Si algo no dejarán de recordar los salteños de este
Bicentenario que fue feriado nacional por única vez, va a ser la irracional
represión y los abucheos y silbidos, no ya sólo al (a estas alturas,
impresentable) vicepresidente Amado Boudou, sino al mismísimo intendente de la
ciudad que fue escenario de la histórica epopeya belgraniana.
Para colmo, lo siempre temido por los burócratas oficiales:
las repercusiones nacionales que puede haber tenido (y que de hecho tuvo) la
estupidez policial avalada por un gobernador que políticamente no tiene ni idea
de dónde estar parado y que, además, no tiene la más mínima respuesta para los
salteños, salvo el descalabro de su propia gestión cada vez menos parecida a
una gestión y más a una trivialización de la democracia.
Marcelo Lami, jefe policial “en operaciones”, se parecía más
a Aldo Rico en sus levantamientos antidemocráticos de Semana Santa, antes que
el atildado funcionario que prestaba su cara a las cámaras de televisión para
explicar el nuevo funcionamiento de la fuerza policial que comanda y que a
estas alturas, ya adquirió la costumbre insana de reprimir ciudadanos
protestones. Los justificativos de Lami, en verdad, resultaron más que
patéticos: “Y bueno, nosotros tuvimos que evitar que los manifestantes
avanzaran porque la intención de ellos era llegar hasta el escenario”.
En el mismo tono, el vicegobernador Andrés Zottos dijo que “no
era el lugar ni el momento de esta tipo de manifestaciones”. Habría que
preguntarle a Zottos cuándo se considera en el Gobierno que deben realizarse
manifestaciones contestatarias sin que la policía reprima a quienes protestan.
Lo que no detalló Zottos, es el ‘desubicado’ ágape que se
brindó en el Palacio Legislativo a las autoridades y ciudadanos visitantes,
consistente en carne de llama a la albahaca. El precio del festín: $140.000 que
deben agregarse a la millonaria inversión en los espectáculos y el resto de las
ceremonias recordatoria del hombre más pobre y humilde de la Patria: Manuel
Belgrano. Una contradictoria concepción que hiere a la historia del más grande y
virtuoso prócer argentino.
El día 20, en los festejos centrales, los silbidos le
llegaron lastimosamente al oído del intendente Miguel Isa quien dio un discurso
enmarcado en los abucheos vecinales. Lo mismo le pasó al ciudadano más acusado
por hechos de corrupción: el vicepresidente Amado Boudou cuya presencia, casis
una impertinencia oficial, mancilló la memoria de uno de los hechos históricos
más importantes de la vida nacional.
Después dijeron todo lo que dijeron. De nada sirve que el
pueblo no pueda manifestarse. En algún recóndito lugar de la escasa conciencia de
los gobernantes, se sabe que hicieron mal. Se sabe que ya no podrán dar un paso
atrás a pedir perdón a quienes humillaron a más no poder. Es tiempo, entonces,
de que alguien les vaya diciendo que los tiempos se acortan. Y que la puerta de
la Historia seguirá abierta pero para los verdaderos héroes, no para los que
han pervertido el poder para destrozar la última esperanza de los ciudadanos.
© Agensur.info
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