Por Roberto García |
Lidió con divas, casi como el director de la Scala de Milán.
Y si pudo congeniar en Boca con la prima donna más caprichosa, Juan Román
Riquelme, además de otras egocéntricas estrellas como Maradona y Bianchi
–aunque muchos dicen que poder, en estos casos, fue retroceder cargado de
moretones–, parece dudoso que no logre convencer a Roberto Lavagna de que sea
su expresión política en la Capital para las elecciones de octubre como
candidato a senador. Para algunos, esta postulación es un fait accompli, luego
de un par de reuniones que Mauricio Macri mantuviera con el ex ministro de
Economía y otras posteriores de entusiastas adláteres por el posible
casamiento.
Hasta el momento, no se conocen los términos del eventual
entendimiento, menos las demandas de Lavagna, reconocido por su elevada
autocotización a pesar de que no siempre el mercado político le reconoce ese
valor. Aun así, parece que ambos personajes –al menos en el distrito porteño–
encontraron la tuerca justa para su propio tornillo.
Lavagna, quien en alguna ocasión pudo fantasear con la misma
candidatura impulsado por Daniel Scioli, quizá perciba que el gobernador por
ahora no emprenderá un camino propio alejado del cristinismo. Por lo tanto, a
él sólo lo tendrán en cuenta para algún asado secreto en La Ñata. Y para su
interés personal como senador porteño, deberá admitir que en Capital es mucho
más sustantivo el aporte del macrismo (el aparato, obvio) que el del sciolismo
desde el otro lado de la General Paz. A su vez, Macri incorpora –siempre y cuando
se formalice el convenio– a una figura con respetable influencia entre los
porteños, de mayor peso que cualquier otro PRO en el electorado (debe
imaginarse la indignación de Gabriela Michetti ante esta posibilidad y la
alegría de quienes desean verla rezagada), y que lo exhibe con una amplitud
política menos restringida a la que habitualmente se lo califica. Finalmente,
se lo admitió como millonario y de Boca, hasta logró salir campeón. También se
restituiría una perspectiva de asociación que sólo parecía unirlo al mundo de
los candidatos famosos, y si son ricos mejor, sugerencia que le atribuyen al
asesor Duran Barba. Ya que, para ser aspirante serio en la Argentina, se
requiere estructura territorial y fama de índole diversa, razón por la cual
Cristina –al margen de aciertos o no– conserva una primera línea de adhesiones
que alimentan todavía la quimérica re-reelección o enjuagues electorales que le
garantizarían sosiego en el próximo mandato con algún delfín (por decir un
ejemplo no contemplado siquiera: Scioli a la presidencia, Ella a la gobernación
de Buenos Aires).
Al margen de las pavadas que a veces distraen al periodista,
convendría observar consecuencias si se complementan Lavagna y Macri: uno de
los dilemas en su grupo será la abundancia y convivencia de economistas
cercanos, ya que a Martín Redrado lo cultivaban para alguna lista porteña y en
la bonaerense participa en la interna Carlos Melconian. Pocas veces se vio a un
jefe de Gobierno rodeado por tantos profesionales de la economía, no precisamente
amigos entre ellos. Pero la suma de Lavagna, aparte de resquemores intestinos,
quizás habilite la búsqueda de otros acuerdos del PRO en un territorio clave
como Buenos Aires. Al PRO, con internas o famosos, no le resulta suficiente el
envión para perforar en ese distrito al peronismo, menos para rebanarle una
porción, que vendría a ser el objetivo prioritario en cualquier sociedad
encabezada por Macri. A pesar de que tampoco se sabe el modo en que tanto el
ingeniero boquense como Lavagna habrán de postergar –si van juntos– sus
manifiestas ambiciones presidenciales, ya que la empresa conjunta tiene fecha
de conclusión apenas finalicen los comicios de octubre. A menos que hayan
cambiado sus objetivos, Macri se vaya a estudiar a Bologna con su familia o el
economisma se reduzca a pretender la jefatura porteña en lugar de otro sillón
más tentador. Demasiadas conjeturas cuando ni siquiera los protagonistas han
confirmado que quieran entrar del brazo a la iglesia.
Una noticia de estas características no alegra en Olivos,
aunque el clima sombrío de los últimos meses en la residencia se modificó con
una encuesta reciente que le otorga esperanzas a la principal inquilina. A
pesar de otros datos cotidianos que, desde la economía, la abruman. Sea por
esta ambivalencia informativa o por alguna otra razón, Ella mantiene una
contradicción explícita hasta en actos menores: acaba de afirmar que su difunto
marido fue el mejor presidente del país, no le alcanzan palabras y emoción para
sostenerlo y, al mismo tiempo, altera medidas que Néstor había propiciado. Por
ejemplo, arrasó con esa alquimia de nacionalización que ensayó en YPF junto a
Repsol y la familia Eskenazi, desplazando a un grupo íntimo; lo mismo se ordenó
ahora con el Belgrano Cargas: interviene tres empresas elegidas por El y dos
gremios que El impuso (Camioneros y Ferroviarios, una sociedad esotérica porque
nadie podía suponer que un empresario razonable podía desear como socio a
Moyano y a Pedraza). En la misma vía se endereza, en apariencia, un viejo negocio
de Alfredo Yabrán en los aeropuertos que hasta hace poco dominaba un preferido
de los K: Eduardo Eurnekian. Esos emprendimientos van a la intervención. Quizá
corresponde, pero no hay que olvidar que provienen del mejor presidente, según
Ella.
Acertó Cristina, eso sí, cuando instruyó a sus funcionarios
para que no viajaran en vacaciones al exterior, sobre todo a Miami y al
Uruguay, una forma de evitar escraches. Casi una pitonisa a quien no hizo caso
Axel Kicillof, comprensiblemente: tiene una casa en la Banda Oriental y se
obstina en usarla. Olvidó el funcionario que el escrache es una “forma válida
de participación democrática”, según el manual de quinto año del Ministerio de
Educación (pág. 41) y, a pesar del anónimo y penoso repudio que atravesó, tal vez
salvar el río le sirvió para preguntarse por la economía de un minúsculo país,
no precisamente liberal, que ha crecido más del doble que sus poderosos vecinos
y que ha encontrado destinos nuevos para sus exportaciones, justo el año en que
se le disparó la inflación (5% anual) y aumentó el gasto público (al que juran
corregir). Mientras, la Argentina y Brasil guardan una peligrosa dependencia
mutua para colocar sus productos, y en Buenos Aires se repite, con orgullo, que
el Estado ha creado empleo. Debe haberlo acumulado, crear tiene otro sentido. Y
no sólo en economía.
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