ahora de sus modos, y obra acorde a ellos con las desviaciones
obvias de un amateur auto-convencido de ser un docto profesional.
Lo cierto es que
Fernández de Kirchner supone estar frente a un ejército cuando apenas tiene un
puñado de funcionarios aterrados porque saben que de no continuar, antes o
después frecuentarán Tribunales, visita que incluye (o debería incluir) el traslado
a Marcos Paz o a cualquier otro penal.
Únicamente a sabiendas de ese devenir puede “justificarse”
la encendida defensa de lo indefendible, y la frenética oratoria de los
súbditos oficialistas que ocupan bancas en el Congreso Nacional.
Solamente teniendo en
cuenta la alternativa a continuar, se comprende esa rifa de dignidad que hacen
permanentemente a la hora de hablar y de adular.
Es verdad que en la politica argentina se vuelve hasta del
ridículo, pero el regreso después de
haber caído tan bajo marca a fuego. Paradójicamente o no, la primera que se
cobra ese precio suele ser la familia, no la sociedad mucho más proclive a
olvidar.
No es un detalle
menor. Obsérvese que una amplia mayoría de quienes acompañan a la Presidente
han diezmado hasta ese bien que se supone sagrado. Con ese sello, la
certeza es inobjetable: límite no hay, no tienen ni lo tendrán.
Así cómo este 13 de febrero han obviado hasta el respeto por
los muertos, mañana podrán hacer caso
omiso hasta un resultado electoral. ¿Hay juez, pueblo, oposición o fiscal
preparado para ello llegado el caso? La respuesta se enmudece a punto tal
de estremecerme.
En una semana se les
ha dejado pasar serias violaciones a la Constitución Nacional y la legalidad:
prohibieron la libertad de empresa, de publicar información comercial, e
impidieron la libertad de expresión amedrentando voces disidentes con métodos
diferentes.
Hasta ahora, también parece que se le va a perdonar al
vicepresidente dilapidar fondos de emergencia del Senado para modificar su
mobiliario personal. ¿Qué más…? En diez
años, la lista de indultos al oficialismo deja breve hasta la Suma Teológica de
Santo Tomás.
Hoy, el mentado 8N parece ser apenas un recuerdo, una triste
confirmación del viejo refrán: “todo tiempo pasado fue mejor“, o
peor aún fue sólo la acumulación del
cansancio de un año. Y ante su
final, se ha vuelto a retomar la desidia y la conformidad.
Quizás el próximo noviembre volvamos a despertar. De ser así, no parece haber más remedio que
rezar para que desde el Ejecutivo no se adelanten y modifiquen el calendario
electoral.
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