Por Ignacio Fidanza |
Cristina Kirchner se sumergió en las aguas profundas de la
política internacional, en uno de los movimientos más audaces de su tiempo de
Presidenta. El tiempo dirá si se trató de una jugada de la más feroz
realpolitik en la que se sacrificó la causa Amia o de un simple acto de chapucería
o candidez, lo que sería casi más grave.
Lo notable es que la oposición se enredó en discutir la falta de un protocolo procesal para efectivizar de manera eficaz la “indagatoria” a cinco de los ocho iraníes acusados por la justicia argentina, sin hacer el esfuerzo por conectar la decisión del Gobierno con las tensiones mundiales que se despliegan por estas horas en torno a Irán.
La angurria de la oposición por capitalizar el costo que
sufre el gobierno al defraudar a la comunidad judía, por presentar al Gobierno
como despreciando la memoria de los muertos en la Amia, le impidió -salvo
notables excepciones- profundizar la indagación sobre el rol que está jugando
el país en el escenario que las potencias van desplegando en torno a Irán y
sobre todo, cuales podrían ser sus consecuencias.
No parece casual que haya sido Alcira Argumedo, una de las
más respetadas sociólogas del país y diputada de Pino Solanas, la que acaso
haya formulado las preguntas más inquietantes. Lejos del facilismo de intentar
azuzar el “fantasma” de una ruptura definitiva con Estados Unidos, Argumedo se
preguntó si por el contrario la Presidenta no estaría acaso siendo un peón más
dentro del ajedrez que esa y otras potencias como China y Rusia, juegan en
torno a Irán.
La tesis de Argumedo es clara: Luego de los fiascos de las
guerras de Irak y Afganistán, en medio del proceso de urgente y complicado
retiro de tropas que está implementando Obama en la región, el gobierno
norteamericano se ha quedado sin margen político para sumergirse en una nueva
guerra con Irán, por más presiones que ejerza en ese sentido Israel.
Es en ese marco, que en un complejísimo juego de presiones y
promesas, Estados Unidos estaría intentando encontrarle al desafío nuclear que
plantea Irán, una salida negociada, en la que quitarle el sayo de Estado
terrorista que convalida la acusación de la justicia argentina sobre altísimos
dignatarios de la teocracia, no sería una pieza menor.
El modelo que Estados Unidos imaginaría para una salida
negociada con Irán, según distintos analistas, es el que se aplicó a la ex
república soviética Kazakhstan, en cuyo territorio se desplegaba uno de los
arsenales nucleares más extensos de ese imperio. Allí, Estados Unidos y Rusia
articularon el desarme de esas ojivas y concretaron un extenso programa de
descontaminación, ayudas económicas y reconversión de la energía nuclear para
fines pacíficos, que la convirtieron en un modelo global.
Y es precisamente en Almaty, la capital de Kazakhstan, donde
ayer y hoy se celebra una cumbre nada menos que de todos los miembros del
Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (el denominado G5 + 1) con
funcionarios iraníes, para explorar la posibilidad de un acuerdo que reencause
su programa nuclear. Negociaciones que tendrán una próxima ronda el 5 y 6 de
abril.
Es una posibilidad que la movida del gobierno argentino sea
parte de ese dispositivo y que esa sea la explicación a la urgencia de Cristina
por aprobar el entendimiento con Irán, presionada por el calendario que se
despliega en el hemisferio norte.
Otra cuestión, que tampoco se exploró y que no es
contradictoria con lo anterior, es preguntarse que rol juega Brasil en este
desplazamiento. Gran parte de la oposición asimiló de manera lineal, el giro de
la Presidenta con la política pro iraní de Hugo Chávez, una salida fácil para
darle certificado de calidad a la etiqueta de chavista que siempre quiso
aplicarle a Cristina. Pero lo cierto es que Lula fue uno de los grandes
impulsores del acercamiento con Irán, política que continuó Dilma y que en su
momento le produjo a Brasil no pocos roces con Estados Unidos.
“En determinados temas geoestratégicos, la cancillería
argentina hace rato que decidió respetar el liderazgo regional de Brasil y
acompañar sus definiciones”, se sinceró ante este medio un embajador de
Cristina Kirchner.
La oposición sí ensayó la explicación “económica” del
acuerdo. Apelando a un mercantilismo básico, razonó: Irán tiene petróleo y
necesita alimentos, lo que hay detrás de esta movida de Cristina es una búsqueda
desesperada de un socio que garantice a la Argentina combustible a precio de
amigo, para paliar el feroz déficit energético que lastra las cuentas fiscales.
Difícil que un país que sufre el bloqueo de las potencias y
que enfrenta una grave crisis económica con una inflación incluso superior a la
Argentina, sea la vía más directa para recomponer nuestros problemas
energéticos y fiscales. De hecho, el comercio con Irán ya existe y es lo que
es.
La demonización del régimen iraní, resaltando sus peores
facetas de misoginia, persecución de minorías y radicalismo religioso, fue
agitada por estas horas en un intento de entrampar al Gobierno presentando el
acuerdo como una aval tácito a esas prácticas. Se trató de la misma línea
argumental trabajada al condenar el sacrificio de la causa Amia y la búsqueda
de una condena para los asesinos de 85 argentinos.
El problema de ese planteo es que es incompleto. La verdad
podría ser acaso más grave y tener consecuencias mucho más extensas y profundas
que la impunidad de aquellos crímenes. La oposición eligió recortar la faceta
moral -o legal- de la discusión. Y se sabe que lo primero que se sacrifica a la
hora de la real politik es la persecución de la verdad y lo justo, en aras de
supuestos intereses de Estado.
Un doble estándar que Estados Unidos ejerció con maestría en
todo el siglo XX –y con menos pericia en el siglo XXI- cuando supo hacer de sus
intereses geoestratégicos, vendibles causas morales de alcance global.
Situación que nos lleva de nuevo a la más básica y obvia de
las preguntas, que horas de debate parlamentario y dos larguísimos
interrogatorios al canciller, han dejado sin respuesta: ¿Qué hay detrás del
acercamiento de Cristina a Irán?
© LPO
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